Cómics e Historietas
Talento argentino

Una charla con Caliva, hombre de pocas palabras y mucho dibujo

La reciente edición argentina de "Dago: Historia de una Daga", y el reflejo de Caliva en una ventana del mítico Bar Centenario.

Por Ariel Avilez (*), especial para NOVA

La reciente publicación de “Dago: Historia de una Daga” fue la excusa perfecta para convencer al maestro Alberto Caliva de grabar una charlita. La idea era hablar un poco acerca de la esperada precuela del popular personaje, y mucho acerca de su rica -y no justamente reconocida- historia como profesional del dibujo.

El querido Don Alberto vio la primera luz el 7 de septiembre de 1946 en la ciudad de Deán Funes, en el norte de Córdoba, pero casi toda su carrera la hizo desde Buenos Aires, publicando en el país y en el mundo. Dibujó para Columba y Record, y entre tantas historietas -tantas que muchas de ellas no las recuerda él mismo- se destacan “Campana de Largada”, “Talia Shyre”, “Dark Ness”, “Shane”. Y hoy “Dago”, por supuesto, producido especialmente para Italia; incluso en estos tiempos pandémicos de casi imprescindible cybervida...

- ¿Usted usa mucho Internet?

- No uso nada Internet. Por ahí miro YouTube en el celular, nada más.

- ¿Nunca le dio por buscar en Google su nombre, ver qué se decía de usted, o qué dibujos suyos había en la red...? O para satisfacer de algún modo el ego, nomás.

- (Risas) No. Alguna vez con mi hija buscamos en una tablet que tenía y saltaron algunos trabajos para Columba, cosas así. Mucha bola tampoco le di, ¿eh? También es cierto que lo que yo hago -dibujo historietas- no es algo extraordinario ni vistoso ni para hacer un poster y colgarlo; por ahí podés encontrar una secuencia o algo así, porque lo que yo trato es contar, eso es lo mío.

- ¡No es poco! Es cierto que hay dibujantes que van a lo espectacular, y usted opta por lo narrativo, si no lo interpreto mal...

- Exactamente. Y se nota. Para mí es lo que tiene más importancia en una historieta.

- ¿Cuándo empezó a hacer “Dago” para Italia?

- En el año 98. No recuerdo cómo me llegó el ofrecimiento, pero calculo que habrá hablado (Carlos) Gómez para que eso fuera posible. Nos conocíamos de antes. Cuando él vino para Buenos Aires, yo estaba trabajando para el estudio de Jaime Díaz; y él vino a verme porque allá en Córdoba teníamos el famoso Club de la Historieta. Así que pasó a saludarme y quedó una amistad... El ofrecimiento me lo hizo (Alfredo) Scutti. Yo no quería hacer “Dago”: tiempo antes me había hablado (Carlos) Pedrazzini para que le hiciera el lápiz del personaje, pero dije que no porque estaba trabajando para Columba y para Scutti con historietas unitarias... "¿Para cuándo necesitás ese lápiz...?", le pregunté; "Para mañana, negro..." ¡Menos! ¡Ni loco! (Risas). Así que lo esquivé un poco a Scutti, pero después me entusiasmé y empecé a hacer muestras hasta que un día me las aprobaron.

- ¿Quién hizo los guiones de aquellos primeros “Dago” que le tocó dibujar? Son los libros autoconclusivos de noventa y seis páginas, ¿no?

- Sí. Yo hice un libro o dos con Gómez: él se encargaba de hacer el lápiz, yo lo pasaba a tinta. ¡Era un quilombo! Él me mandaba las páginas desde Córdoba, que es donde vive... Pero después empecé a laburar yo solo, y el primero fue con guiones de Robin (Wood), que fue lo único que hice con él. Después, comencé con guiones de Ricardo Ferrari; con él hice bastantes. Y después entraron (Manuel) Morini y (Néstor) Barron.

- ¿Usted conocía previamente al personaje, lo leía?

- Lo había leído un poco cuando laburaba dentro de Columba, cuando lo dibujaba (Alberto) Salinas. No tenía demasiada idea, pero me gustaba por el tema de la aventura, los caballos, la época... Pero cuando me lo encargaron yo estaba haciendo policiales, ciencia ficción, cowboys. Así que me compré un libro de “Dago” -creo que era el primero- y ahí más o menos le empecé a tomar la mano.

- Cuando comenzó a dibujarlo, ¿los italianos le dieron algunas directivas en particular acerca de cómo debía encararlo?

- El personaje tenía que parecerse al que hacía Salinas, y así lo hice al principio, pero después le fui buscando la vuelta para hacerlo como quería hacerlo yo. Porque seguirlo o Salinas o seguirlo a Gómez es imposible. Así que lo armé para hacerlo yo, para no tener que depender de ninguno de los dos. Y parece que les gustó, porque nunca me dijeron nada en veintidós o veintitrés años (risas). Antes hacía un libro en tres meses; ahora tardo cuatro porque el cuerpo no rinde como antes...

- ¿Actualmente va rotando guionistas o solo trabaja con Néstor Barron?

- No, no. Con Barron hace tiempo que no hago un “Dago”; el que se publicó recientemente en el país creo que fue el último, y después me tocó uno de (Eugenio) Zappietro y otro del muchacho este, (Luciano) Saracino, que es el que estoy haciendo en este momento.

- ¡Epa! ¡Un “Dago” moderno! ¿Qué tal los guiones de Saracino?

- Es un pibe bastante fantasioso, no son guiones como -ponele- de Morini, es decir, épicos, con batallas, castillos... Este es un poco más de fantasía.

- ¿Y como se lleva con ese estilo?

- No tengo ningún problema. Yo trato de darle al guionista, a la editorial y a los lectores algo más o menos interesante para leer.

- ¿Tiene algún guionista predilecto entre los muchos que hacen “Dago”?

- Para “Dago”, el que me gustaba mucho era Ricardo Ferrari. Me gustaba su forma de narrar, las historias que contaba; siempre había algo lindo, novedoso. Los de Morini también son muy buenos... Los de todos, bah. Es toda gente muy profesional, que saben lo que hacen.

- ¿Y qué nos puede contar acerca de este libro de “Dago” que hizo con Barron y que acaba de salir en Argentina? Tenga en cuenta que para los fans del personaje es un acontecimiento, ya que cuenta la historia de la daga que daría nombre al protagonista.

- Bueno, sucede eso justamente. Y a mí me sucedió algo muy curioso; viste que aparece Emiliano Savorani (coleccionista, conocedor y fan número uno de “Dago” en el país) en la historia... Bueno, yo no me di cuenta de que era nuestro Savorani hasta tiempo después de comenzar a dibujarla, cuando me encontré con Barron en el bar Los 36 Billares, y él me lo confirmó. Por eso al principio -que está viejo y enfermo- no se parece nada, es un tipo cualquiera; pero luego, cuando contamos su juventud, lo fui acercando un poquito al aspecto del Savorani que conocemos. No hice un retrato pero más o menos... La barba, el pelo, la nariz...

- Este libro es también un acontecimiento porque no recuerdo hace cuánto que no sale un libro suyo en el país.

- Creo que no se me publica en Argentina como hace veinte años, desde poco antes de que cerró Columba...

- No. Aparece una gran historieta suya en una edición hermosa del año 2012: “Malvinas, Historias Ilustradas”. Un muy buen guión para dieciocho páginas dibujadas con el alma.

- ¡Ah, sí! ¡La que escribió Armando (Fernández)! ¡Perdón! Me gustó mucho el guión y me gustó mucho el tema, que fue algo que nos pegó muy fuerte a todos... Así que lo hice con ganas. En este libro había muchas historias de Armando dibujadas por varios dibujantes: estaban Sergio (Ibáñez), Basile, Adrián Ruano, Castro Rodríguez. Hice algunas páginas sólo a lápiz; Armando pensaba que era porque tenía fiaca de pasarlas a tinta (risas). Pero las hice así para diferenciar el presente del pasado y hacer algo menos de historieta tradicional; y con el lápiz uno puede jugar un poquito más.

- ¿Y usted se permite ese tipo de juegos cuando hace “Dago”, por ejemplo?

- No, la verdad que no. O apenas. Como es una historieta muy clásica, a veces el guión tampoco te da espacio, así que la hago de una forma más lineal, digamos. Cuando comencé a hacer “Dago”, a veces hacía alguna viñeta a toda página. No sé si a Scutti le gustaba mucho (risas), me parece que no. Pero después comencé con una diagramación casi estática y seguí así... Yo pienso que para ser espectacular el dibujo, no tiene obligatoriamente que salirse de los límites de los cuadritos: se puede meter dentro de ellos algo espectacular. La pantalla de cine, por ejemplo, es siempre igual; no es más apaisada o más vertical. Y el director se encarga de que lo que suceda adentro tenga una variedad con la narrativa, con los enfoques, todo eso.

- ¿La tapa de “Dago: Historia de una Daga” la hizo usted exclusivamente para este libro?

- En realidad es un invento del que armó la tapa (Diego Pogonza): es un dibujo mío montado sobre otros dibujos y coloreado.

- ¿Cuándo comenzó a interesarse por la historieta?

- Siempre. Uno de mis hermanos compraba todas las revistas de la época: Rayo Rojo, Puño Fuerte, Fantasía -cuando era apaisada-, El Tony y todas las de Columba. Le gustaban mucho las historietas, era capaz de pelearse por cambiar una revista... Yo comencé a dibujar más seriamente en Córdoba capital; ahí conocí a unos locos que querían hacer una revista de historietas y formaron un grupo -ya te hablé de él- que se llamó El Club de la Historieta. Era muy buena gente y a mí me vino bárbaro, porque con ellos aprendí un montón. A esta altura tendría veintiuno o veintidós años...

- ¿Y hasta entonces a qué se dedicaba?

- Como yo no estudié, hice todo tipo de laburos. Hice un año en una escuela secundaria industrial de Deán Funes y me di cuenta de que ya no podía seguir, así que empecé a laburar de lo que viniera: vendí ropa en el campo, en camioneta, con otros muchachos; oficié de camarógrafo en Córdoba; trabajé con un camión, también... Montones de laburos que no tienen nada que ver con la historieta.

- Entonces conocer a la gente del Club de la Historieta le cambió la vida. ¿Cuándo comenzó a ver dinero gracias a sus dibujos?

- Nosotros nos reuníamos los martes en el centro de Córdoba, en una pizzería, y era un poco como las reuniones en el bar Centenario, ¿viste? Y hablábamos de historietas, cada uno llevaba lo suyo, y los tipos que más sabían te corregían y te aconsejaban; era muy educativa la cosa. A veces iban amigos conocidos a esas reuniones, dibujantes de la revista Hortensia como Carlos Giménez o Roberto Di Palma, que trabajaba ahí como jefe de Arte. La idea era hacer una revista de historietas de allá, toda de allá, para no tener que venir a Buenos Aires, pero invitar en algún momento a algún dibujante de Capital para darle al asunto un poco más peso: Lito (Fernández), Lucho (Olivera) o Dalfiume. Allá la gente era muy buena, compartíamos asados, pero los planes se habían prolongado demasiado y yo quería dibujar ya; así que dije "yo me voy". Me vine a Buenos Aires, nomás. Entonces mi primer laburo publicado fue acá, en MoPaSa: para esa editorial hice “El Zorro”, “El Hombre del Rifle”, “Kung Fu”... Casi todos los guiones de esas adaptaciones de series eran de (Jorge Claudio) Morhain.

- ¿Cómo fue empezar a trabajar con un guionista? ¿Charlaban previamente o...?

- No, no. Fue como pasaba casi siempre en nuestras editoriales: llegabas y te decían "bueno, acá tenés un guión. Es de Morhain". Y bueno, bárbaro, te ibas a tu casa y lo dibujabas. Por supuesto luego te lo terminabas encontrando, como pasó en Columba y con Scutti también. Pero así era el trato.

- ¿Y cuál era su aspiración profesional en aquella época? ¿Estaba conforme en MoPaSa o quería pasar a jugar en alguna de las grandes editoriales?

- En ese tiempo no quería entrar a Columba, no me llamaba mucho... Y un tiempo después lo conocí a (César) Spadari, y me mandó a laburar con Khato (Enrique Campdepadros) para Inglaterra. En menos de un año conseguí laburo para Italia, para Editorial Universo, de Milan; hacía historietas unitarias... Y ahí lo conocí a (José) Massaroli, a Ramón Gil, a (Frank) Szilágyi, a esa gente, la del Estudio Géminis.

- ¿Tiene buenos recuerdos de aquella época?

- Muy buenos recuerdos, sí. Había laburo, otras veces no había laburo, había hambre, pero había compañerismo y cosas muy buenas que compensaban. Justamente a causa de haberme quedado sin laburo en Italia, fui a Columba a principio de los 80. Y arranqué a los tirones porque nadie me conocía y empecé como ayudante de Pedrazzini al principio, y después hice lápiz para Parmeggiani y para (Eduardo) Risso.

- ¿Cuál fue la primera serie que pegó en Columba?

- “Talia Shyre”, de Armando (Fernández). La hice en 1986, dos años después de trabajar paralelamente en el estudio de animación de Jaime Díaz. Ahí hacíamos layouts, que es la presentación de la escena para que arranque el animador. Era lindo porque pagaban bastante bien, en dólares, semanalmente o por quincena, y había bastante laburo. Cuando terminé lo de Jaime, le llevé páginas de Talia Shyre como muestra a Scutti. Y le gustó mucho, así que mandó mi trabajo a Italia, me aceptaron, y me dieron una miniserie de ciencia ficción con guión de (Ricardo) Barreiro... no recuerdo el título, y si se publicó en Argentina ni me enteré. Cuestión que ahí arranqué con Scutti y no dejé de laburar nunca con ellos, hasta hoy.

- Uno de sus trabajos más recordados para Scutti es Dark Ness...

- Como cincuenta y tres capítulos fueron.

- ¡Un montón!

- Éramos un montón haciéndola, también (risas). No la dibujé solo. El lápiz lo hacía Néstor Olivera, yo lo pasaba a tinta; los fondos los hacía Eduardo Lago. Y los guiones eran de Eduardo Mazzitelli y Walter Slavich. Después de terminada esa serie, seguí haciendo unitarias, muchas de ellas con Eduardo y Walter; trabajé mucho con ellos.

- Revisando acá y allá, encontré historietas suyas en la revista Pan y Trabajo ¿En qué momento llegó ahí?

- (Risas) Sí... Ese es un laburo que creo que hacía Lito (Fernández), después lo agarró Diego Navarro, y creo que fue él el que me lo pasó a mí. Eran cosas de la Iglesia, qué se yo... Y estaba bueno, ¡era laburo! Eran historias con personajes destacados de la Iglesia, curas, santos.

- Volviendo a Columba, mencionamos a Talia Shyre, que era una mina dura. Pero a usted le tocó hacer -y muy pero muy bien, con muchas ganas, se nota- los últimos episodios de un duro de los de verdad, “Shane”. ¡Un gran trabajo!

- También de Armando. Y la empezó (Alberto) Saichann, que tenía un vuelo terrible... ¡Yo lo maté a “Shane”! Yo le ponía de mí, pero a la par del laburo de Saichann, no... Me alegra que te haya gustado, y te agradezco. Realmente me cuesta entender cómo funciona la memoria de la gente, que recuerda historietas mías que por ahí yo no. Vos solés mencionar por ejemplo...

- ¡”Campana de Largada”! Esa es mi historieta favorita de Caliva. Es más: toda esta conversación es una excusa para hablar de “Campana de Largada”, para que me cuente algo de esa gran serie, qué sé yo...

- (Risas) Esa es una serie que a mí también me gustó mucho hacer. Porque aparte era algo muy de acá, eran personajes de Buenos Aires, estaba muy bien ambientada... Estaba muy buena la historia. Era como un tango. Yo conocí el barcito de la serie, que se llamaba Carlos Gardel y que estaba allá en Mataderos... ya no existe hace años. Yo suelo ir a la Feria de Mataderos, la feria de artesanías, y estaba en una esquina y así lo dibujé. Y también dibujé Pippo, que era el otro lugar donde los tipos se reunían; me gustaba dibujar a los mozos que llevaban los vasos apilados. Es la única historieta que hice con (José Luis) Arévalo...

- A cierta altura de su carrera, ¿comenzó a dialogar con los guionistas previo a dibujar las historietas o es de aportar a las historias sólo mientras las está dibujando?

- Es que tuve muy poca oportunidad de hablar con los guionistas. Creo que como la mayoría de los dibujantes de mi época. Como te dije: ibas a la editorial, retirabas el guión y te ibas a tu casa, a dibujarlo. No tenía trato con los guionistas. Y, por ejemplo, más recientemente, cuando hacía “Dago” con Ferrari, solía hablar con él después de recibir el guión… Más que nada para decirle que me había gustado la historia y para que él supiera que la iba a dibujar yo ¡Que se joda, me tocó a mí! (risas)

- Conoce a muchos guionistas, tiene trato con ellos ¿Nunca se le ocurrió pedirles que le escriban tal o cual historia, para satisfacer algún capricho, quitarse unas ganas...?

- No... A lo mejor porque no se me ocurrían las ideas (risas). La verdad es que ese camino no lo hice. Podría haberlo hecho y hubiese seguido con una carrera diferente, haciendo cosas más personales, porque eso pasa si vos pedís un guión. Pero no fue así.

- ¿Sigue siendo lector de historietas, le gusta leerlas?

- Últimamente no, no leo nada: ni historietas ni libros... Me cansa leer: leo tres o cuatro líneas y me duermo. Pero como te dije, de chico he sido un gran lector de historietas; las últimas que leí habrán sido las de Fierro.

-¿Dibuja cosas por el placer de dibujar, más allá de lo laboral?

- Lo que hago es pintar con acuarelas cosas que me gustan. No me quedan ganas de dibujar otras cosas, porque como te digo, soy un señor mayor y entonces me canso más que hace quince años. Pinto escenas de jinetes argentinos, no necesariamente gauchos; siempre a caballo: son tipos que están escapados, mis personajes son siempre escapados. O escapados de la policía, de otros bandidos, o de algún marido celoso (risas).

(*) Redactor especializado en cómics.

"Talia Shyre", su primer gran éxito, y su versión de "Dago", muestra de la madurez del artista.
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Pequeña semblanza de archivo del joven Caliva, y primera viñeta de un episodio de su conmovedora "Campana de Largada".
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"Entre el Cielo y el Infierno": piadosa primera página de una de sus historietas para Pan y Trabajo en los ochenta, y la reciente acuarela de un desnudo femenino.
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