Alberto Fernández ¿Otro de los "funcionarios que no funcionan"?

Cuando este 24 de marzo Cristina Fernández terminó su combativo discurso, la locutora oficial del evento la despidió como “Presidenta de la Nación”. A ninguno de los presentes les sonó a furcio desafortunado: simplemente se ponían las cosas en su lugar. Alberto Fernández para el protocolo, Cristina para las decisiones.
No fue casualidad tampoco que en su alocución no mencionara siquiera una vez al presidente. En cambio, ubicó a Axel Kicillof tras suyo y a Sergio Berni en la primera fila de asistentes. Después de una semana en que los conflictos entre el Ministro de Justicia de la Provincia y su similar de la Nación, Sabina Frederic, provocaron un cortocircuito mucho más grave que los precedentes, nadie podría aludir a la casualidad el lugar destacado que se le asignó en el acto.
Pero su discurso, además, incluyó un ataque frontal a los EEUU y al FMI, sin los cuales no se hubiera otorgado un préstamo de monto inédito al Gobierno de Mauricio Macri, en contravención con los mismos Estatutos de la entidad. Cristina puso el dedo en la llaga justo en el momento en que Martín Guzmán se encontraba reunido en los EEUU para tratar de acercar posiciones para el refinanciamiento de la deuda contraída por el Gobierno de Cambiemos. Si ya había pocas chances de encontrar una solución inmediata para la cuestión, la Vicepresidenta en ejercicio permanente de la Presidencia las derrumbó de un portazo.
Algunos definen estas acciones como parte de un “autogolpe” de Cristina. Otros, como la crónica de una muerte anunciada. Pero, más allá de las caracterizaciones, hay un hecho indudable: Cristina se cansó de Alberto Fernández, de su accionar diletante y componedor, de su inexistente capacidad de mando. Sólo le faltó afirmar que Alberto es otro de los “funcionarios que no funcionan”. Por ahora.
El cansancio de Cristina viene de arrastre, pero se pronunció el jueves 11 de marzo, cuando se reunieron en horario vespertino. ¿El tema? La designación del ministro de Justicia que debía reemplazar a Marcela Losardo. Después de muchos idas y vueltas, la discusión giró en torno a dos nombres: el preferido de la vicepresidenta, Marcelo Fuentes, y Martín Soria. Ambos espantaban al presidente formal. Fuentes por ser un histórico K, curtido en mil batallas. Soria por sus antecedentes violentos, sus escasos conocimientos y contactos dentro del poder judicial, y alguna causa que tenía en curso sobre aportes obligatorios que imponía a sus funcionarios cuando ejerció la intendencia de General Roca, varias veces millonarios en dólares.
Pero Cristina no se limitó a tratar de imponer a sus candidatos. También le reprochó su accionar timorato frente a las corporaciones -en particular, la judicial- y el poder económico. “Estoy arrepentida de haberte elegido”, habría deslizado la vice. Alberto, cansado y asfixiado del juego prescindencia - marcada de cancha que utiliza la ex presidenta, le habría respondido: “Por mi renuncio ya. Tenés mi renuncia a disposición. No se puede gobernar con estas presiones constantes”. Cristina habría revoleado un plato y, presa de la furia, sentenciaría: “De aquí no se va cuando uno quiere”. La misma respuesta, pero en tono más contemplativo, que recibió en su momento Julio De Vido.
En vano Alberto tiró los nombres de Julio Vitobello y de Juan Manuel Olmos para hacerse cargo de la cartera. El presidente quería mantener algo de su dignidad designando a alguien propio, pero el veto fue inmediato. Con el balance de sus primeros 14 meses a la vista, su papel en el gobierno es el de “Albertítere”. Agachar la cabeza y cumplir órdenes.
El presidente optó por la obediencia y anunció el lunes siguiente la designación de Martín Soria. Con su limitada formación y contactos judiciales, y sus antecedentes violentos, Soria sólo será ministro en el organigrama oficial. Pero su función es la de ariete mediático. Las políticas del ministerio quedarán en manos de Wado de Pedro, su hermano Gerónimo Ustarroz y el viceministro Juan Martin Mena -quien ya venía manejando el ministerio desde los inicios del actual gobierno. Así, un ministerio que era “de Alberto” en el loteo, ahora pasará a manos de Cristina. No es la primera vez que se produce un avance de la vicepresidenta sobre la estructura institucional del gobierno. Tampoco será la última.
La estrategia de Cristina parece ser bastante sencilla: limar a Alberto, tirarle misiles a sus funcionarios propios -si lo sabrá Sabina Frederic o Santiago Cafiero-, reemplazarlos por cuadros del Instituto Patria, y esperar a las elecciones para incrementar significativamente sus diputados dentro de la coalición.
En realidad, a poco más de un año de ejercicio presidencial, Alberto ya no le sirve para nada. Las encuestas lo presentan en situación desesperante: perdió todo el apoyo de los independientes y de buena parte del peronismo. Sólo le queda el del cristinismo y, aun así, con críticas demoledoras. Las mediciones le dan entre 30 y 18 puntos, prácticamente en situación de poner en marcha el helicóptero si no tuviera el respaldo de la coalición Frente de Todos.
Dentro de esa coalición, a Cristina le interesa fundamentalmente mantener la alianza con Sergio Massa. Es quien tiene mayor imagen institucional y uno de los pocos que aporta votos por afuera del cristinismo. Sabe que el presidente de la Cámara de Diputados ha sido determinante en la definición de las dos últimas elecciones presidenciales. Y –cuentan los más cercanos- que no vería mal un interregno de Massa en 2023, mientras Máximo se foguea en la gobernación bonaerense. ¿Axel? Sería un buen plan B para el caso de que el acuerdo presidencial con el tigrense no prospere.
En su estrategia de limar y desacreditar a Alberto para ponerlo contra las cuerdas y, tal vez, obligarlo a dar un paso al costado después de las elecciones de octubre, Cristina cuenta con espadas afiladas que complementan su propia tarea a la perfección. Amado Boudou se ha convertido en un crítico letal de las políticas de Martín Guzmán, Paula Español –quien reporta a Axel- contradice con sus políticas los acuerdos empresariales que trabajosamente labra Martín Kulfas, Sergio Berni pone en evidencia la incapacidad de Sabina Frederic para ejercer el ministerio de Seguridad. Cristina le cerró la puerta a toda posibilidad de acuerdo inmediato con el FMI. Otros funcionarios del Instituto Patria, ubicados en funciones estratégicas dentro de los ministerios “albertistas” desgastan política y moralmente a los titulares de las respectivas carteras.
En este contexto la Argentina afrontará la segunda ola. Con Carla Vizzotti cercada por los gobernadores que le exigen precisiones sobre la llegada de vacunas que la ministra no puede dar, con Carlos Heller dando marcha atrás a los proyectos de Martín Soria en Diputados, y con varios gobernadores que amagan con armar listas propias y despegarse de la boleta del Frente de Todos en las próximas elecciones.
Mientras esto sucede y Alberto experimenta, la soledad del poder en su declinación, convertido en una especie de Dylan de la “Presidenta”, quien le recomienda a su tropa “tener paciencia” durante los próximos dos años y medio. O, al menos, durante los seis meses que nos separan de las elecciones de medio término. O lo que aguante la capacidad de soportar la degradación del Presidente protocolar.