La historia viviente
Dos cartas en el medio

Salvador María del Carril: el autor intelectual del crimen de Manuel Dorrego

Salvador María del Carril asesoró a Juan Lavalle y lo instigó a fusilar al derrocado gobernador Manuel Dorrego.

Por Gustavo Zandonadi, especial para NOVA

El 10 de enero de 1883 murió Salvador María del Carril, uno de los personajes más polémicos y controvertidos de la historia argentina. Nacido en San Juan en 1798, fue un jurista y político liberal que defendió los ideales rivadavianos y convenció a Juan Lavalle de fusilar a Manuel Dorrego y se exilió durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas.

Su carrera política comenzó como gobernador de San Juan, donde implantó una constitución laica inspirada en el modelo norteamericano, que le valió el rechazo del clero y del pueblo. Poco después dejó el Gobierno de su provincia y viajó a Buenos Aires, donde trabajó para el gobierno de Bernardino Rivadavia. Después asesoró a Juan Lavalle y lo instigó a fusilar al derrocado gobernador Manuel Dorrego.

Durante el gobierno rosista vivió muchos años en el exilio en Brasil y Uruguay, donde se involucró en la causa independentista. Regresó al país después de la batalla de Caseros. En 1853 fue vicepresidente constitucional para acompañar a Justo José de Urquiza.

En 1862 fue nombrado por el presidente Bartolomé Mitre para integrar la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Permaneció en el cargo hasta 1877, siendo presidente de la Nación el abogado tucumano y exministro de Justicia e Instrucción Pública del gobierno de Domingo Faustino Sarmiento, Nicolás Avellaneda.

En 1881 se publicaron las cartas comprometedoras que revelaban su participación en el magnicidio de Dorrego. Ante el hecho Del Carril guardó silencio. Murió dos años en Buenos Aires a los 84 años, dejando un legado ambiguo entre sus contemporáneos. Algunos lo consideraban un político de raza, otros un tirano sanguinario. Lo cierto es que fue un hombre de su tiempo, polémico pero de fuertes convicciones.

¡Quemá esas cartas!

"Buenos Aires,

12 de diciembre de 1828

Señor general don Juan Lavalle

Querido general:

Dorrego preso en poder de escribano, escribe a Díaz Vélez, lo que sigue: `Al fin estoy prisionero en manos del jefe de este regimiento. Marcho a Buenos Aires y suplico a usted tenga la bondad de verme antes de entrar allí. Haré a usted indicaciones que podrán contener y cortar las cuestiones del día y a los que las sostienen. No olvide usted la lentitud que he usado en todo el curso de mi administración, etc.'

Ha escrito también a Brown; no sé qué le dirá. La noticia de la prisión de Dorrego y su aproximación a la ciudad ha causado una fuerte emoción; por una parte, se emplean todos los manejos acostumbrados para que se excuse un escarmiento y las victimas de Navarro queden sin venganza. No se sabe bien cuanto puede hacer el partido de Dorrego en este lance; el se compone de la canalla más desesperada. Sin embargo, puede anticiparse, que si sus esfuerzos son impotentes para turbar la tranquilidad publica, son suficientes, por lo que he visto, para intimidar o enternecer a las almas débiles de su ministro y sustituto. El señor Díaz Vélez, había determinado que Dorrego entrase a la ciudad; pero yo, de acuerdo con el señor A. [¿Aguero?] le hemos dicho que, dando ese paso, el abusaría de sus facultades, porque es indudable que la naturaleza misma de tal medida coartaba la facultad de obrar en el caso al único hombre que debiera disponer de los destinos de Dorrego, es decir, al que había cargado sobre sí con la responsabilidad de la revolución; por consiguiente, que el M. [ministro] debía mandar que lo encaminasen donde está usted.

Esto se ha determinado y se hace, supongo, en este momento.

Ahora bien, general, prescindamos del corazón en este caso. Un hombre valiente no puede ser vengativo ni cruel.

Yo estoy seguro de que usted no es ni lo primero ni lo último. Creo que usted es, además, un hombre de genio y entonces no puedo figurármelo sin la firmeza necesaria para prescindir de los sentimientos y considerar obrando en política todos los actos, de cualesquiera naturalezas que sean, como medios que conducen o desvían de un fin,

Así, considere usted la suerte de Dorrego. Mire usted que este país se fatiga 18 años hace, en revoluciones, sin que una sola haya producido un escarmiento. Considere usted el origen innoble de esta impureza de nuestra vida histórica y lo encontrará en los miserables intereses que han movido a los que las han ejecutado. El general Lavalle no debe parecerse a ninguno de ellos; porque de él esperamos más. En tal caso, la ley es que una revolución es un juego de azar en el que se gana hasta la vida de los vencidos cuando se cree necesario disponer de ella. Haciendo la aplicación de este principio de una evidencia práctica, la cuestión me parece de fácil resolución. Si usted, general, la aborda así, a sangre fría, la decide; si no, yo habré importunado a usted; habré escrito inútilmente, y lo que es más sensible, habrá usted perdido la ocasión de cortar la primera cabeza a la hidra y no cortará usted las restantes; ¿entonces, qué gloria puede recogerse en este campo desolado por estas fieras? Nada queda en la Republica para un hombre de corazón.

Salvador María del Carril"

"Buenos Aires, 14 de diciembre de 1828

Mi querido general:

He escrito a usted dos cartas y siempre en el último minuto de la despedida de los conductores; no estoy seguro de que hayan llegado a sus manos; porque una debía llevar el señor Gelly a quien he visto ayer todavía aquí; la otra, no sé quién la conduce: en fin, cualquiera que haya sido su destino, no importa; lo que me interesa es, que usted no se canse de mis importunidades.

La prisión del señor Dorrego, es una circunstancia desagradable, lo conozco; ella lo pone a usted en un conflicto difícil.

Cualquiera que sea el partido que usted tome, lo deja en una posición espinosa y delicada; no quiero ocultárselo. La disimulación en este caso después de ser injuriosa sería perfectamente inútil al objeto que me propongo. Hablo de la fusilación de Dorrego: hemos estado de acuerdo en ella antes de ahora. Ha llegado el momento de ejecutarla, y usted que va a hacerse responsable de la sangre de un hombre, puede sin inconsecuencia, variar un acuerdo que le impone obligaciones, que a nadie debe usted ceder la facultad de pesar y distinguir.

Dejando a usted pues general, en toda la integridad de su libre albedrío, mi pretensión en esta crisis delicada, se reduce a exigir de usted que preste un maduro examen a la posición que ocupa: que la mida y la conozca en toda su extensión; por el lado en que las esperanzas más bien fundadas se presentan como los pronósticos seguros de una prosperidad halagüeña, y por el lado en que la inconstancia de la suerte y la veleidad de los hombres y de los partidos, presentan, al que corre la carrera pública, el aspecto odioso de lo que se llama las vicisitudes de la fortuna. Hecho el prolijo examen de su posición, estoy seguro de que sin otro consejero que su genio, no fluctuará mucho tiempo sin decidirse por los deberes que ella le impone a mi modo de ver.

Salvador María del Carril"

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