
Por Miguel Dao, actor, director, dramaturgo y otras yerbas no demasiado clasificables, especial para NOVA
En épocas en que la historieta ha desaparecido por completo de los kioscos, resulta difícil explicar a las nuevas generaciones el impacto que sentía un chico del siglo pasado al pararse frente al revistero.
A principios de los '60 –lo he repetido y lo volveré a repetir- el kiosco era una fiesta. Resultaba muy difícil decidirse (y había que hacerlo, porque las monedas en el bolsillo eran escasas, al menos en mi caso) por una publicación. Independientemente del contenido, que en ocasiones se podía ojear antes de la compra, dependiendo del humor del kiosquero, la indecisión provenía del enorme atractivo que ejercían las tapas.
En el rubro "comiquitas", o sea historietas cómicas, que eran mis preferidas, teníamos las "mexicanas" (en realidad material estadounidense, traducido en México por Novaro): La Pequeña Lulú, La Zorra y el Cuervo, Porky y sus amigos, El Conejo de la Suerte, Archie, Periquita, Lorenzo y Pepita, El Súper Ratón. Las de Disney llegaban vía Chile (Editorial Zig-Zag): Disneylandia, Fantasías, Tío Rico, Tribilín. Y el enorme surtido nacional: Adolfo Mazzone con Capicúa, Afanancio, Piantadino, Cariseca, Batilio; Héctor L. Torino con El Conventillo de Don Nicola, La Barra de Pascualín, Nicolita y su pandilla, Historias Tangueras, Tric y Trake. Y Dante Quinterno, claro, con Las Grandes Andanzas de Patoruzú e Isidoro, Correrías de un Pequeño Gran Cacique Patoruzito, y sobre el final de la década (julio de 1968) Locuras de Isidoro. Contabilizo aparte las que traían historietas mezcladas con material escolar, como Billiken, con las maravillosas portadas de Lino Palacio y Anteojito. Ya que nos referimos a García Ferré, también avanzados los '60, en 1967 para ser precisos, surge la revista Antifaz, una de sus más logradas ediciones en el rubro historietístico. Y un año antes había debutado Lúpin, donde Guillermo Guerrero y Héctor Sídoli (Dol) se alternaban con sus personajes desde la tapa.
Pero estaban además las publicaciones humorísticas. Durante los ’60, un tío mío compraba religiosamente las Patoruzú semanales de formato tabloide, y una vez leídas me las pasaba. Siendo yo, desde mis cinco años por lo menos, ferviente seguidor de las Correrías y las Andanzas, a lo primero que iba era a las dos páginas dedicadas al indio (en aventuras unitarias, para esa época). Y obviamente, seguía con las tiras de Isidoro, Don Fierro, más todo el material de humor gráfico. En la tercera etapa de lectura abordaba las secciones fijas de humor escrito (la que más me gustaba era Jovito Barrera, un barrilete sin cola). Solían aparecer también en esa revista narraciones aisladas, de buen nivel.
Mucho más tarde, ya de adulto, descubriría que el semanario Patoruzú había sido apaisado hasta el número 1147, del 30 de noviembre de 1959, o sea al borde del cambio de década y después de veinte años ininterrumpidos con tamaño invariable.
Hagamos un breve repaso de la historia de la revista Patoruzú, que tras el éxito inicial de las tiras y episodios del patagón en diarios, debuta en noviembre de 1936 con una de las tapas más famosas de la Argentina, donde Quinterno rinde homenaje a quien fuese su mentor, Diógenes -el "Mono"- Taborda, caricaturista de enorme popularidad, fallecido una década antes.
A partir de ese primer número y hasta el 128 de la revista (26/02/40), o sea durante cuatro años, Quinterno se aboca personalmente a las portadas, dedicándolas a resaltar las asombrosas habilidades de su criatura, que suele competir palmo a palmo con las del reino animal. Podemos enumerar en esa extraordinaria serie: Patoruzú chocando su cabeza contra la testuz de un toro; emulando el kikiriki de un gallo; a cuatro patas sacando ventaja en una carrera de galgos; talando un árbol con la nariz al igual que un pájaro carpintero y rugiendo con la misma fiereza de un tigre. Quinterno también equipara su héroe al Quijote, destaca su orgulloso patriotismo y el carácter payasesco y sensible a la vez. A más de acompañarlo en tiernas escenas con el gigantesco Upa (la de la comunión de su hermano es tan bella, como excedida en beatitud), con el padrino Isidoro en otras más satíricas, y con su fiel flete Pampero. No falta, hay que decirlo, el apunte chauvinista: los inmigrantes suelen ser caricaturizados de manera por demás grotesca.
Retirado Quinterno de las tapas, comienza el protagonismo de Guillermo Divito, quien a partir del número 139 hace debutar a sus famosas "chicas" y mantiene su hegemonía otros cuatro años, secundado esporádicamente por León Poch y Eduardo Ferro. Cuando según se dice, por un lío de faldas (el largo de las polleras en el dibujo), Divito se va de la editorial de Quinterno a fundar su propia revista, Rico Tipo, deja un enorme vacío. Desaparecido Poch, y más allá de un aislado Alcides Gubellini, es Ferro quien toma la posta en portadas, acompañado de Oscar Blotta (padre del fundador de Satiricón).
Comienza un período de once años consecutivos donde el binomio Ferro-Blotta se carga al hombro la difícil tarea de presentar la revista en los kioscos, intentado atrapar a primera vista la atención del lector, de modo que no se fugase a las atractivas siluetas femeninas –ahora cortas de faldas- que se mostraban en Rico Tipo, feroz competencia de Patoruzú desde sus inicios.
Nadie piense, sin embargo, que Quinterno estaba en declive. De ningún modo eso ocurría. Se contabilizan, en la década de los '40, tiradas de 300.000 ejemplares, una cifra descomunal para cualquier publicación en la Argentina, en todos los tiempos.
Ese sostenimiento de Patoruzú, en carrera palmo a palmo con Divito, se debió en parte, amén de los contenidos de la revista, a las tapas de Ferro y Botta. El alternarse semana a semana (apenas se registra algún Quinterno en fechas patrias) era un trabajo exigido para ambos, al que había que sumar sus participaciones en tiras, ilustraciones y humor gráfico; y en el otro semanario, Patoruzito, con historietas: Langostino, Ferro; El Gnomo Pimentón, Blotta. Estamos hablando, sumadas, de unas quinientas ilustraciones a color solamente en portadas. No se podía, lógico, pedir que en todas las entregas brillasen. Pero cada tanto lo hacían. En el aspecto gráfico Blotta era más clásico y Ferro más audaz. En el humor se equiparaban. Sabían explorar el costado cómico de situaciones tanto cotidianas como exóticas, apelando a menudo a la inteligencia del lector para completar la escena, disociando lo escrito del dibujo, ubicando lo central del gag en un plano retirado o en un detalle menor. Los guiños o referencias directas a la actualidad de la época eran escasos, asociados generalmente a estaciones del año, fiestas, vacaciones, etc. Muy excepcionalmente a la política. Predominaba el "chiste" como ocurrencia abstracta. Sus mayores logros se observan cuando la escena puede prescindir por completo del texto ubicado en un recuadro lateral, al costado izquierdo, donde durante un largo período el rostro del indio permaneció vigilante.
La esforzada tarea de Ferro y Blotta experimenta un alivio, a partir de octubre de 1955. En el número 936 del semanario Patoruzú debuta como portadista Roberto Battaglia. Muy tardíamente, si consideramos que el genial autor de Don Pascual había ingresado en la editorial de Quinterno a principios de los '40. Sucede que desde sus inicios, Battaglia se había ido afirmando progresivamente en un estilo único, con personajes de una desmesura no observable en Ferro y menos aún en Blotta. Comenzaba así el funcionamiento alternativo de un trío con características muy distintivas, que se extenderá inclusive a la etapa tabloide del semanario, hasta la partida definitiva de Battaglia a los EEUU, a principios de los '60.
Este prolongado tramo de trabajo artesanal con frecuentes destellos creativos, comprendido entre el portazo de Divito y el autoexilio de Battaglia, ha sido muy poco explorado en el ámbito del coleccionismo y de la investigación historietística. Merecería un rescate gráfico. Como puntapié inicial van algunas de aquellas invalorables tapas...
(continuará).








