El circo ya lo tenemos y solo lo que falta es pan

Primero fue el fiscal Diego Luciani con su desvalido alegato y un insostenible pedido de 12 años de prisión (uno por cada sostén de la “Década Ganada”) y la clausura de la vida pública de Cristina Fernández de Kirchner. Tal vez, en el futuro, al doctor le convendría reemplazar su agresividad e histrionismo por un trabajo más consecuente y sólido.
En esta última semana, las intervenciones de los abogados defensores fueron deshaciendo la mayoría de sus acusaciones, plagadas de errores e imprecisiones. Después fue el atentado de Fernando Sabag Montiel y Brenda Uriarte (“Milky Dolly” o “Copito” o “Ámbar” o “Lizz Manson” o…), con la instigación, tal vez, de Nicolás Carrizo (“El Jefe”), o de los discursos de odio de los “Halcones” de la oposición y, en particular, de Javier Milei.
No debe pasarse por alto que Brenda se define como “libertaria”, y toma muchas afirmaciones y conceptos violentos del diputado de La Libertad Avanza. Lo cierto es que, sin tener que mover un dedo, Cristina recuperó su centralidad política, y pocos son los que en el espacio del Frente de Todos (FdT) dudan de que es la indicada para competir por la presidencia, el año próximo.
Sin proponérselo, Luciani primero, y los alienados aspirantes a magnicidas después, construyeron aquello que Cristina no conseguía construir desde 2016: un relato, con las indispensables dosis de mística y de liderazgo supremo, y un alineamiento total dentro del Frente de Todos, e incluso más allá de sus fronteras.
El nuevo relato de Cristina ya no se articula en torno a “La batalla cultural”, sino a su propia victimización. Razones no le faltan para agregarle encarnadura en la realidad. La figura de “Jefa de una asociación ilícita” fue rechazada con énfasis hasta por el propio Miguel Pichetto.
En todo caso, habrá sido la “Jefa de una organización lícita”, de un gobierno elegido por más del 52 por ciento de los votos en primera vuelta. Y, si para comprobar su eventual corrupción se recurre a sujetos como Luciani, que confunden fechas, situaciones y relaciones de dependencia, sólo se conseguirá demostrar que las denuncias de “Lawfare” son mucho más creíbles ahora que antes de pronunciarse el alegato de la Fiscalía.
Por cierto, la otra mitad de la sociedad seguirá pensando que es culpable, aunque las pruebas judiciales no aparezcan. Y se seguirá alimentando con los discursos de odio, como el del diputado de Propuesta Republicana (PRO) que exigió la “pena de muerte” para la vicepresidente, y que llamativamente no ha recibido sanción alguna.
Si Francisco Sánchez ha podido llegar a ser legislador, desconociendo que la pena de muerte no existe en nuestro país y que, mucho menos, puede aplicarla un diputado, en cualquier momento podría desbancar a Fernando Iglesias, Waldo Wolff o Javier Milei en la competencia de atrocidades y agresiones.
Nadie podría poner “las manos en el fuego” por Cristina, como tampoco la hizo ella cuando la desgracia cercó a sus varios de sus antiguos colaboradores. Pero por suerte todavía en la Argentina deben demostrarse judicialmente las denuncias de corrupción, aunque tal vez el economista libertario y sus impresentables aliados (exégetas de los años del Terrorismo de Estado) preferirían hacerlo “manu militari”.
El punto central, de todos modos, es que, como dice el refrán, “lo que no mata, fortalece”. Y Cristina salió claramente fortalecida del calvario que debió afrontar en las últimas dos semanas.
Llamativamente rápido de reflejos en esta ocasión, el cristinismo pretende presentarse como la representación del amor y la tolerancia, concediendo el odio y la violencia a sus enemigos. Este miércoles, el ministro del Interior, Eduardo “Wado” de Pedro, hizo una convocatoria a la oposición para tratar de bajar los niveles de intolerancia política.
Un día antes Andrés “Cuervo” Larroque, secretario general de La Cámpora, había expresado la necesidad de trabajar en “un entendimiento” entre las fuerzas políticas, y que el atentado contra Cristina debería considerarse como un “punto de inflexión”.
El cristinismo tiene en claro que ese diálogo sólo podría establecerse con un sector de Juntos por el Cambio (JxC), el radicalismo histórico, ya que en el PRO “los Halcones se comieron a las Palomas”. Horacio Rodríguez Larreta, que era el moderado, ahora dice que puede acordar con todos menos con el kirchnerismo. ¿Nos pretende exterminar? No hay nada más violento que lo que dijo.
Y es que, lejos de llamar a la reflexión y la calma, el intento de magnicidio potenció los instintos más bajos de la derecha, tanto la radicalizada como la, hasta no hace mucho, moderada. Ni Milei, mucho menos Patricia Bullrich, condenaron el ataque. Otros lo hicieron en el momento, pero redireccionaron su discurso al día siguiente, en el entendimiento de que “les sirve confrontar cada vez más. Les da rédito electoral. Les duró un día la consternación por lo que pasó”, según evalúan en el Gobierno.
Tal como afirmó el periodista Carlos Pagni, en la Argentina “No hay atentado que pueda con la polarización.” Apenas unas horas duró la consternación. En seguida volvió a embarrar la cancha. Y hasta los que reclamaban de la oposición un gesto similar al de Antonio Cafiero hacia Raúl Alfonsín, en tiempos de alzamientos “carapintadas”, terminaron por recordar cómo le fue a “Don Antonio” por haber privilegiado la democracia por sobre el interés partidario.
Así las cosas, el cristinismo tiene en claro que sólo le queda proteger a la vicepresidenta y fortalecer su liderazgo político. Y en vistas del descrédito y la falta de liderazgo de Alberto Fernández, el resto de la coalición oficialista (y el peronismo primero que nadie) coincide con ese diagnóstico.
“No hay duda del momento que vive el Gobierno. Todos detrás de Cristina. Estamos todos alineados, aunque la coalición esté partida porque las diferencias no se resolvieron”, afirma un ministro que no podría identificarse como afecto a la vicepresidente.
Los sectores más radicalizados del cristinismo se han lanzado a convencer a “La Jefa” de la necesidad histórica de que se convierta en la candidata excluyente del Frente de Todos e intente un retorno a la Presidencia en 2023.
Para convencerla, han optado por impulsar la estrategia de la “aclamación popular”. Esta alternativa, que se había inaugurado luego del alegato de Luciani, se potenció con el intento fallido de magnicidio. Y mal no les fue en ese viernes, insólitamente feriado, para “llamar a la reflexión”. Medio millón de manifestantes se movilizaron sólo en el centro porteño. Y muchos más en el resto del país.
Mal que les pese a muchos, el liderazgo de la vicepresidente sigue vivo, sobre todo gracias a los desaciertos de sus enemigos. El proyecto “Cristina 2023”, para volver realidad la consigna “volver mejores” (haciendo caso omiso del interregno de un Alberto Fernández a quien nadie considera como propio), tendrá nuevas convocatorias este sábado: en Parque Lezama y una Misa en Luján.
¿Es posible poner todas las fichas a un retorno de Cristina a la presidencia y, simultáneamente, bajar los decibeles de la agresividad política? Evidentemente no. Por esta razón el Frente de Todos profundizará un discurso cuasi religioso de amor y tolerancia, y le endilgará a los “halcones” opositores la titularidad exclusiva del odio y la violencia.
Como sucede en estos casos, las primeras víctimas son los moderados. ¿Adónde irán a parar los sueños de los radicales de imponerse en la confrontación interna de Juntos por el Cambio? ¿Adónde los de peronistas anticristinistas de articular, finalmente, una “tercera vía”¨?
Si bien los datos de la economía parecen sentenciar la derrota del Frente de Todos en las presidenciales del año próximo, ya que nunca se ganó una elección de este tipo en un contexto de altísima inflación y crisis económica, la irracionalidad de la oposición con sus discursos de odio (que recuerdan a aquél incalificable slogan de “Viva el cáncer” en alusión al mal que terminó con la vida terrenal de la eterna Evita), la persecución judicial de Luciani y de Comodoro Py en su conjunto, y los instrumentos canalizadores de esa violencia (como Sabag Montiel y Brenda), ilusionan al cristinismo sobre el próximo escenario electoral. “Después de todo, los casi 5 millones de votos que se perdieron en 2022 no fueron a parar a la oposición”, razonan. Para recuperarlos, ante la imposibilidad de revertir la situación económica, confían en que sus votantes coinciden en que lo que está en riesgo no sólo es la vida de Cristina, sino la supervivencia de la democracia y del peronismo.
Para tratar de canalizar esta opción, el Gobierno sigue trabajando en un proyecto para suprimir las PASO, por “única vez” y “por la gravedad de la crisis económica”, para las presidenciales de 2023. El objetivo es claro: así como en 2021 esa instancia le permitió mantener la unidad a la oposición, su supresión casi seguramente haría estallar por los aires a Juntos por el Cambio.
Pese a las críticas airadas que merece esta posibilidad para los opositores, en el entorno de Mauricio Macri no estarían descontentos, pese a su negativa formal. La razón es que consideran que, mientras que una PASO exigiría repartir porciones de poder con el radicalismo (e, incluso, cabe la posibilidad de ser derrotados por éste), la anulación de las permitiría articular al PRO y a los “Halcones” libertarios tras la candidatura del ex presidente.
Con los radicales moderados fuera, el escenario electoral se dividiría en tres opciones, ninguna de las cuales conseguiría imponerse en primera vuelta. Así, en el ballotage entre Macri y Cristina, los radicales quedarían condenados a repetir la condición de furgón de cola del PRO que desempeñaron entre 2015 y 2019.
Mientras que la política sigue mirándose el ombligo, la sociedad argentina no cesa de descender a los infiernos de una crisis cada vez más desembozada y letal. La inflación desatada se verá pronunciada por las consecuencias de la concesión del “dólar soja” y el incremento tarifario, y la mayoría de los economistas pronostica que al ajuste y la devaluación encubierta sucederá otra, explícita, en el curso de las próximas semanas.
El circo ya lo tenemos, y todos los días renueva su libreto, para ocultar sólo defectuosamente el empobrecimiento de las grandes mayorías argentinas. Lo que falta es el pan.