Las dos coaliciones mayoritarias al borde del estallido con el acuerdo con el FMI como telón

La biblioteca de la política presenta dos definiciones sobre la política. La que la define como negociación entre adversarios y la que la interpreta como enfrentamiento sin cuartel entre enemigos. La primera se asocia con la reproducción de un orden social establecido. La segunda, con las perspectivas revolucionarias o con la anarquía.
Desde hace mucho tiempo que en la Argentina la negociación entre adversarios atrae muy poco. No se trata sólo de la “grieta” contemporánea. Morenistas y saavedristas, federales y unitarios, liberales y federales, radicales y conservadores, Golpes de Estado reiterados, Bombardeo de Plaza de Mayo, Triple A, Terrorismo de Estado… El listado recorre toda nuestra historia.
Las elecciones del domingo pasado dejaron el peor escenario posible para afrontar la negociación con el FMI y la indispensable recuperación de nuestra economía y reparación de la catástrofe social. Del lado del Frente de Todos, por más que se pretenda asegurar con declaraciones formales que la “victoria” –que fue derrota en las urnas- tranquilizó el clima interno. En Juntos por el Cambio las cosas no son muy diferentes: las PASO habían habían dado vida a un “golpe blando”, que no pudo concretarse por la remontada espectacular del oficialismo en la Provincia de Buenos Aires.
Por el lado del Gobierno Nacional, la relación entre Alberto y Cristina atraviesa desde hace tiempo su peor momento, y sólo se incrementó el distanciamiento con la derrota en las primarias. No se ponen de acuerdo siquiera en el diagnóstico: mientras que la carta de Cristina post PASO es presentada por el cristinismo como clave para la recuperación en las generales bonaerenses, Alberto Fernández no cesa de repetir que la vicepresidenta es la responsable de la derrota, ya que con esa misiva “nos hizo perder 10 puntos”.
El domingo pasado por la noche Alberto apareció en dos claves muy distintas. Primero, en tono lúgubre, anunció su disposición de convocar a la oposición y de cerrar un rápido acuerdo con el FMI. El mensaje se grabó antes de conocer los resultados de los comicios, por lo que el presidente y su entorno descartaban cualquier recuperación posible. Un rato después, resultados en mano, apareció radiante en el bunker del Frente de Todos y convocó a asistir al evento del Día de la Militancia en apoyo a él mismo, que ya había sido previamente pautado.
Paradógicamente, para Alberto, el “albertismo” que no existe, los gobernadores, los sindicatos y el Movimiento Evita la derrota era el mejor escenario posible. Cristina Fernández de Kirchner no iba a aceptar los términos de la negociación con el FMI, por lo más tarde o más temprano pegaría el portazo, debilitada por haber perdido el quorum propio en el Senado. Horacio Rodríguez Larreta saldría consolidado como candidato natural del Juntos por el Cambio para las presidenciales de 2023, y con un entendimiento ya alcanzado se alcanzaría el 70 por ciento que reclamó el Jefe de Gobierno porteño para abordar la transición hacia 2023 y el gravoso cierre con el FMI.
Por esta razón la CGT y el Evita habían programado el Acto del Día de la Militancia para respaldar a Alberto frente a Cristina. Pero la política tiene sus sorpresas que echan los planes más elaborados por tierra. Maria Eugenia Vidal no llegó al 50 por ciento de los votos, y el PRO resignó varias bancas de diputados nacionales.
En provincia, Diego Santilli no consiguió repetir la elección de las PASO, y la remontada del Frente de Todos llevó a una especie de empate técnico: ambas coaliciones obtuvieron la misma cantidad de diputados nacionales, pero el oficialismo consiguió alcanzar la paridad en el Senado de la Legislatura provincial, con la facultad de desempatar en manos de la vicegobernadora, Verónica Magario.
Esto explica la aparente sinrazón de que en el bunker del Frente de Todos se festejara la derrota como una victoria, y en el de Juntos por el Cambio un triunfo por 9 puntos a nivel nacional provocara frustración y malhumor interno.
Tal como lo denunció en el acto del Día de la Militancia, el sector más duro del PRO, junto con el establishment, habían preparado un “golpe blando” para esta semana. Presionaron sobre el dólar blue en los días previos, aumentaron los precios de la carne el viernes previo a las elecciones. Descontaban que Cristina rompería con Alberto, y así forzarían a la convocatoria a una Asamblea Legislativa, y hasta tenían un candidato de reemplazo para la presidencia: el filo-macrista Juan Schiaretti.
Pero el gobernador cordobés hizo una pésima elección en su provincia. El Frente de Todos se mantuvo como primera minoría en la Cámara de Diputados, y quedó a apenas dos votos del quorum en el Senado Nacional. Ni siquiera la oposición podría aspirar a presidir la Cámara Baja, cuya intención –que develaba su golpismo- había anticipado explícitamente en las semanas previas.
Así las cosas, la interna en Juntos por el Cambio se profundizó aún más. Rodríguez Larreta no consiguió su legitimación como candidato único del espacio. Varios radicales cobraron vuelo para competir por ese lugar. Y también Mauricio Macri y Patricia Bullrich, aunque la ex Ministra de Seguridad guarde rencor con Mauricio por haberle soltado la mano durante la negociación de las listas.
Los gobernadores peronistas, que soñaban con incrementar su influencia sobre el gobierno mediante la creación de un Bloque Federal, debieron guardar violín en bolsa, después de su decepcionante desempeño electoral, a excepción de los casos de Chaco y Tierra del Fuego.
En ese escenario, el tono de la contienda entre Alberto y Cristina se radicalizó aún más. La vicepresidencia le dio un ultimátum. O acierta por primera vez en su gestión, o la coalición vuela por los aires.
El miércoles tuvo lugar la última movida. El acto del Día de la Militancia pensado por la CGT, el “albertismo” y el Evita como respaldo para un Alberto que ya habría roto con Cristina, recibió la inesperada bendición de la vicepresidenta. La Cámpora hizo una movilización masiva y ordenada, llegando deliberadamente tarde para interrumpir el discurso del presidente.
Sin imágenes de Perón ni de Cristina en el escenario, el evento tuvo el tono líquido y lavado que caracteriza al “albertismo”. El discurso fue decepcionante, y Alberto sólo se preocupó por denunciar al macrismo y exigir internas para la confección de las listas en 2023, para “sacarle la lapicera a Cristina”. Poner el eje en las presidenciales de dentro de dos años cuando el país se va a pique no parece una decisión inteligente ni razonable.
En la práctica, Alberto trató en el evento de su “empoderamiento” -que terminó siéndole infiltrado-, de forzar ese acercamiento con el larretismo y la UCR que los resultados electorales impidieron blanquear.
Así el Gobierno Nacional afrontará lo que viene en las peores condiciones. Con el frente interno partido y con señales explícitas de que el cristinismo no acompañará cualquier negociación con el Fondo, y con una oposición lanzada a la disputa por la candidatura presidencial 2023 que le exigirá a cada uno de sus sectores competir por mostrar el mayor nivel de oposicionismo.
En síntesis, si alguien pensó que los resultados electorales traerían el orden y una cierta pacificación de la política argentina, es hora de que despierte de su sueño.