Alberto Fernández recibió una paliza histórica y la sociedad le bajó el pulgar a la malísima gestión del kirchnerismo

En unas PASO que fueron presentadas como un plebiscito de la gestión de Alberto Fernández, la sociedad argentina se expresó sin doble discurso. El Frente de Todos perdió en 18 de las 24 provincias, incluida la de Buenos Aires, la “madre de todas las batallas”.
A lo largo y ancho del país el oficialismo resignó votos, recibiendo una verdadera paliza. Mucho antes de esto había perdido toda credibilidad, destruyendo las ilusiones y las expectativas por las que se lo votó apenas dos años atrás.
En su Manual de Conducción Política Juan Domingo Perón sentenciaba: "En el arte de la conducción hay sólo una cosa cierta. Las empresas se juzgan por los éxitos, por sus resultados. Podríamos decir nosotros: ¡qué maravillosa conducción!, pero si fracasó, ¿de qué sirve? La conducción es un arte de ejecución simple: acierta el que gana y desacierta el que pierde. Y no hay otra cosa que hacer. La suprema elocuencia de la conducción está en que si es buena, resulta y si es mala, no resulta. Y es mala porque no resulta y es buena porque resulta. Juzgamos todo empíricamente, por sus resultados. Todas las demás consideraciones son inútiles."
Si de acertar se trata, el gobierno de Alberto Fernández presenta un raquitismo conmovedor. No sólo le encontró el agujero al mate a lo largo de estos dos años, sino que el propio Presidente protagonizó una serie de yerros y ejecutó una serie de acciones que sería difícil superar, incluso proponiéndoselo.
El Vacunatorio Vip, el Olivosgate, su espantoso diseño comunicacional, un gabinete en el que los funcionarios propios sólo expresaban continuidad con las políticas del gobierno de Mauricio Macri, cuando no una incapacidad a toda prueba.
Alberto no perdió este domingo. Viene perdiendo votos desde las PASO de 2019. Y cada día agrega nuevas razones para espantar a los votantes que confiaron en él.
Quedaba claro, antes de la jornada electoral, que la victoria sería del Frente de Todos, y la derrota exclusivamente suya. Y aunque esto resulte un poco injusto, ya que no fue el único en cometer errores, él es quien ejerce la presidencia. Nunca entendió a la sociedad, sus demandas, sus anhelos, sus necesidades. Y las pocas veces que acertó, no supo cómo capitalizarlo. Cristina Kirchner lo eligió sabiendo cómo era, no puede dejar de cargar con la responsabilidad.
La oposición celebra una victoria sin esfuerzo, ya que no sumó demasiado en relación con la elección de 2019. Le bastó con la bronca de la sociedad, con la impotencia de ver a una marioneta desempeñando la primera magistratura. No un títere, sino a un amoral. Alguien sin proyecto, sin programa y sin convicciones que destruyó la imagen de la autoridad pública. Hábil en declarar lo que el otro desea escuchar, sus contradicciones e inconsistencias resultaron cada vez más insoportables para un sufrido pueblo que esperaba un resurgir tras la destructiva experiencia del macrismo, y sólo encontró una opereta.
Y si bien Juntos por el Cambio celebra su reivindicación apenas dos años después de haber sido expulsado por las urnas, lo más llamativo de la jornada fue la confirmación de Javier Milei y la sorprendente elección de una izquierda que realizó la mejor de su historia, quedando en el tercer puesto a nivel nacional. ¿Se repetirán estos resultados en las generales? ¿Seguirán creciendo los libertarios y la izquierda? ¿Conservará Juntos por el Cambio a los votantes de las listas derrotadas en las internas? Y, sobre todo, ¿podrá el gobierno nacional revertir, o al menos mejorar, el papelón que protagonizó este domingo?.
El General Perón afirmaba que: “Yo he visto malos que se han vuelto buenos, pero no he visto jamás un bruto volverse inteligente.” De tanto escuchar a Bob Dylan y a Litto Nebbia, Alberto perdió contacto con la realidad. No es que sea malo, sino incompetente. Lo peor es que pretende ser experto en todo. Es necio por naturaleza. En su mediocridad indisimulable no acepta sugerencias, Sólo cede ante la fuerza.
Esto es tal vez lo más grave, ya que se puede remontar una derrota electoral, siempre y cuando se cuente con los atributos de la conducción: saber escuchar, saber persuadir, saber actuar. Ninguna de esas tres cualidades lo distinguen.
Cuando este domingo salió a dar su discurso, le ordenó a la militancia que inmediatamente se movilizara para “convencer” a los vecinos. No les pidió que saliera a escucharlos, a conocer sus necesidades, sus expectativas. Exigió salir a “bajar línea”. ¿Quién podría tomarlo en serio? ¿Quién podría obedecer sus órdenes, cuando todos los argentinos están convencidos que los conduce a la catástrofe?.
Apenas recibida una paliza histórica, su autocrítica se limitó a aceptar que “Algo no habremos hecho bien”. ¿Y qué fue lo que sí hizo bien? La única respuesta posible es el silencio.
No ya para ganar la elección en noviembre, sino simplemente para garantizar cierta gobernabilidad, Alberto Fernández debería dar un giro copernicano a sus políticas y cambiar a la mayor parte de su gabinete. Más aún, un elemental sentido patriótico le exigiría dar un paso al costado. ¿Será capaz de afrontar esos desafíos o, caso contrario, de aceptar su fracaso abandonar la función presidencial? En caso de continuar en la presidencia, ¿habrán muchos cuadros políticos valiosos dispuestos a ponerse a sus órdenes?.
Las PASO de este domingo fueron un punto de inflexión. Para el Gobierno fue un plebiscito en su contra. Le quedan dos años de Gobierno. Demasiado tiempo para una coalición política que jamás pudo acordar un programa y que viene naufragando desde antes de asumir.
“La única verdad es la realidad.”-afirmaba el General. Claro que Alberto nunca lo leyó. Y se nota demasiado.