En la noche del 13 de junio de 1982, cada soldado trataba de salir de la Guerra de Malvinas como podía. Llevaban dos días de combate. Explosiones constantes, tiros, el avance de la infantería, bengalas, millones de balas que se cruzaban, camaradas heridos arrastrándose y buscando protección detrás de una roca. La batalla estaba ya sin organización, instrucciones, jefes y nadie que dijera hacia dónde debían ir.