Los restos de Domingo Faustino Sarmiento llegaron a Buenos Aires en septiembre de 1888, tras fallecer el 11 de ese mes en la ciudad de Asunción, República del Paraguay.
Caminaba con alguna dificultad por una poliomelitis que había sufrido en su infancia, lo que no le impedía ser un excelente bailarín de tango pese a su gran físico y gran jugador de póker.