Sus padres lo nombraron Flavio, pero la vida lo bautizó como el Rasta, un ciudadano libre que se mueve con naturalidad en un enjambre de sirenas, arenas que borran sus propias huellas y espumas donde los rayos del sol rebotan bajo un cielo celeste que se parece al color de sus ojos, que miran el horizonte, como faros eficaces.