Poco después de la inesperada renuncia de Roberto Feletti, Mauricio Macri salió a formular una no menos inesperada reivindicación de Cristina Fernández.
El jueves pasado se realizó una reunión amplia del Gabinete nacional, otra vez con resultados decepcionantes. El Gobierno funciona de manera errática y contradictoria, y ni siquiera consigue acordar posiciones comunes. Y para peor, Alberto Fernández no participó del encuentro por segunda vez consecutiva, ya que ahora viajó a San Juan y dejó a sus ministros en banda. “Que se hagan cargo de tener un presidente como yo”, habrá pensado.
Alberto Fernández continúa su gira europea que, como la mayoría de sus acciones, es una falacia. Se decidió de improviso, prácticamente sin agenda, con el único objetivo de tomar distancia de la Argentina para consolidar desde el viejo continente su novedosa posición confrontativa con Cristina Kirchner.
Si bien la política argentina es, por naturaleza, espasmódica, ahora se ha convertido en un conventillo. El oficialismo es un territorio pantanoso, de declaraciones y amenazas cruzadas y palabras envenenadas, que definen un escenario de guerra total. No se discuten políticas desde hace mucho tiempo.
En Argentina la velocidad de los cambios no sorprende a nadie, aunque a cualquier observador externo posiblemente le provocarían taquicardia. Con lo cual, una lectura de la política, o bien cualquier premonición, es adaptable a la vorágine que suscita en el microclima.
Si bien el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, enfatizó su rechazo al impuesto a “renta inesperada” que propone Nación y anticipó que en el Congreso lo van a “rechazar”, pasó por alto que en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires rigen más de 30 impuestos sobre quienes producen y dan trabajo.