Alberto Fernández continúa su gira europea que, como la mayoría de sus acciones, es una falacia. Se decidió de improviso, prácticamente sin agenda, con el único objetivo de tomar distancia de la Argentina para consolidar desde el viejo continente su novedosa posición confrontativa con Cristina Kirchner.
Si bien la política argentina es, por naturaleza, espasmódica, ahora se ha convertido en un conventillo. El oficialismo es un territorio pantanoso, de declaraciones y amenazas cruzadas y palabras envenenadas, que definen un escenario de guerra total. No se discuten políticas desde hace mucho tiempo.
En Argentina la velocidad de los cambios no sorprende a nadie, aunque a cualquier observador externo posiblemente le provocarían taquicardia. Con lo cual, una lectura de la política, o bien cualquier premonición, es adaptable a la vorágine que suscita en el microclima.
Si bien el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, enfatizó su rechazo al impuesto a “renta inesperada” que propone Nación y anticipó que en el Congreso lo van a “rechazar”, pasó por alto que en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires rigen más de 30 impuestos sobre quienes producen y dan trabajo.
El Frente de Todos Peleados se desintegra cada día. No lo hace de manera silenciosa, sino que sus principales referentes tienen un punto de coincidencia: convertir a la coalición oficialista en un gallinero, donde se manifiestan a través de desafíos, amenazas y descalificaciones cruzadas.
Cuando en la celebración del 40 aniversario del inicio de la Guerra de Malvinas Cristina le regaló a Alberto Fernández un ejemplar del libro “Diario de una temporada en el quinto piso.”, de Juan Carlos Torre, con motivo de su cumpleaños, generó un revuelo inusitado dentro del mundillo político argento.