Cristina Fernández y Mauricio Macri componen la sociedad política más exitosa desde la vuelta de la democracia en 1983. Una sociedad tácita, basada en denuncias y descalificaciones mutuas, pero que ha sido muy redituable para ambos. Para la sociedad argentina, en cambio, sus consecuencias han sido nefastas.
El OlivosGate impactó, y mucho, al interior del Frente de Todos. No por la publicidad que le dieron los medios opositores, que al fin y al cabo denunciarán cualquier cosa buena, mala o regular que haga el oficialismo. El temor es a la reacción social en las urnas. Y a esa aún impredecible reacción social debe sumarse la actitud de las agrupaciones, sindicatos, movimientos sociales y candidatos que fueron excluidos de las listas.
Esta vez no fueron las declaraciones de Alberto Fernández. No afirmó que “veníamos de los barcos”, ni convirtió a “Macacha” Güemes de hermana en esposa, ni aseguró que “entre la vida y la economía se quedaba con la vida”.
Ese mismo día hubo gente que no pudo ir a un velorio, acuérdense lo que era cruzar rutas provinciales, advirtió el dirigente radical.
El reparto de candidaturas es una radiografía muy confiable del reparto de poder al interior de la coalición gobernante. Hubo ganadores y perdedores. Pero tal vez lo más llamativo es la devaluación del poder de Cristina Fernández de Kirchner, que diseñó una alianza para ganarle al macrismo en 2019, y ahora esa misma alianza ha terminado por licuar su propia autoridad.