Esta semana Sergio Massa les dio la razón a los que sostenían que la única manera de incrementar las chances electorales de UxP consistía en tomar la iniciativa. Abandonar la procrastinación socialdemócrata albertista para asumir una actitud enérgica, sostenida sobre realizaciones concretas. “Más peronismo”, en definitiva. Y el candidato lo comprendió a la perfección.
Tras la derrota electoral de 2019, Mauricio Macri se llamó sensatamente a silencio. Los resultados de su gestión habían sido desastrosos para la gran mayoría de los argentinos, y dejaba al país con un salvavidas de plomo que nos condicionará durante décadas: el endeudamiento con el FMI y la deuda contraída con acreedores privados.
No cabe duda de que las elecciones de este año son las más complejas e imprevisibles desde que se reinstaló la democracia en 1983. Tal vez tendríamos que remontarnos a las de 2003, cuando a la salida de una gravísima crisis política, económica y social la fragmentación del electorado y la atomización de las opciones políticas permitió que Néstor Kirchner accediera a la presidencia con poco más del 21 por ciento de los votos. Si bien la crisis actual tiene características propias, los rasgos de fragmentación y atomización son fácilmente perceptibles.
En los últimos días los saqueos ocuparon el centro de la escena argentina. Más allá de los debates acerca de las responsabilidades en su orquestación, las acciones de ese tipo siempre son la contratacara de un vacío de poder institucional.
La semana posterior a la sorpresa de las PASO del domingo pasado fue arrolladora. El mismo lunes a primera hora los argentinos nos desayunamos con una devaluación del 22 por ciento y un incremento del 21 en la tasa de interés en la tasa de plazos fijos, sin anuncio ni explicación oficial de por medio, inmediatamente se replicó en un incremento de alrededor del 25 en las góndolas y un dólar blue que trepó hasta los 800, para quedar en 780 pesos en el cierre del miércoles.