El experimento económico de Javier Milei es el juguete del momento de un grupo de teóricos y empresarios que buscan un precedente para confirmar su hipótesis: el Estado, por mínima que sea su intervención, es muy malo para la prosperidad.
Durante la campaña electoral, Javier Milei fue artífice del acierto que lo ubicó en el lugar que ocupa: decir exactamente lo que la gente quería escuchar, en el momento preciso. Las catastróficas circunstancias del país fueron el mejor caldo de cultivo para un efectivo discurso cargado de ansias de “libertad”.
Pasó poco más del primer mes de Gobierno, con los primeros tropiezos, de los esperados por la inexperiencia, y de los no tanto, los propios, por la ingenuidad. No han sido tantos, pero sí tontos.
Se fue un año cuyo amargo sabor nos ha impedido disfrutar de las cosas simples, como el exquisito aroma a café de cada mañana, un mate distendido o preparar una rica comida sin dejar de pensar qué podremos traer a nuestra mesa al día siguiente.
Aunque parece más tiempo, el Gobierno de Javier Milei ha asumido hace tan solo unos días. En este tiempo, junto a sus ministros (como Patricia Bullrich y Luis Toto Caputo) anunció un brutal plan de ajuste económico: la devaluación más fuerte de los últimos 20 años, un fuerte ajuste fiscal, tarifazos y despidos.
“Yo no lo voté para esto”, es una de las frases que más suenan en la calle, en el comercio del barrio, en el transporte público, apenas días después de la asunción del presidente Javier Milei. Gran parte del electorado que apostó a un cambio, confiado en las premisas de su campaña, se sienten profundamente defraudados tras conocerse las primeras medidas económicas anunciadas por el ministro de Economía, Luis Caputo.