“Los vengo a convocar, sin distinciones, a poner a la Argentina de pie para que comience a caminar, paso tras paso, con dignidad, rumbo al desarrollo con justicia social. Ello supone, antes que nada, recuperar un conjunto de equilibrios sociales, económicos y productivos que hoy no tenemos. Tenemos que superar el muro del rencor y del odio entre los argentinos, tenemos que superar el muro del hambre que deja a millones de hombres y de mujeres afuera de la mesa que nos es común”, pronunciaba Alberto Fernández el 10 de diciembre de 2019, al asumir como presidente de la Nación.
La Copa del Mundo quedó en manos de la Selección Argentina y el pueblo aún se mantiene con la felicidad viva desde el primer momento. Sin embargo, los únicos que no pudieron ni verla de cerca, fueron aquellos funcionarios del Gobierno que quisieron hacer algo de política partidaria.
“Siempre juntos, siempre unidos. Somos campeones del mundo”. Este mensaje pasaría desapercibido si fuera uno más de los que replicaron millones de compatriotas en sus redes sociales, pero no es el caso. Las palabras en las que se adjudica la victoria pertenecen al presidente Alberto Fernández, quien paradójicamente desde que asumió, lo único que hizo fue generarles infelicidad a los habitantes del país que aún intenta gobernar.
Resulta propicio entender como la crisis argentina se agrava y aún el Sillón de Rivadavia sigue siendo el asiento del presidente Alberto Fernández. Nadie logra entender como el jefe de Estado con mayor imagen negativa de la historia, aún mantiene la banda presidencial.
Alberto Fernández aprovecha el momento de debilidad que padece Cristina Kirchner, su máximo enemigo interno, para caldear una nueva candidatura presidencial de cara a 2023. Ni su paupérrima gestión ni sus problemas de salud le quitan la idea fija: una reelección en la que pueda sacarse de encima a esa mujer que le pisa los talones, le pone palos en la rueda y mantiene su mente atormentada.