Se acomoda la corbata y digiere, de a poco, un chicle de menta para poder sacarse el aliento a vino tinto barato que estuvo bebiendo la noche anterior. Algunas pastillas para poder despertar y omitir la “resaca”, pero las ojeras lo exponen. Míster Whisky and Soda, un personaje desprolijo, tanto en el exterior como la intimidad.
El jefe de Estado Alberto Fernández se ha convertido en un meme, más bien quedó definido cono el máximo responsable de que el Sillón de Rivadavia se haya devaluado a un mísero asiento común. La investidura presidencial se inclinó hacia la vestimenta típica de una “vedetonga”.
“Miren, se me mejoró la voz y todo”, fue la chicana que disparó Cristina Kirchner tras enterarse de la renuncia de Martín Guzmán al Ministerio de Economía mientras estaba en Ensenada dando un discurso en el marco del acto homenaje a Juan Domingo Perón. Hace poco más de un año, la vicepresidenta ya lo había declarado su “enemigo” cuando quiso mover fichas en la Secretaría de Energía, un área que, según la exmandataria, no era de su incumbencia.
Mientras la clase gobernante se entretiene en el enredo de una interna feroz que tiene al peronismo en crisis, en un melodrama que presenta como protagonistas a Alberto Fernández (responsable de la decepción del pueblo), Cristina Fernández de Kirchner (como lanzallamas y dueña del circo) y Máximo Kirchner (francotirador k), -con los argentinos como rehenes-, el escenario político 2023 se desdibuja en una incertidumbre alarmante, con una economía en ruinas que nadie logra reconstruir.