Cuando los candidatos a la presidencia están en plena campaña y lo único que les interesa es ganar las elecciones, el eje del discurso suele estar en las cuestiones que el votante quiere escuchar: empleo, crecimiento, bienestar. Sin embargo, una vez que logran su cometido y satisfacen su ambición de poder, la oratoria se corre de lugar y comienza a focalizarse en la famosa y “pesada herencia” de la gestión anterior.
Cuando nadie lo esperaba y sin previo aviso, el Gobierno nacional oficializó sus intenciones de retomar con el Fútbol para Todos, mediante la presentación de un proyecto legislativo. Pan y circo en medio del desastre económico que, según dicen, “no significará un gasto para el Estado”.
El contenido de este título no es arbitrario. Podría decirse que el Gobierno de Alberto Fernández es, a nivel fáctico, pro-inflación. No cabe otra explicación. ¿Por qué? Porque hay solo dos alternativas que lo definen como tal: no la resuelven porque no saben, o porque no quieren. En el primer caso, sería no solo decepcionante, sino además peligroso, que seamos rehenes de una clase dirigente ignorante; en el segundo, estaríamos siendo asfixiados por una clase dirigente prepotente, que denigra al pueblo. ¿Cuál de las dos opciones es más grave? Están cabeza a cabeza.
La devaluación monetaria, el Riesgo País y la inflación son raíces claras de lo que acontece en grietas oficialistas, las mismas que ponen en jaque la estabilidad del país a medida que pasan los días. En el trasfondo de caos, el Fondo Monetario Internacional (FMI) se frota las manos para visualizar su porción de Argentina en el plato financiero.
El último mes del 2021 visto en perspectiva, ha sido de lo más “divertido” –entre comillas- y vergonzoso del año en lo que respecta al Congreso de la Nación, un conjunto de papelones por donde se lo mire que protagonizaron los legisladores oficialistas en algunos casos y opositores, en otros, que dan cuenta de la (ir)responsabilidad política de los funcionarios electos por la voluntad popular.