La desidia, la improvisación y la metodología de atar con alambre las problemáticas que día a día agravan la crisis que atraviesa la Argentina ya se han convertido en un rasgo característico del Gobierno que prometía desintoxicar al país de los males gestados durante la gestión anterior.
Desde que terminó su mandato como diputada nacional, Gabriela Cerruti, fue reacomodada en el Gobierno de la mano del presidente Alberto Fernández, quien la designó como portavoz oficial de la Casa Rosada.
¡Qué lío, Alberto Fernández! Cuando el Presidente esperaba un escenario de transitoria y silenciosa paz, tras llegar a un arduo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), se le reveló la tropa y sacaron a relucir todas las internas que hay en el Frente de Todos.
Cuando los candidatos a la presidencia están en plena campaña y lo único que les interesa es ganar las elecciones, el eje del discurso suele estar en las cuestiones que el votante quiere escuchar: empleo, crecimiento, bienestar. Sin embargo, una vez que logran su cometido y satisfacen su ambición de poder, la oratoria se corre de lugar y comienza a focalizarse en la famosa y “pesada herencia” de la gestión anterior.
Cuando nadie lo esperaba y sin previo aviso, el Gobierno nacional oficializó sus intenciones de retomar con el Fútbol para Todos, mediante la presentación de un proyecto legislativo. Pan y circo en medio del desastre económico que, según dicen, “no significará un gasto para el Estado”.
El contenido de este título no es arbitrario. Podría decirse que el Gobierno de Alberto Fernández es, a nivel fáctico, pro-inflación. No cabe otra explicación. ¿Por qué? Porque hay solo dos alternativas que lo definen como tal: no la resuelven porque no saben, o porque no quieren. En el primer caso, sería no solo decepcionante, sino además peligroso, que seamos rehenes de una clase dirigente ignorante; en el segundo, estaríamos siendo asfixiados por una clase dirigente prepotente, que denigra al pueblo. ¿Cuál de las dos opciones es más grave? Están cabeza a cabeza.