“Siempre juntos, siempre unidos. Somos campeones del mundo”. Este mensaje pasaría desapercibido si fuera uno más de los que replicaron millones de compatriotas en sus redes sociales, pero no es el caso. Las palabras en las que se adjudica la victoria pertenecen al presidente Alberto Fernández, quien paradójicamente desde que asumió, lo único que hizo fue generarles infelicidad a los habitantes del país que aún intenta gobernar.
Resulta propicio entender como la crisis argentina se agrava y aún el Sillón de Rivadavia sigue siendo el asiento del presidente Alberto Fernández. Nadie logra entender como el jefe de Estado con mayor imagen negativa de la historia, aún mantiene la banda presidencial.
Alberto Fernández aprovecha el momento de debilidad que padece Cristina Kirchner, su máximo enemigo interno, para caldear una nueva candidatura presidencial de cara a 2023. Ni su paupérrima gestión ni sus problemas de salud le quitan la idea fija: una reelección en la que pueda sacarse de encima a esa mujer que le pisa los talones, le pone palos en la rueda y mantiene su mente atormentada.
Aunque falten ocho meses para que se inicie, formalmente, el proceso electoral, en el gobierno nacional y en Juntos por el Cambio (JxC) se respira un aire viciado por las votaciones del próximo año. Sobre todo en la oposición, donde se vive un proceso de reorganización y discusión de poder con final abierto.
La semana pasada, el presidente Alberto Fernández se las arregló perfectamente para evitar su presencia en el acto que encabezó Cristina Fernández de Kirchner en La Plata, donde convocó a más de 50 mil militantes que le rogaban que vuelva al Gobierno, como si no fuera parte del mismo en este crítico momento político y socioeconómico.
En el último mes, el presidente Alberto Fernández sufrió una verdadera sangría en su elenco: dos ministros que estaban de licencia como intendentes ya volvieron a sus distritos; la ministra de Mujeres renunció criticando un operativo (contra supuestos mapuches) de la cartera de Seguridad.