La pandemia del coronavirus le viene sirviendo al Gobierno como excusa de todas sus falencias y también como pantalla de humo para intentar opacar las drásticas decisiones que afectan cada día más gravemente a la población, con impacto central en la clase media. Un sector que carece de las acaudaladas cuentas bancarias de la clase alta, y de las asignaciones sociales que recibe la clase baja.
Hace tan solo tres semanas atrás, el presidente Alberto Fernández anticipaba en el Senado de la Nación una reforma judicial que se aproxima, la cual despierta críticas y resquemores en la oposición, por la búsqueda de impunidad ante los hechos de corrupción K.
Los incidentes registrados este fin de semana en Lago Puelo, cuando la comitiva presidencial fue atacada con furia por un grupo de manifestantes, constituyen apenas una muestra del estado en el que se encuentra la ciudadanía frente a la inoperancia y la constante asfixia a la que es sometida por los gobernantes, en un contexto de creciente desapobación de la gestión.
El pasado lunes 1 de marzo, como todo primer día hábil del tercer mes del año, el presidente de la Nación llevó adelante su clásico discurso ante el Poder Legislativo desde el Senado y adelantó lo que el Ejecutivo se propone llevar a cabo durante el venidero año.
Hace un calor sofocante ese 24 de febrero de 1946, cuando el General Juan Domingo Perón gana las elecciones legítimamente, sin fraude de por medio, terminando con 18 años de oprobio conservador, donde mediante repudiables artimañas se burlaban del pueblo haciendo figurar y votar hasta a los muertos en las listas de sufragantes.