La pandemia caló hondo en la clase media-baja argentina; una clase que ya venía golpeada, pero que el coronavirus terminó por darle la estocada final. El panorama es grave y nada indica que mejore en los próximos meses.
La semana pasada se dio un hecho inédito en nuestro país, que tuvo en vilo durante varias horas tanto al ámbito político como a los ciudadanos de todo el territorio, quienes a través de los medios de comunicación fueron testigos de un espectáculo nefasto que solo sirvió para echar sal a las heridas que aún tiene abiertas nuestra dañada Argentina.
Vuela alto mi niño, que suene tu redoblante tan fuerte que no le dé paz a quienes te hicieron tanto daño”, escribió Cristina Castro luego de conocerse oficialmente que los restos hallados el 15 de agosto pasado en la zona de Villarino Viejo, provincia de Buenos Aires, pertenecen a su hijo, Facundo Astudillo Castro.
Día a día, el Gobierno brinda una nueva señal de alarma sobre el crecimiento de los contagios de Covid-19, acompañada de mensajes dirigidos a la “concientización”, repetidos hasta el cansancio: mantener la correspondiente distancia, usar tapabocas, tratar de seguir encerrados, no reunirse, etcétera. Incluso pone su energía en recomendar acercamientos sexuales únicamente por la vía virtual, e insta a la población a no reír, cantar ni gritar para evitar la propagación de la enfermedad. Es decir, si te quedaba una pizca de alegría después de 160 días de confinamiento, debacle socioeconómica y crisis, hay que reprimirla.
El proyecto de reforma judicial está listo para ser tratado esta semana en el Senado. En su última jugada durante el debate de comisiones, el kirchnerismo agregó una polémica cláusula contra los medios de comunicación.