La grieta ideológica argentina de los últimos años, que parecía cicatrizar de a poco a través de la integración de fuerzas que viene ensayando el nuevo Gobierno, volvió a tomar protagonismo con el descubrimiento de los escandalosos actos de espionaje contra periodistas, dirigentes y figuras clave de la escena política llevados a cabo por el macrismo.
“No somos esclavos”, “La libertad no se negocia”, “Se va a acabar la dictadura de los K”, “Soros o Perón” y “Basta con la violación de derechos” fueron solo algunas de las consignas que alzaron los inefables militantes anticuarentena, horda de macristas, libertarios y teóricos de las más diversas conspiraciones que se congregaron este sábado en distintos puntos del país para exigir el fin del aislamiento obligatorio.
La rápida decisión del Gobierno de ubicar al pueblo en cuarentena, que a mediados de marzo la mayor parte del país aplaudía y miraba con ojos benevolentes, a dos meses de su inicio adquiere otro significado. La opinión de los argentinos comienza a darse vuelta de manera proporcional a sus padecimientos.
El coronavirus en las villas porteñas no da tregua. A la fecha, son 1.201 los infectados y representan el 30 por ciento de los casos de la ciudad de Buenos Aires. La asistencia alimentaria y sanitaria llegó demasiado tarde y el brote le dio un cachetazo al gobierno local, provincial y nacional.
La problemática de la pandemia vino a mostrarle al mundo lo frágil que puede ser el hombre frente a aquellos sucesos que escapan a su control, y también a poner de relieve los males que aquejan a cada nación desde hace años.