Al inicio de la pandemia, cuando el presidente Alberto Fernández dispuso todos los frentes de su Gobierno a la lucha contra el Covid-19, los países del Primer Mundo lo aplaudían por su gran “poder de conducción” frente a la amenaza global. Pero esas flores que se agachaba a recoger y lanzaba al cielo en cada conferencia llena de estadísticas comparativas que le inflaban el pecho, comenzaron a echar un olor fétido en sus propias manos, cuando la Argentina comenzó a desmoronarse como un endeble castillo de naipes.
Los incendios en Argentina no se detienen. El Ministerio de Ambiente confirmó en las últimas horas que en 14 provincias se registran 49 focos de incendio que se multiplican en zonas rurales y boscosas.
El escandaloso suceso que sacudió a la escena política y a la opinión pública argentina y del mundo la semana pasada, cuando el (ahora ex) diputado salteño Juan Emilio Ameri no pudo contener su impulso sexual hacia su novia, Celeste Burgos, en medio de una sesión virtual, fue el corolario perfecto para ilustrar el explícito rechazo del presidente Alberto Fernández hacia la “meritocracia”.
La pandemia caló hondo en la clase media-baja argentina; una clase que ya venía golpeada, pero que el coronavirus terminó por darle la estocada final. El panorama es grave y nada indica que mejore en los próximos meses.
La semana pasada se dio un hecho inédito en nuestro país, que tuvo en vilo durante varias horas tanto al ámbito político como a los ciudadanos de todo el territorio, quienes a través de los medios de comunicación fueron testigos de un espectáculo nefasto que solo sirvió para echar sal a las heridas que aún tiene abiertas nuestra dañada Argentina.