Por Andrés Bustos Fierro, especial para NOVA
La narrativa que demonizó al kirchnerismo estalla en el corazón del poder libertario.
Durante años, la K fue convertida por la prensa hegemónica en sinónimo de corrupción para estigmatizar al kirchnerismo.
Hoy, ese mismo símbolo regresa como un boomerang en el núcleo del oficialismo: la K de Karina Milei concentra denuncias que dinamitan la épica del “fin de la casta” y exponen un sistema donde el acceso al poder se transforma en mercancía.
El caso más escandaloso es el “3 por ciento”: retornos que Karina Milei habría exigido a empresarios y funcionarios como condición para contratos y designaciones.
A esto se suma una práctica aún más corrosiva: cobrar por gestionar reuniones con el propio Presidente.
Si el acceso a Javier Milei se tarifa desde la Secretaría General, la promesa de pureza institucional no solo se desmorona: se convierte en negocio.
El panorama se agrava con $LIBRA, la criptomoneda que el Presidente promocionó ya en funciones y que terminó denunciada como estafa.
Una operación que capitalizó su investidura para legitimar un proyecto financiero opaco y que dejó miles de damnificados.
Y no es un hecho aislado: la licitación del Banco Nación, señalada por beneficiar a una empresa vinculada a Martín Menem, reeditó viejas prácticas de direccionamiento bajo el disfraz de “eficiencia”.
Nada de esto es casual. Son piezas de una misma maquinaria: tercerización del Estado, privatización de funciones públicas, peajes de poder y tráfico de influencias.
Los libertarios construyeron un relato de superioridad moral para llegar al poder, pero gobernar exige transparencia real, no consignas.
Cuando el “anticasta” termina replicando aquello que decía combatir, lo que se derrumba no es solo un gobierno: se derrumba una narrativa. Ni Laje ni la diputada rubia pueden distraer lo suficiente esta vez.
La paradoja es brutal: la K que durante años fue utilizada para demonizar al peronismo, hoy reaparece en Karina Milei como marca del oficialismo.
No se trata de la corrupción de una letra, sino de la lógica de un sistema que premia el atajo, el retorno y la caja paralela.
Cuando la política se somete al negocio, el Estado deja de ser herramienta de derechos para transformarse en plataforma de rentas privadas.
Y aquí surge un dato comunicacional de alto voltaje. En tiempos de disputa de sentidos —donde los think tanks libertarios intentan avasallar la memoria histórica del movimiento popular más grande de Hispanoamérica—, irrumpe esta oportunidad inesperada para el pueblo peronista: llenar de nuevo a la K de contenido, pero esta vez para señalar la corrupción mileísta.
En términos cinematográficos, un verdadero plot twist. Porque al final del día, los significados siempre están en disputa.
La lección es clara: los slogans no sustituyen a las instituciones, y la épica libertaria no alcanza para tapar coimas, peajes de poder ni licitaciones a medida. La realidad se impone sobre el relato.
Y hoy, la realidad es que la K de Karina funciona como espejo: refleja la crisis ética de un proyecto que prometió barrer con la casta y terminó reproduciendo su peor versión.








Seguí todas las noticias de Agencia NOVA en Google News



