Evita no pasó desapercibida. Su estilo, su modo de hablar, su capacidad para mirar a los ojos sin bajar la cabeza ni frente a un príncipe, generaron fascinación y desconcierto entre la realeza. La Medalla de Oro que recibió reconocía no sólo su figura política, sino su rol en la defensa de los derechos sociales, algo poco habitual en ese tipo de encuentros protocolares.

La gira europea de Evita, tan discutida por algunos sectores de poder, sirvió para posicionar a la Argentina como un actor internacional con peso propio, y a ella como una figura que no respondía a los moldes tradicionales de la política o de la diplomacia.

Hoy, 77 años después, su paso por Mónaco sigue siendo una postal imborrable de esa mujer que rompía esquemas y que, con cada paso, ponía el cuerpo por los que no tenían voz. En la Riviera francesa, ese día, el brillo no vino de las joyas reales, sino de la dignidad de Evita.