
Por Miguel Dao (*), especial para NOVA
El mundillo del coleccionismo de revistas está poblado por una fauna variopinta.
En mi búsqueda por décadas en pos de rescatar aquellas primeras lecturas de la infancia, me he topado con todo tipo de material.
En cuevas, ferias, parques, anticuarios, casas, siempre aparecía algo, aunque no fuera exactamente lo que yo ansiaba encontrar.
Al principio, mi interés se centraba exclusivamente en completar mis colecciones y descartaba cualquier otra publicación.
Pero pronto me dí cuenta que por ese camino siempre iba a ser punto, nunca banca. Presa fácil de los ávidos mercaderes del rubro.
Así, cuando encontraba ejemplares repetidos a bajo precio o títulos que no me interesaban, pero que sabía podían interesar a otros, aprovechaba la oportunidad , para un canje o venta posterior.
La revista Lúpin es uno de estos casos.
En la época dorada de los '60, donde se editaban carradas de títulos de historietas cómicas, un día (de 1966, para ser preciso), me llamó la atención en el kiosco su primer número.
Los números 1 me atraían, dado que ansiaba tener los de Andanzas de Patoruzú y Correrías de Patoruzito. De ese modo, compré todos mis contemporáneos: Locuras de Isidoro, Antifaz y Lúpin, entre las que más cotizan hoy día en el mercado.
A Lúpin la seguí comprando durante diez o doce números.
Las historietas, si bien no me deslumbraban, me parecían entretenidas. Pero había demasiadas páginas que pasaba de largo. Las dedicadas a planos de electrónica, aeromodelismo, barriletes, búmeranes, etc.
De modo que los pocos ejemplares comprados quedaron por ahí, y desaparecieron posteriormente con el resto de las revistas que componían mi amplia colección infanto-juvenil, cuando regalé todo creyéndome definitivamente adulto.
Volviendo al principio... Cuando en mis travesías de coleccionista encontré varios lotes de Lúpin los compré para negociar. Antes los ojeé, por supuesto .
La impresión sobre las historietas fue parecida a la que tuve en mi infancia.
Es decir que valores historietìsticos no faltaban, pero no resultaban suficientes para arrepentirme de mi intenciòn inicial de ponerlas en venta, cosa que me solía pasar con lo que en un principio adquiría con la idea de negociar y terminaba incorporando a mi colección.
Fue entonces, al poner el lote en el mercado, que me dí cuenta que los fánaticos de la revista lo son tanto como los de Quinterno o Ferré, pero de una categoría aparte.
La mayoría de los coleccionistas de Lúpin han sido estudiantes del "Industrial", que se apasionaban por esos mismos planitos que yo desdeñaba.
Me volvían loco preguntándome en los sitios web de venta, si tal o cual número traía el plano del avión aerodinámico, del radiotransistor o de la lanchita a pilas.
Ya un poco cansado, le contesté a uno : "Mirá... yo entiendo de historietas, no de planitos".
Otra característica de este tipo de coleccionista, es que rastrea en las publicaciones más inverosímiles. Puede haber un tipo vendiendo "La Chacra", que siempre aparece en preguntas al vendedor, la clásica "Tenés Lúpin???", que terminamos convirtiendo en chascarrillo con algunos amigos.
Uno de los compradores de mi lote, fue un ingeniero electrónico radicado en Estados Unidos. Cuando se presenta vía mail, me escribe: "Te imaginarás, a esta altura, que estos planitos para mí son como el libro de lectura de primer grado...".
Con lo cual se corrobora que todos andamos atrás del objeto perdido de la infancia, no por el objeto en sí, sino por la fantasía de recuperar la infancia misma.
Pero, repito, lo mìo son las historietas.
Por ende, para los pocos que, aparte de los planos, gustan de ellas, va dedicada esta nota, que intenta aportar datos, curiosidades, detalles, sobre la revista Lúpin.
Destaquemos a sus hacedores principales.
Guillermo Guerrero (1923-2009) fue autor de Lúpin, Piedrito y Saurito, Al Feñique, Mosca Kid, Los Tres Mosqueteros: Moscato, Oporto y Anís, entre otros. Un dibujante siempre correcto, aunque un tanto esquemático en personajes, argumentos y dibujos.
El otro puntal de Lúpin, Héctor Sídoli (1923-2006), que firmaba con el seudónimo Dol, aportaba a mi criterio lo mejor de la "revistucha", que asì la denominaban los mismos directores. Su estilo era más suelto y personal que el de Guerrero. Y solía destacarse en lo humorístico con Bicho y Gordi, Saltapones el hombre práctico, al tiempo que practicaba con ingenio la ciencia ficción en Resorte, el ayudante del Profe.
Ambos tenían una larga trayectoria previa al lanzamiento de la revista Lúpin en 1966.
Guerrero se inicia en el '38 como ayudante de Lino Palacio. Aparece con firma propia en un primer intento editorial de Héctor Torino (el autor de Conventillo), la revista Bichofeo, de corta vida (1944/45). Allí el futuro creador de Lúpin dibujaba tres tiras: Rubita, Tanguito y Langosta y Lere Lere.
La primera desarrolla las peripecias de una rubia tonta, la segunda se mueve en un ambiente arrabalero, mientras que la última acude al tópico del gallego bruto, que ya venía explotando Lino Palacio con su Ramona, desde hacía quince años. En el caso la variante consistía en que el personaje era andaluz, y posiblemente cantaor, de ahí su nombre. Luego, en 1947, pasa a integrar las huestes de Divito en Rico Tipo.
Son de destacar dos creaciones de Guerrero en Nicolita y su Pandilla (Ediciones Torino, 1960) : La Isla de los Caníbales (número 2) y Joe Flip, el Mecánico (número 5, primera aparición del personaje). No podían estar ausentes los aviones que aparecen desde los primeros cuadros en ambas historietas.
Lúpin (derivado de castellanizar looping, que en inglés significa "dando vueltas") no nace en la revista del mismo nombre como suele suponerse, sino en Capicúa número 1, de octubre de 1959, cuando Adolfo Mazzone inauguraba su propia editorial.
Allí el personaje no bien recibe su brevet de vuelo, corre inmediatamente al banco a retirar los ahorros que le permitirán comprar el viejo aeroplano, con el que de ahí en más, correrá todas sus aventuras. Otra curiosidad: quien se lo vende es Gafas, personaje que tendrá continuidad a lo largo de la serie.
El comienzo de la historieta se emparenta con el primer episodio de Langostino, de Ferro, aparecido en 1945, en el número 1 del semanario Patoruzito. Las diferencias posteriores en el desarrollo y estilo de ambas historietas resultan más que notorias.
Mientras el piloto, en general, observa las leyes del verosímil, el marino se desentiende por completo de ellas. Por eso, lejos de tratarse de un plagio, lo que muy probablemente hizo Guerrero fue rendir tributo al maestro Ferro.
Se puede advertir que con el correr del tiempo la punteaguda nariz de Lúpin se fue moderando un poco, hasta llegar a parecerse a la del Presidente Kichner, a quien apodaban con el nombre del piloto.
Durante los números siguientes, en Capicúa, también aparecen el padre y el abuelo del personaje. Idénticos a él, con la única diferencia de bigote y canas.
El número 160 de Capicúa, de enero del '66, es la última aparición que registro de Lúpin allí. El 161 no lo tengo, y en el 162 ya no está. Lo mismo sucede con Resorte, el ayudante del profe, de Dol -al igual que Guerrero, empleado de Divito- que también venía publicándose regularmente en Capicúa, desde el número 9 (abril del '60).
Registro una aparición de Dol, inmediatamente anterior a su ingreso a Capicúa. Se trata de Manija el cameraman, publicada en La Barra de Pascualín (Ediciones Torino) número 19, de enero del '60 .
O sea que Guerrero y Sidoli (Dol), compañeros en Rico Tipo, habiendo trabajado ambos para Torino, llegan prácticamente juntos a la editorial de Mazzone, y se van al unísono para fundar su propia revista. Una amistad singular que culmina en sociedad.
Divito es quien propicia el éxodo, financiando el proyecto de Lúpin.
A diferencia de las otras editoriales, Guerrero y Sidoli fueron conservadores y no se diversificaron en títulos (la época de oro de la historieta cómica ya había empezado a declinar, por otra parte). Apenas los Suplementos, que cotizan muy bien hoy día.
A más de continuar con las mismas historietas que hacían en la editorial de Mazzone, en la revista Lúpin las novedades llegaron por parejas: Piedrito y Saurio (Guerrero) y Bicho y Gordi (Dol, firmando como “Sol”, con solcito incluido en la o).
Piedrito y Saurio, la historieta prehistórica de Guerrero, es superior en dibujo a Lúpin o Al Feñique, de líneas un tanto estandarizadas como ya apunté. Se emparenta con el trazo más suelto de Mosca Kid o Moscato, Oporto y Anís. Todas las nombradas aparecieron primero en Editorial Mazzone y terminan más tarde o más temprano recalando en la revista Lúpin.
Dol, con un nivel de osadía gráfica y argumental que superó siempre al de Guerrero, inaugura una gran historieta. La desfachatez del Bubi, personaje secundario de Bicho y Gordi, lo mismo que los cartelitos delirantes que pueblan las viñetas, constituyen hallazgos singulares de vanguardia y emparentan a Dol con Vidal Dávila e incluso con Battaglia.
Sus personajes -aún exagerados- nunca se apartan demasiado de la realidad. Y la pizca de desfachatez o delirio con que los dota, los torna queribles. En Saltapones, por ejemplo, se compruebo una vez más que destila ingenio y habilidad narrativa. Este inventor -y más que inventor "hombre práctico", como se añadía con ironía en el subtítulo- casero, de una época en la que todavía se podía armar artesanalmente algo en la casa, tiene sin dudas características de su autor (recuérdense los planitos de la Lúpin). Y es muy humana la obstinación en convencer a su mujer del talento que posee. No necesariamente se trataba de un chanta, ni de que sus inventos fracasaran, pero sí traían efectos colaterales.
A más de sus directores, el staff de Lúpin estaba conformado por sólidos profesionales del dibujo, que merecen destacarse:
Abel Ianiro, extraordinario dibujante, que había creado en Leoplán a Tóxico y Biberón, luego trasladados a Capicúa, elije para debutar en Lúpin una tira que venía haciendo desde 1944 en Rico Tipo: Purapinta.
Pedro Seguí era colaborador de Mazzone no sólo en las revistas de historietas, sino que además figuraba habitualmente en Loco Lindo, de perfil similar a Rico Tipo, y que intentaba competir con ésta. El personaje que aparece en el nro. 1 de Lúpin, Johnny Retruenos, tiene su antecedente en otro cow-boy suyo, ideado para Capicúa: Jeff Tripas, aunque hay que decir que en las publicaciones de Mazzone, abundaban las parodias del oeste (El Sheriff de Cananá City y Barbastón, de Jorge Toro, Bronca Ley, de Ferroni, El Rebelde, de Saborido, El Justiciero, de Gallito).
Con el correr de los números de Lúpin, Seguí incorpora una segunda serie que también se puede encontrar en revistas de Mazzone: Tuerkito y Gasolina. En ambas historietas, son otros dibujantes los que terminan haciéndose cargo.
Männken es uno de los que toma la posta en Johnny Retruenos. Firma allí con su verdadero apellido -Braxator-. Pero aún si no lo hiciese, su trazo, a medio camino entre lo cómico y lo serio, resulta inconfundible. Como Männken, sus historietas se pueden hallar en todo Mazzone. También asumió -sin firmar y por temporadas- los personajes de aquél, principalmente Batilio, donde a pesar del esfuerzo por mimetizarse con el creador original, se constata indubitablemente su estilo.
Finalmente, entre los muy buenos dibujantes del staff de Mazzone que acompañaron a Guerrero y a Dol en la flamante Lúpin, se encuentra Ferroni. que firmaba con un sombrero mexicano. Más humorista gráfico que historietista, registro sin embargo dos series suyas, que anteceden a Hercu Sansonacho, con la que debuta en la revistucha: Pepe Tuerca (en Batilio) y Bronca Ley (en Afanancio). Obsérvese como en aquel tiempo, además de los cow-boys, eran moneda corriente los personajes de mecánicos. Y ni que hablar de los detectives.
Para concluír quiero destacar que Lúpin es la única revista de aquella época que siguió durante mucho tiempo publicando material nuevo. Y con los mismos directores, que permanentemente se preocuparon por cultivar una relación cordial y cercana con sus fans. Prueba de ello es que en las revistas se ofrecían los números atrasados disponibles. Y también la sección del correo de lectores.
Lamentablemente, el deceso de Dol acarreó problemas de derechos con su familia y obligó a Guerrero a transformar Lúpin en Pinlú, terminando la primera en el número 499 y apareciendo en la tapa del número uno de la segunda, de todos modos, el festejo de los 500 vuelos.
Pinlú no llegó a la treintena de números, cerrando definitivamente en 2009, año de la muerte de Guillermo Guerrero, el ciclo de cuatro décadas de la "revistucha".
(*) Actor, director, dramaturgo y otras yerbas no demasiado clasificable.


