La interna peronista desvalorada entre una jefa acabada y un gobernador falto de poder

A raíz de la decisión de Axel Kicillof de desdoblar las elecciones bonaerenses y de su posterior lanzamiento del Movimiento Derecho al Futuro (MDF), la interna entre Cristina Fernández de Kirchner y el gobernador bonaerense se instaló como el síntoma más evidente de la fractura que atraviesa hoy el peronismo en su principal bastión electoral.
Este pulso no remite únicamente a un cruce de egos ni a un desacuerdo coyuntural: pone en juego la estrategia de poder de dos visiones (distintas en matices, y a veces irreconciliables) sobre el futuro político de la provincia de Buenos Aires y, por extensión, de toda la dirigencia nacional afín al kirchnerismo.
Un desdoblamiento que expuso fisuras
Kicillof sorprendió en enero al confirmar el desdoblamiento de los comicios provinciales, programándolos para el 7 de septiembre, un mes antes de las elecciones nacionales.
Este acto, que en principio podría interpretarse como una simple maniobra de logística electoral, adquirió rápidamente un significado político mucho más profundo.
Para el entorno de Cristina Kirchner, constituir elecciones provinciales separadas implicaba no solo una competencia de recursos (campañas, estructura territorial, fondos), sino el surgimiento de una oferta política autónoma que podía desafiar la centralidad del kirchnerismo en el territorio bonaerense.
La reacción del cristinismo no tardó en llegar. Desde distintos sectores afines a la vicepresidenta se visibilizaron reproches por considerar que el gobernador rompía la cohesión de la coalición oficialista.
En sus declaraciones públicas, algunos referentes hablaron de una operación para fortalecer la figura de Kicillof como una alternativa “distinta” al peronismo tradicional, algo que, a los ojos de un kirchnerismo todavía dolido por las PASO 2021 y por la derrota en 2019, representa una concesión innecesaria a la dispersión electoral.
Movimiento propio: ¿innovación o escisión?
En febrero, Kicillof formalizó el lanzamiento del Movimiento Derecho al Futuro, una suerte de sello político que agrupa intendentes, legisladores y sectores sindicales dispuestos a defender su gestión y proyección personal.
La pregunta inevitable es si se trata de un giro táctico para romper con viejas lógicas partidarias o, simplemente, del aviso previo para consumar una escisión más profunda del peronismo bonaerense.
Para sus defensores, el nuevo movimiento es un intento de ampliar la base electoral y de plantear un proyecto renovador que conjugue las “"conquistas sociales" del peronismo con una impronta gestora.
La referencia al "futuro" no es inocente: aspira a hablarle a nuevos públicos (jóvenes, sectores cercanos al progresismo moderado) y a diferenciarse de las numerosas tensiones internas que, en las últimas décadas, han convivido bajo el mismo sello de "justicialismo".
Desde la vereda opuesta, la lectura es diametralmente distinta: se ve un gobernador que, aun perteneciendo nominalmente al Frente de Todos, empieza a construir un espacio que compite por los mismos cuadros territoriales, los mismos intendentes y los mismos recursos clientelares que tradicionalmente administraba Cristina Kirchner a través de diputados, senadores y legisladores que responden a su liderazgo.
Para quienes sostienen esta mirada, la fractura ya no es un escenario hipotético, sino un hecho consumado: el peronismo bonaerense estaría pronto a dividirse de modo irreversible en dos estructuras que actuarán por separado el día de la elección.
Gestos que no alcanzan para reconstruir la unidad
En abril, Cristina Kirchner sorprendió al ordenar la retirada de un proyecto de ley impulsado por su bloque, que pretendía forzar la realización de comicios concurrentes en toda la provincia.
Fue interpretado como un gesto de distensión, un intento de recomponer la relación con Kicillof. Sin embargo, el efecto fue breve: Kicillof ya había consolidado, para ese momento, su agenda propia y su vínculo directo con los intendentes del Conurbano.
Si bien la retirada del proyecto evitó un choque constitucional (pues la ley provincial exige elecciones separadas, y una imposición desde el Congreso nacional hubiera generado un conflicto de poderes), el alivio fue únicamente transitorio.
Hoy, de cara a la campaña electoral de septiembre, tanto Kirchner como Kicillof recorren la provincia por separado, hablan a electorados diferentes y priorizan a sus propios candidatos.
Son pocas las apariciones conjuntas, escasos los mensajes de unidad y casi nulo el margen para una eventual reconciliación antes de la fecha límite para las definiciones de listas.
En ese escenario, el peronismo bonaerense afronta el desafío de no sólo retener el poder territorial, sino de evitar la sangría de votos hacia fuerzas alternativas (tanto del radicalismo como de los sectores del libre mercado más moderados) que ya vislumbran en esta grieta la oportunidad de crecer.
¿Qué está en juego?
La fragmentación del peronismo en Buenos Aires no solo impactará en los resultados del septiembrino: condicionará la estrategia nacional del Frente de Todos (FdT).
Cristina Kirchner, en calidad de vicepresidenta, sigue siendo la figura de mayor peso en la coalición oficialista, y su capacidad para marcar el rumbo político desde el Senado y desde la estructura partidaria será puesta a prueba.
Si Kicillof logra imponer su proyecto, se estaría gestando un bastión alternativo, con su propia bancada de diputados y senadores, que podrá disputar liderazgo de cara a las elecciones presidenciales de 2027.
Por su parte, la fragmentación habilita a la oposición (hoy dominada por Juntos por el Cambio y, en menor medida, por La Libertad Avanza) a explotar la incertidumbre interna.
En un contexto económico complejo, donde la inflación supera largamente el 120 por ciento anual y la imagen de la Casa Rosada está deteriorada, la parálisis o el enfrentamiento entre dos de sus principales referentes pesan en la credibilidad política.
La interna entre Cristina Fernández de Kirchner y Axel Kicillof no es un simple cortocircuito táctico, sino la expresión de una encrucijada más profunda: ¿Puede el peronismo códificar nuevas formas de representación sin convertirse en una coalición de facciones irreconciliables?
La respuesta, al menos por ahora, se inclina hacia la duda. En el corto plazo, cualquier acuerdo que implique la compartición de listas o la transmisión de apoyos será difícil de sellar, por la dinámica de competencia interna.
Para el electorado bonaerense, acostumbrado a votar en bloque peronista desde hace casi dos décadas, la situación representa un desafío: elegir entre dos versiones de un mismo proyecto político, ambas ancladas en discursos de tipo distributivo y con fuertes lazos clientelares.
Pero también, para aquellos desencantados con la grieta, la aparición de espacios “zurdos modulares” o “peronismo alternativo” abre preguntas sobre la viabilidad de un liderazgo que no se sustente en la pugna intestina, sino en una agenda concreta de renovación institucional.
Así las cosas, la fractura Kirchner–Kicillof no es solo cuestión de nombres o de ambiciones personales, sino la manifestación de un desajuste estructural: en la provincia más grande y poblada del país, sostener la unidad sin ofrecer una mirada renovada, sin oxigenar la conducción y sin acordar mínimas bases de convivencia política, promete dejar secuelas mucho más profundas que las propias líneas internas del PJ.
Por eso, más allá de los plazos electorales, lo que está en juego es la capacidad de un movimiento que marcó la historia argentina de reinventarse o, por el contrario, diluirse en la suma de sus discusiones internas.