El 19 de junio de 1948 el Boletín Oficial dio a conocer que el presidente Juan Domingo Perón puso su firma en el decreto 20.564, para dar vida a la Fundación de Ayuda Social María Eva Duarte de Perón.
Nacía así un actor revolucionario en la política social argentina, con el rostro carismático de Evita como estandarte y la determinación de convertir la necesidad en un derecho.
La Fundación, que en 1950 pasaría a llamarse simplemente Fundación Eva Perón, se convirtió rápidamente en una maquinaria de asistencia nunca antes vista en el país.
Su poder operativo, su capacidad logística y su despliegue territorial parecían desafiar incluso al propio Estado. Desde hospitales y hogares de tránsito hasta colonias vacacionales, pasando por la emblemática entrega de juguetes, frazadas y máquinas de coser, el universo fundacional marcó una época.
A diferencia de la beneficencia tradicional, limitada y muchas veces ligada a una moral religiosa de la limosna, Evita propuso otra lógica: “Donde hay una necesidad, nace un derecho”, repetía.
Bajo esa consigna, la Fundación se plantó como un brazo ejecutor de un peronismo desbordante y humanista, pero también como una institución que disputó poder simbólico con la Iglesia, con las damas de la alta sociedad y con los sectores conservadores.
Detrás del impacto popular, la Fundación también tejía una estructura de poder paralela que incomodaba a más de un actor político. No respondía a ministerios tradicionales ni pasaba por canales institucionales conocidos. Evita en persona decidía, gestionaba y fiscalizaba.
Lotería Nacional, sobrantes del presupuesto de los ministerios y aportes de algunos sectores empresarios alimentaron las arcas de una entidad que, en apenas unos años, fue omnipresente en la vida cotidiana de millones de argentinos.
El culto a la figura de Evita, alimentado desde la Fundación con obras que llevaban su nombre y su imagen, también disparó críticas. Sus detractores denunciaban personalismo, propaganda y uso político de la ayuda social. Pero lo cierto es que, para buena parte de los sectores populares, Evita fue la única que tocó sus puertas cuando nadie más lo hacía.
La muerte de la Jefa Espiritual de la Nación, en 1952, marcó un antes y un después. Aunque la Fundación continuó formalmente durante algunos años, su esencia quedó huérfana.
La Revolución Fusiladora inició el proceso de cierre de la Fundación, que fue vaciada, desmantelada y desprestigiada por el régimen de facto, que no pudo demostrar las irregularidades que alegaba.
La presidente de la Comisión Liquidadora, Adela Caprile, declaró: "No se ha podido acusar a Evita de haberse quedado con un peso. Me gustaría poder decir lo mismo de los que colaboraron conmigo en la liquidación del organismo".








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