Por Gustavo Zandonadi (*), especial para NOVA
Ayer, los porteños asistimos (algunos personalmente, otros a través de la pantalla del televisor) el cierre de campaña del pedante, fanfarrón y militante de la crueldad del régimen mileista, Manuel Adorni. El vocero presidencial, un ingrato que después de haber trabajado con Baby Etchecopar, después de haber "parado la olla" gracias a él, no le contesta el teléfono, tuvo su fiesta de 15 libertaria en el barrio porteño de Recoleta.
La frutilla del postre la puso el déspota Javier Milei, que dijo presente en el Parque Mitre para respaldar su postulación de su cortesano. Ante una modesta multitud de fanáticos, embelesados por la prédica de un Milei totalmente desencajado, el imputado por estafa ofició de maestro de ceremonias. Como era de esperar, repitió un discurso viejo, falso, malicioso e improcedente, que sirvió para engañar a una multitud de desinformados llenos de odio administrado por los medios de comunicación.
Antes de las elecciones en esta misma columna escribí que por la violencia con la que señala a sus adversarios, la soberbia de sobrar la situación como si estuviera todo bajo control, por su mala relación con la prensa que no se arrodilla ante el líder y por la vehemencia con que lo defienden sus acólitos, que el mileismo (por entonces incipiente) era un kirchnerismo de derecha. Lamentablemente las cosas se dieron así.
La comparación no es antojadiza. Es el resultado de haber sido mayor de edad en 2003 y tener memoria de la poca corrección política del kirchnerismo es sus años dorados, pero con la enorme ventaja que le otorga el haber recuperado el empleo, los salarios y el consumo. Esos resultados son la prueba de que la crueldad mileista no era necesaria, porque el país pudo superar la crisis de 2001 sin cargar contra los trabajadores y los jubilados y por si algo faltaba, en 2006 se canceló la deuda con el FMI. Datos, no relato.
La clase media miraba a Néstor Kirchner con desconfianza en 2003, pero ratificó el rumbo en 2005, y en 2007, votando a Cristina. A partir de 2008 la crisis con el campo puso al modelo contra las cuerdas y en 2009 el propio Néstor lo pagó en las urnas. Desde ese momento la inflación, que hasta entonces no era un problema, no paró de crecer y eso fue lo que llevó a Mauricio Macri a ganar las elecciones de 2015. A la vista de lo que hay ahora, Macri fue un tibio. La inflación de ella y la tibieza de él, le enseñaron a Milei que había que proponer un cambio drástico, profundo y sin anestesia. La desinformación y el odio hicieron el resto.
Volviendo al cierre de campaña, lo que vimos ayer fue a un hombre fuera de foco. Él tiene dos responsabilidades: gobernar y representar a los argentinos. La realidad nos muestra que su gobierno es violento contra los que menos tienen y amable con los que tienen plata negra que no pueden justificar. También fuimos testigos del desprecio que mostró por el Papa Francisco y por José "Pepe" Mujica a la hora de su deceso, cuando debía llevar las condolencias del pueblo argentino aunque sea por respeto a su propia investidura presidencial.
Dos cosas tiene que hacer y las hace mal. Y además insulta y miente para apuntalar la campaña de un cancherito que aspira a legislar en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires siendo vecino de La Plata. Los números no le dan para ganar, pero si para destruir al macrismo, como hizo el kirchnerismo con el duhaldismo en 2005. Ese es otro paralelo que revela que a la izquierda o la la derecha, las enseñanzas de El Príncipe siguen dando resultado, aunque en el caso del mileismo, modestos y transitorios porque la economía sigue en caída.
Es claro que lo que desde este lado vemos como algo negativo, el núcleo duro mileista lo ve como valores a destacar. Eso pasa porque como bien dijo el periodista platense Hipólito Sanzone, en este país se perdió la batalla moral. A partir de que al 56 por ciento de los argentinos empezó a ver con buenos ojos a esas cosas que antes estaban mal, se empezó a justificar el gas pimienta en los ojos de los jubilados, el endeudamiento, el blanqueo que convierte a la Argentina en casi un paraíso fiscal y la persecución a la prensa. Por eso el déspota se siente como pez en el agua, pero cuidado. No hay tiempo que no termine.
(*) Periodista y abogado.








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