Política
Alianzas dudosas y destinos sin rumbo

Kicillof y CFK: un pacto forzado por la prisión que fractura al peronismo

Expresidenta Cristina Fernández de Kirchner, "la Cris", condenada con prisión efectiva. (Imagen: CHAT GPT - IA)

En un intento desesperado por mantener viva la llama del peronismo frente a la prisión efectiva de Cristina Fernández de Kirchner, Axel Kicillof y el universo cristinista han sellado un acuerdo tambaleante que, lejos de mostrar unidad, expone las profundas grietas de un movimiento que no logra superar sus internas.

La detención de “la Cris”, confirmada esta semana tras un fallo judicial que el peronismo tilda de “persecución política”, ha obligado a los sectores enfrentados a sentarse a negociar, pero el resultado está lejos de ser esperanzador.

Lo que debería ser una estrategia sólida para enfrentar el escenario electoral en la provincia de Buenos Aires se reduce a un pacto de conveniencia, marcado por la desconfianza y las ambiciones personales.

El epicentro de esta supuesta unidad es la Tercera sección electoral, bastión histórico del peronismo que renueva 18 bancas en la Cámara de Diputados bonaerense. Sin Cristina como candidata (un plan que ella misma había anunciado para liderar la lista), el espacio queda huérfano de una figura capaz de aglutinar el voto duro.

La Cámpora, debilitada y sin rumbo claro, se repliega, mientras Kicillof, con su Movimiento Derecho al Futuro, busca imponerse en la negociación, incluso en el codiciado primer lugar de la lista seccional. Pero las tensiones son palpables: nadie confía en nadie, y las heridas de meses de enfrentamientos no cierran.

En este contexto, emerge la vicegobernadora Verónica Magario como una posible candidata de consenso, respaldada por su peso en La Matanza, el municipio que concentra un tercio del padrón de la Tercera sección. Sin embargo, su figura no despierta entusiasmo ni garantiza la tracción electoral que CFK hubiera aportado.

“Es una solución de compromiso, pero no ilusiona a la militancia”, admitió de modo extraoficial un dirigente cercano a Kicillof. La incertidumbre reina: ¿Podrá Magario unificar a un peronismo fracturado o será solo un parche temporal en un barco que hace agua?

El discurso de Cristina frente a la militancia en la sede del PJ en calle Matheu intentó ser un llamado a la acción, pero sonó más a reprimenda interna. “A militar, a comprometerse con la gente y no con las peleas de la dirigencia”, lanzó, en lo que muchos interpretaron como un dardo a Kicillof y su entorno, acusados de priorizar sus ambiciones presidenciales para 2027 sobre la unidad del movimiento.

Sin embargo, la expresidenta no está exenta de críticas: su insistencia en controlar el armado electoral desde las sombras, incluso en prisión, alimenta las sospechas de quienes ven en ella una líder que no cede el poder.

Hasta los sectores más críticos con La Cámpora, como el intendente de Avellaneda, Jorge Ferraresi, han cerrado filas en torno a la narrativa de la persecución judicial. “No la vamos a dejar sola”, proclamó Ferraresi, quien esta semana denunció en redes sociales un “intento de proscripción política” y una Justicia que “no respeta la democracia”.

Pero estas declaraciones, más que reflejar convicción, parecen un intento de no quedar descolocado en un peronismo que, sin Cristina en la cancha, enfrenta un futuro incierto.

El acuerdo entre Kicillof y CFK no es más que una tregua frágil, sostenida por la necesidad de sobrevivir políticamente en un contexto adverso. La Tercera sección, que debería ser el motor de la resistencia peronista, se convierte en el escenario de una pulseada por el control del espacio.

Mientras tanto, la militancia, desorientada, espera un liderazgo que no llega.

En este peronismo de pactos forzados y promesas vacías, la única certeza es que la prisión de Cristina no ha unido a sus líderes, sino que ha dejado al descubierto su incapacidad para mirar más allá de sus propias ambiciones.

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