Trump choca con los límites del poder global y acumula humillaciones en el escenario internacional

Todos los presidentes estadounidenses creen poder cambiar el mundo. Pero Donald Trump, con su ya conocido sentido de omnipotencia, parece haber sobrestimado su capacidad para doblegar a los líderes del orden global.
En su segundo mandato, Trump ha intentado ejercer presión sobre actores clave del sistema internacional, desde los titanes de Silicon Valley hasta instituciones como Harvard. Sin embargo, cuando el poder de la Casa Blanca se mide ante las decisiones soberanas de otros mandatarios, sus tácticas de intimidación encuentran límites impenetrables.
Un tribunal federal estadounidense dictaminó que el presidente Donald Trump se extralimitó en su autoridad al imponer aranceles globales, lo que representa un duro golpe para un aspecto clave de las políticas económicas del mandatario.
— acento.com.do (@acentodiario) May 29, 2025
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Vladimir Putin sigue ignorando los llamados de Trump a detener la invasión rusa en Ucrania. Peor aún: la prensa rusa ahora se burla del mandatario estadounidense, retratándolo como un bravucón que siempre retrocede y nunca cumple sus amenazas. En paralelo, Xi Jinping elige mantenerse impasible ante la guerra comercial reavivada por Washington. En los pasillos del poder en Beijing, inclinarse ante un presidente estadounidense no es una opción política ni simbólica.
El fracaso no termina ahí. Trump cedió en su pulseada arancelaria con la Unión Europea, lo que llevó al columnista del Financial Times, Robert Armstrong, a acuñar la mordaz sigla T.A.C.O., que significa “Trump Always Chickens Out” (Trump siempre se acobarda).
Incluso con aliados históricos, el expresidente convertido en mandatario nuevamente tropieza. Benjamin Netanyahu, a quien Trump había colmado de concesiones en su primer mandato, ahora prioriza la prolongación del conflicto en Gaza por razones políticas internas, bloqueando las aspiraciones de Trump de firmar un nuevo acuerdo de paz en Medio Oriente. Su tentativa de reabrir la negociación nuclear con Irán también ha desatado tensiones con Israel, que percibe esta movida como una amenaza estratégica.
En este nuevo tablero internacional, Trump descubre que el carisma, la amenaza o la transacción ya no bastan. Líderes como Volodymyr Zelensky en Ucrania o Cyril Ramaphosa en Sudáfrica no se intimidan fácilmente. Su experiencia pasada de menospreciarlos en el Despacho Oval ha debilitado aún más la imagen presidencial estadounidense.
El caso no es único. A lo largo del siglo XXI, los presidentes de Estados Unidos han alimentado ilusiones de predestinación. Desde George W. Bush, que prometió no intervenir para luego emprender dos guerras, hasta Barack Obama, que creyó que su mera figura bastaría para curar heridas globales, todos terminaron enfrentando la resistencia de un mundo que opera con sus propios ritmos y prioridades.
Ni siquiera Joe Biden logró revertir esa percepción. Su promesa de que “Estados Unidos ha vuelto” tras el triunfo demócrata de 2020 se diluyó con el paso del tiempo y las contradicciones internas de su mandato. Hoy, con Trump de nuevo en la presidencia, el país más poderoso del mundo enfrenta una certeza incómoda: el poder ya no garantiza obediencia, y el liderazgo requiere más que voluntad.