
Por Gustavo Zandonadi, especial para NOVA
El 28 de abril de 1804, Buenos Aires enfrentó una de las crisis sanitarias más devastadoras de su historia: la primera gran epidemia de viruela registrada en la ciudad. En un contexto de precariedad en las estructuras de salud, la enfermedad se propagó con rapidez, causando estragos en la sociedad porteña.
La viruela, una enfermedad infecciosa altamente contagiosa, había llegado a América con los colonizadores europeos y se había convertido en un flagelo recurrente. Sin embargo, la epidemia de 1804 tuvo un impacto sin precedentes en Buenos Aires, donde la falta de infraestructura médica y las condiciones de higiene deficientes facilitaron su expansión. En aquel entonces, la ciudad aún dependía de las decisiones de la administración virreinal, encabezada por el virrey Rafael de Sobremonte, quien enfrentó la crisis con recursos limitados y medidas improvisadas.
Las autoridades porteñas, conscientes de la gravedad de la situación, implementaron estrategias de contención que incluyeron la creación de hospitales de aislamiento y la prohibición de reuniones multitudinarias. Se establecieron controles en los accesos a la ciudad y se promovió el uso de rudimentarias prácticas de inoculación, aunque la vacunación aún no era una política extendida. A pesar de estos esfuerzos, la falta de conocimiento médico y la resistencia de ciertos sectores de la población dificultaron la efectividad de las medidas.
El impacto de la epidemia fue devastador y causó un elevado número de muertes. La viruela no solo cobró vidas, sino que también alteró la dinámica social y económica de la ciudad. El comercio se vio afectado, las actividades públicas se redujeron drásticamente y el miedo se apoderó de la población.
En el ámbito médico la epidemia marcó un punto de inflexión en la percepción de la salud pública. La crisis evidenció la necesidad de una estructura sanitaria más sólida y de políticas preventivas eficaces. La vacunación se implementó de manera sistemática a partir de 1805, gracias al incansable trabajo del doctor Cosme Argerich y a la prédica del sacerdote Saturnino Segurola (cuya calle homenaje la hizo famosa Diego Maradona en 1995).
La experiencia de esta epidemia no dejó lugar para debates sobre la importancia de la inmunización y la organización de servicios médicos. La campaña de vacunación que comenzó en Buenos Aires, pero se expandió a la Banda Oriental y al Perú.
La epidemia de viruela de 1804 fue una tragedia sanitaria que transformó la manera en que Buenos Aires abordaba la salud pública. Fue una muestra de la vulnerabilidad de la ciudad ante enfermedades epidémicas y un llamado a la acción para fortalecer las estructuras médicas y gubernamentales. Un siglo después, la viruela sería erradicada, pero su legado en la historia porteña permanecería imborrable.