Opinión
Legado de bondad

Escrito de un hombre hindú sobre el Papa Francisco

El Papa Francisco fue más que un líder religioso; fue un ser humano profundamente bueno que dejó una huella de esperanza y coraje en todo el mundo, más allá de las doctrinas y creencias.
En su paso por el mundo, el Papa Francisco no solo predicó sobre la fe, sino que vivió una vida de compasión activa, desafiando a los poderosos y caminando junto a los más necesitados.
En su paso por el mundo, el Papa Francisco no solo predicó sobre la fe, sino que vivió una vida de compasión activa, desafiando a los poderosos y caminando junto a los más necesitados.
Con la partida de Francisco, el mundo pierde no solo a un líder religioso, sino a un hombre que, independientemente de las creencias o razas, vio a todos con los mismos ojos de dignidad y humanidad.
Con la partida de Francisco, el mundo pierde no solo a un líder religioso, sino a un hombre que, independientemente de las creencias o razas, vio a todos con los mismos ojos de dignidad y humanidad.
A través de su fe en la humanidad, el Papa Francisco nos dejó un legado que sigue vivo. Su fe no solo se predicaba, se vivía, y nos invita a hacer lo mismo.
A través de su fe en la humanidad, el Papa Francisco nos dejó un legado que sigue vivo. Su fe no solo se predicaba, se vivía, y nos invita a hacer lo mismo.

Vinod Sekhar (*), especial para NOVA

La perdida de un buen hombre:

Solo conocí al Papa Francisco una vez. Fue breve. Apenas unos momentos en una sala llena de dignatarios y buscadores, algunos allí por deber, otros por fe. Yo no era católico, ni estaba en una especie de peregrinación divina. Solo era un hombre necesitado de un poco de esperanza. Y de alguna manera, en ese encuentro fugaz, la recibí.

Es difícil explicarlo sin sonar demasiado romántico, pero cuando estás en presencia de alguien verdaderamente bueno —no bueno por apariencias, ni “moralmente correcto” en público o selectivamente amable— sino genuinamente, profundamente, incansablemente bueno… algo cambia en ti.

Te sientes más liviano. Te sientes más valiente. Sientes que la humanidad, con todas sus heridas y maldades, aún vale la pena.

Ese fue el regalo que el Papa Francisco me dio. Y me imagino, por las lágrimas que he visto hoy y los silencios dolientes de millones de personas de distintas religiones, razas y fronteras, que ese mismo regalo se lo dio a muchos.

Hoy no solo lamentamos la partida de un Papa. Lamentamos la pérdida de una de las piezas más fuertes que tenía la humanidad en este plano de existencia.

Fue un hombre que volvió a hacer de la bondad algo radical. Que les recordó a los poderosos que la humildad no es debilidad. Que habló del amor no como doctrina, sino como deber. No era solo un hombre religioso. Era algo mucho más raro: era espiritualmente universal.

Soy hindú. Mi Dios tiene otros nombres. Mis oraciones vienen en otros ritmos. Pero habría seguido a este hombre a través del fuego. Porque en su creencia en Dios, llevaba una creencia en todos nosotros. Sus ojos no veían denominaciones: veían dignidad. Su voz, siempre suave pero nunca débil, cargaba con el peso de la verdad incluso cuando incomodaba a los cómodos. Especialmente cuando incomodaba a los cómodos.

Este mundo tiene una forma de desgastar tu alma. El ruido, la codicia, el odio, los rituales vacíos que se disfrazan de fe, patriotismo o valores familiares. Es fácil volverse insensible. Es fácil caer en el cinismo. Pero de vez en cuando, aparece alguien que nos recuerda que los ángeles mejores de nuestra naturaleza todavía están al alcance. Que la bondad aún es posible. Que no necesitamos ser perfectos para hacer el bien —solo necesitamos ser valientes.

El Papa Francisco fue ese hombre.

Eligió el amor por encima de la doctrina. La compasión por encima del juicio. Y lo más notable: eligió la acción por encima del aplauso. Caminó con los pobres. Se arrodilló ante los olvidados. Desafió a los poderosos no con ira, sino con coraje moral. Y todo eso lo hizo con una sonrisa que se sentía como una oración.

Él entendía algo que muchos líderes religiosos olvidan: que Dios no reside solo en templos, iglesias o mezquitas. Que la santidad no es un lugar —es una forma de vivir. Una forma de ver a los demás. Una forma de elegir la bondad, una y otra vez, incluso cuando duele.

Así que sí, hoy lamentamos. Yo lamento. No solo por el mundo católico, sino por todos nosotros. Porque cuando un hombre como este se va, se siente como si una luz se hubiera apagado.

Pero quizás —solo quizás— la forma de honrarlo sea convirtiéndonos en esa luz nosotros mismos.

Recordemos su fe en la humanidad, y dejemos que alimente la nuestra. Sigamos haciendo las jugadas correctas en este juego complicado, brutal y hermoso llamado vida. Digamos la verdad con gracia. Protejamos a los vulnerables, cuestionemos a los poderosos y elevémonos unos a otros no por quiénes somos, sino porque estamos aquí —juntos.

El Papa Francisco creía en un mundo donde la dignidad no era condicional. Donde la fe se vivía, no solo se predicaba. Ese mundo aún puede existir —si lo construimos.

Y quizás ese sea el último regalo que nos ha dejado. Un llamado, no a la desesperanza, sino al deber.

Porque mientras llevemos su fe en los demás, entonces, en verdad, él no se ha ido del todo.

(*) Hombre de negocios de Malasia. Presidente de Petra Group.

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