Perfiles Urbanos
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VIDEO | Julio Romero, el restaurador que cura las cicatrices del tiempo (y de la indiferencia)

Julio Romero examina los daños en La Cautiva, obra de 1905 del escultor Lucio Correa Morales.
Un bisturí, un cepillo de dientes y lentes de aumento: el kit de Julio para limpiar sin lastimar. "Nunca atacás el mármol; es como cirugía", explica. Aquí, remueve óxido de viejos anclajes de hierro que mancharon la piedra.
Un bisturí, un cepillo de dientes y lentes de aumento: el kit de Julio para limpiar sin lastimar. "Nunca atacás el mármol; es como cirugía", explica. Aquí, remueve óxido de viejos anclajes de hierro que mancharon la piedra.
En el patio del MOA, el Gaucho Rivero (creado para Malvinas y nunca emplazado) comparte espacio con Evita, un esclavo de Cafferata y hasta un Colón desplazado.
En el patio del MOA, el Gaucho Rivero (creado para Malvinas y nunca emplazado) comparte espacio con Evita, un esclavo de Cafferata y hasta un Colón desplazado.
La restauración de La Cautiva busca mantener las huellas del tiempo a pesar del vandalismo.
La restauración de La Cautiva busca mantener las huellas del tiempo a pesar del vandalismo.
“Nada es para siempre”, dice pasando el dedo por una grieta: “Solo tratamos de que dure un poco más”. Y en ese "un poco más" está todo: el arte, la historia, la resistencia.
“Nada es para siempre”, dice pasando el dedo por una grieta: “Solo tratamos de que dure un poco más”. Y en ese "un poco más" está todo: el arte, la historia, la resistencia.

En el corazón de los Bosques de Palermo, en la ciudad de Buenos Aires, escondido entre senderos de tierra y el rumor de los pájaros, hay un lugar donde las estatuas van a sanar. O, al menos, a intentarlo.

El MOA —Monumentos y Obras de Arte— es una suerte de sanatorio pétreo donde conviven próceres caídos en desgracia, héroes desplazados por el capricho de la historia y figuras que el tiempo (y los humanos) han maltratado sin piedad. Aquí, entre martillos neumáticos y el polvo que lo cubre todo, trabaja Julio Romero, un escultor de 47 años con manos de cirujano y paciencia de monje tibetano.

Su paciente más reciente es La Cautiva, una escultura de mármol creada en 1905 por Lucio Correa Morales, el "segundo escultor argentino". La obra representa a una mujer tehuelche abrazando a sus hijos mientras su perro —al que le falta una oreja— mira con lealtad. Es una madre indígena tallada en piedra, desgarrada por el significado que carga: el reverso del poema de Echeverría, donde la cautiva no es la blanca civilizada, sino la india masacrada.

“Vengo de la Escuela de Bellas Artes. Siempre quise ser escultor”, dice Julio, mientras con un bisturí retira capas de pintura de un pecho vandalizado. Y este lugar lo conocía desde que estudiaba. Me quedé desde el primer día.

Lleva dos meses agachado junto a ella, limpiando grafitis misóginos, recomponiendo narices arrancadas, borrando las huellas de quienes la golpearon por ser mujer, por ser indígena, por estar ahí.

“Es un honor trabajar con una escultura de Correa Morales. Siempre lo amé”, confiesa. Pero esto es paciencia. Mucha paciencia. Todos los días parece que no avanzás, y sin embargo, avanzás.

Julio no es solo un restaurador. Es un detective del tiempo, un arqueólogo de gestos perdidos. Su herramienta más preciada no es el cincel, sino un cepillo de dientes.

“Antes usaba un pequeño cincel para lo más grueso. Pero cuando te acercás al mármol, vas con bisturí. Es más preciso”, explica, señalando las marcas ocres que dejó el óxido de viejos anclajes de hierro. Ahora usamos varillas de fibra de vidrio. No oxida, no daña.

Su método es quirúrgico, casi minimalista: limpieza con cloruro de benzalconio (un químico que mata hongos sin blanquear el mármol); extracción de viejas intervenciones (grafitis, adhesivos, restos de metal oxidado); reconstrucción de faltantes (la nariz, la oreja del perro) basándose en moldes del Museo de Calcos.

“No se trata de dejarla como nueva”, aclara. El mármol tiene su historia. Las grietas, el poro… eso es el tiempo. Y el tiempo también es parte de la obra. Pero hay algo que no perdona: el vandalismo.

“La nariz, la oreja del perro, los pechos pintados…”, enumera mientras frota con delicadeza una mancha roja. No es solo daño. Es desprecio.

Estatuas que son espejos (rotos) de la sociedad

El MOA es un museo involuntario de los cambios argentinos. Aquí conviven Carlos Gardel (eterno, sonriente, como si el accidente de avión nunca hubiera pasado); un esclavo engrilletado de Francisco Cafferata, el primer escultor argentino; el Gaucho Rivero, una estatua colosal que debía estar en Malvinas (la guerra lo impidió) y luego en Río Grande (la burocracia también); Evita, en un busto pequeño que Gastón Souto moldea con plastilina, mirando fotos de época en una tablet.

“Algunas vandalizaciones son ideológicas” explican desde el MOA. Otras, como en La Cautiva, son misóginas. Le pintaban los pechos porque era una mujer desnuda, no por su significado. Pero La Cautiva no es solo una víctima. Es una madre que resiste.

"Yo también tenía chico, chico lindo; no sé vivo, no sé muerto, no sé dónde…", contó Correa Morales que le dijo una mujer indígena, inspiración de la obra. Julio lo sabe. Por eso, cuando trabaja en ella, siente que no está reparando mármol, sino memoria.

“Ves acá a una madre, leona, con sus hijos”, dice señalando el gesto del niño que toca la oreja del perro. Esa comunicación es única. No hace falta saber del poema para entenderla.

El restaurador que también se repara a sí mismo

Julio admite que este trabajo no es para cualquiera: “La postura es agotadora. Estás doblado, con lentes de aumento, la vista cansada. Hay días que decís ‘No quiero estar más acá’. Pero al día siguiente volvés”.

Toma fotos diarias para ver el progreso. A veces, en su casa, revisa las imágenes y piensa en el próximo paso. Tiene "un par de tocs", como él dice. Pero son esos detalles los que lo hacen perfecto para este oficio.

Mientras habla, La Cautiva lo mira. No tiene nariz, pero su mirada sigue siendo un cuchillo. Julio le devuelve la sonrisa. Sabe que, en seis meses, su trabajo habrá terminado. Pero también sabe que algún otro vendrá a golpearla de nuevo.

“Nada es para siempre”, dice pasando el dedo por una grieta: “Solo tratamos de que dure un poco más”. Y en ese "un poco más" está todo: el arte, la historia, la resistencia.

PD: Si algún día pasan por el MOA, busquen a Julio. Estará agachado, con su cepillo de dientes y su bisturí, peleando contra el olvido, una grieta a la vez.

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