
Por Ariel Avilez (*), especial para NOVA
El recordado guionista Armando Fernández nació el 6 de marzo de 1945 y hace una semana hubiera cumplido ochenta años si no nos hubiera dejado en 2019. Curiosamente, el 10 de marzo de 2003 —¡hace veintidós años!— lo entrevisté en su departamento de la calle Piedras; una charla muy amena que grabé en un cassette TDK, con la intención de desgrabarla y difundirla en un sitio web dedicado a Nippur de Lagash. La vida y sus cosas, los trabajos y los días, el irregular acceso a internet y a una computadora decente atentaron contra el proyecto... y la desgrabación manuscrita quedó durmiendo en un cajón.
Pasados los años, me enteré que Don Armando pensaba que yo no publiqué la nota porque contaba cosas acerca de Robin Wood que tal vez yo consideraba inconvenientes. De hecho, en su imprescindible libro “Memorias de un Guionista, Escritor y Periodista” —publicado en 2016 pero escrito muchos años atrás— me dedicó un párrafo que transcribo: ‘Por eso me reí mucho cuando un jovencito de iniciales A.A. me hizo una entrevista en mi casa que nunca publicó y durante ella salió a la luz que un famoso guionista de la editorial, quien manejaba en su mejor momento quince personajes, debía escribir unos treinta guiones mensuales, o sea ¡un guión por día! ¡Treinta guiones por mes! Al pobre se le habría fundido el cerebro (...) Varios guionistas, yo entre ellos, ayudamos a mantener en circulación a esos famosos personajes, aunque no fuera nuestra firma la que apareciera en los créditos’.
Hombre razonable y amable en extremo, pasados un par de años, Fernández comprendió que no hubo mala voluntad de mi parte, e incluso me concedió otra entrevista que se publicó a los pocos días de hecha, en este mismo espacio.
Pero la charla original quedaba inédita, y es lo suficientemente interesante como para cometer la picardía de dejarla en el olvido, porque no se me ocurre un mejor homenaje, porque el querido Don Armando nos cuenta en ella sus orígenes como historietista, su glorioso paso por Columba, y hasta se da el gusto de picantear. Así que no demos más vueltas: subamos al DeLorean, marquemos año 2003 y hablemos con el Maestro...
—¿Cómo empezó en todo esto de la historieta?
—Te explico, Ariel. Yo tenía catorce años y ya antes de eso leía las revistas Misterix, Puño Fuerte, Rayo Rojo, El Gorrión, Pif Paf, El Tony, Tit Bits... Había un amigo mío que era mayor que yo en aquel tiempo, y las compraba y me las prestaba. Y ahí conocí a (Héctor Germán) Oesterheld, al Sargento Kirk, a Bull Rocket, a (Paul) Campani, a (Francisco) Solano López... Crecí con todos esos personajes, con toda esa fantasía. Eran tiempos en que no existía la televisión; teníamos la radio, y la radio nos permitía idealizar muchas cosas. Teníamos, también, las revistas, las novelas de (Emilio) Salgari, de (Jack) London, de (Jules) Verne... Sería muy largo enumerar todo lo que leía, pero lo cierto es que leía mucho.
Mi papá tenía un amigo que era imprentero, y el hombre estaban sacando las revistas Casco de Acero y Tucson; por intermedio de él conocí a uno de los directores de esas revistas, que era un joven que, con el paso del tiempo, habría de escribir buena parte de la historia de la historieta argentina: era Andrés Cascioli, que después se destacaría en la Hum® como el monstruo que era, un talentoso, uno de los mayores caricaturistas que hubo en este país. Le llevé a Andrés mis guiones, y me publicaron una decena de historietas sueltas... y para un pibe de mi edad eso era tremendo. Luego de eso pasé a la revista Maverick, propiedad de los hermanos Telmo y Leandro Sesarego, que estaba en la calle Solís. Maverick estaba basada en un personaje que se daba en nuestra primitiva televisión argentina, en Canal 9. Y ahí hice algunos episodios de Maverick, y también mi primera serie, con otro Fernández, Lito Fernández, titulada Capitán Siglos, de Fernández & Fernández. Terminó esa breve etapa de un año y me fui a Nómina Editora, dirigida por Fabián Paley —un hombre al que aprecio mucho, pero al que jamás volví a ver—, y él me dio la oportunidad de publicar en las revistas X-9 y Bala de Plata... y ahí me desaté. A los diecisiete años ya conocía a Gustavo Triego, a Ernesto García Seijas, a Juan Lucas Castro; grandes dibujantes de la historieta argentina. Y bueno, en 1964 aterricé en Editorial Columba, donde conocí a Antonio Presa, que me dijo que ya me estaban esperando... Pasa que ellos estaban buscando talentos, y no era que yo fuera un talento, pero era otra época, otra situación económica, otra producción, y los guionistas eran necesarios. Lo cierto es que desde entonces hasta mediados del año 2000 —año en que cerró la editorial—, durante treinta y seis años ininterrumpidos, escribí para Columba. A pesar de las propuestas, nunca quise ir ni a la Skorpio ni a la Fierro... y eso que yo lo apreciaba mucho a Andrés Cascioli (director de la segunda revista); pero era una cuestión de ideas que no eran las mismas a la hora de hacer historietas. No obstante eso, nos tenemos un profundo respeto como artistas.
—Cuéntenos un poco más acerca de su paso por Columba.
—Mis primeros tres personajes para Columba —que luego heredaría el maestro Oesterheld— fueron Kabul de Bengala, que la dibujó Horacio Altuna; Argón el Justiciero, que primero dibujó Sergio Mulko y luego pasó a manos de Enrique y Carlos Villagrán; y mi tercera serie fue 3x La Ley, con dibujos de Rubén Marchionne. Después comencé a desarrollar series nuevas... Un capítulo curioso —que pienso contar en un libro que estoy escribiendo acerca de mis cuarenta años en el mundo de las historietas— es que un día me llama Presa porque en Intervalo —que tenía una gran tirada y estaba dirigida al público femenino— el guionista Pedro Mazzino se había puesto en huelga y no entregaba guiones. Mazzino, que es un gran escritor injustamente olvidado, era el rey de la Intervalo y la revista prácticamente dependía de él... y me llamaron a mí para que empezara a escribir historias románticas. Me quería morir. “No no, esto no lo hago”, les dije; “Le vamos a pagar el doble”, respondieron. Y bueno, acepté. Entonces empecé a estudiar el estilo de Mazzino, y descubrí que trabajaba de una forma que yo no había visto antes: utilizaba secuencias de cuatro cuadros; de este modo, evitaba aburrir al lector en sus historietas de corte romántico, donde por lo general y por convenciones del género no hay escenas de acción ni de violencia. Es un sistema que vale la pena conocer e incluso aplicar en otro tipo de historietas. De esa primera época, recuerdo que hice sesenta o setenta guiones románticos de los cuales me devolvieron sólo uno para arreglar: yo mismo no podía creer lo bien que me había salido —los editores tampoco—, pero me sirvió mucho para aprender y desarrollarme.
Al poco tiempo, Presa me preguntó si quería ser ayudante de Robin Wood, porque Wood en ese momento estaba manejando muchísimas series y todas eran un gran éxito, estaba en su apogeo. Yo comprendí que tenía mucho que aprender de él y, por supuesto, no tenía ningún empacho en decirlo; así que empecé a trabajar con él y ciertamente aprendí un montón. Estamos hablando de fines de los setenta... Robin estaba constantemente de viaje, y muchos guiones —que él enviaba por correo— tardaban en llegar, así que muchas de sus series me tocó escribirlas a mí; algunos episodios se firmaron con mi nombre, otros no, pero eso no puede probarse, y no importa: son anécdotas acerca de historietas.
—¿Cuál era la modalidad de trabajo cuando laburaba de modo directo con Wood?
—Era en los tiempos en que había creado el Estudio Nippur 4 con los hermanos Villagrán, y la modalidad de trabajo era muy sencilla: yo escribía los guiones-base, él los revisaba y los reescribía; nunca corregía mis guiones. ¿Por qué no los corregía? Porque mi estilo era muy distinto al de él: él leía mi guión y reescribía la historia y hasta encontraba nuevas puertas. Él decía que mis historias tenían basamento. Yo aprendí mucho del maestro, y cuando él se fue definitivamente a Europa y se separó de los Villagrán y Nippur 4, varias de sus series quedaron en mi poder, otras a cargo de (Eugenio) Zappietro (Ray Collins). Collins para mí es el guionista argentino más importante después de Oesterheld. Muchos dirán “es Wood”, pero Wood no es argentino, es paraguayo. Es como decir que Alberto Breccia fue el dibujante argentino más importante, y no es verdad: Breccia era uruguayo. Es como decir que Arturo del Castillo fue el dibujante argentino de westerns más importante que hubo, y no es verdad: del Castillo era chileno. Pongamos las cosas en su lugar y sin desmerecer a nadie, las cosas son así. Y hago hincapié en esto porque hay una cosa que siempre me ha dado vueltas en la cabeza y es la siguiente: muchos artistas extranjeros desarrollaron en esta bendito país su talento porque en sus países de origen nunca lo hubieran podido hacer; y en algunos casos, lamentablemente, se olvidaron de eso, fueron bastante ingratos. Sin dejar de reconocer los talentos extranjeros —que los hubo y los he aplaudido tanto como merecen—, yo priorizo el talento argentino; para mí es muy importante lo nacional. En diferentes convenciones de historietas he dejado bien en claro este punto, que es muy personal y que puede sonar muy anticuado, pero...
Hace poco me pidieron para la revista El Historietista (n°1, enero de 2003) una reflexión acerca de la caída de Columba, y yo escribí lo que pensaba, sin pelos en la lengua: que muchos estúpidos se alegraron de la caída de la editorial y no se dieron cuenta de que las nuevas generaciones de talentos, dibujantes y guionistas que se estaban formando, que hubieran aprendido, que hubieran desarrollado sus cosas y que probablemente hubieran publicado por el mundo, nunca iban a poder hacerlo porque se había destruido una empresa grandiosa, con todos sus defectos como empresa, obviamente; que quizá te explotaba, lo que vos quieras, pero que te daba la oportunidad de mostrarte y desarrollarte como artista. Ahora nadie te explota y nadie te da trabajo... ¡Dejémonos de joder!
—Nos ha mencionado al pasar que Oesterheld se hizo cargo de tres series creadas por Ud. y que lo leía desde muy pequeño...
—Oesterheld es El Gran Maestro de la Historieta Argentina. Todos los guionistas argentinos somos hijos artísticos de Oesterheld, todos lo hemos admirado. De lo que me he reído es de muchos de los que se consideran herederos de Oesterheld y que incluso lo han usado como estandarte, pero que nunca han seguido su estilo ni sus conceptos como escritor. Oesterheld en sus historias propugnaba la amistad y la camaradería, sus héroes eran leales, sencillos y humanos. Muchos guionistas que se cansaban de hablar del maestro y de lo mucho que los había influenciado su obra, lo único que hicieron en sus vidas fue crear personajes totalmente amorales y cínicos, cosa que no tenía que ver absolutamente nada con lo enseñado por el maestro Oesterheld.
—¿Ve mucho de Oesterheld en la obra de Wood?
—No. En la obra de Wood no veo nada de Oesterheld. Aparte de esto, Robin Wood —en mi modesta opinión, un gran creador, el último renovador de la historieta argentina— no ofrece una gran serie desde hace veinte años, desde que creó Kozakovich & Connors. Todo lo que Robin escribió después es una simple repetición de sí mismo. Muy bien escrito, con mucha —¿cómo diríamos?— capacidad, con mucho oficio, pero que ya no tiene alma: no está el alma de Savarese, no está el alma de Nippur, no está el alma torturada de Dago, no está el alma misteriosa de Dax. Todo lo que vino es bueno, pero de segunda. Los grandes arquetipos de Robin, él los creó hace tres décadas.
—Hablando de Nippur, ¿qué tan difícil resulta trabajar con el personaje?
—Nippur es uno de los tres o cuatro grandes personajes de la historieta argentina. Uno es El Eternauta, otro es el Sargento Kirk, otro el Corto Maltés, otro es Ernie Pike, y el otro es Dago —el primer Dago, no este Dago aburguesado que se ve hoy....—
—¿De historieta argentina estamos hablando?
—Sí sí sí.
—¿Corto Maltés puede considerarse historieta argentina?
—No no no, yo digo... Bueno, exceptuemos al Corto por ser creación de un italiano, de Hugo Pratt. Tuve la suerte de conocer a Pratt siendo yo pibe, y le estreché la mano: no me la lavé por dos días (risas). Gran y genial creador que, en cierto modo, me remite a Daniel Haupt, que falleció hace poco y acerca del cual nadie publicó una línea en ninguna parte. Yo me di el pequeño gusto de dedicarle una parrafadita en el períodico Soldados, en el cual trabajo.
Pero vos me preguntabas acerca de Nippur, creado por un talentoso artista extranjero, pero desarrollado aquí, con grandes dibujantes argentinos. Nippur evoca lo mejor de nosotros mismos, es un filósofo, es un caminante, es amo del polvo que pisan sus sandalias, no quiere oro, no quiere tronos, no quiere nada: es un hombre que ha comprendido la verdad de la vida, y es un hombre que sabe que los dioses son burlones; y él no es un personaje, es una persona, él es humano. Nació hace seis mil años atrás, pero es una persona, es el ideal de una persona, es un hombre valiente, pero es un hombre capaz de culparse por cosas que le sucedieron. Es como cualquiera de nosotros, pero es grande porque nos hace pensar en lo mejor del ser humano en todo; y los personajes que se mueven en su universo también son humanos, incluso los grandes malvados que son capaces de grandes contradicciones y hasta de comportarse con bondad.
—De las series creadas por usted ¿cuál es su predilecta?
—Yo amo a todos mis hijos, aunque algunos me hayan salido bien y otros no tanto. Mi personaje más fuerte, para mí, es Shane: es la historieta policial negra más dura de las que se hizo acá en Argentina. Primero la dibujó Alberto Saichann, y después la continuó y la terminó Alberto Caliva. Saichann le dio un mundo terrorífico a Shane en su primera parte. Shane fue siempre un personaje totalmente marginal; tal es así que termina casándose con una prostituta, algo que en Columba era totalmente impensado. Ni Dago ni Nippur se atrevieron a quebrar ciertas reglas: fue Shane quien quebró todo. Recuerdo un episodio en el que él persigue a un criminal que se refugia en la mafia italiana; Shane lo secuestra, lo sube a un helicóptero y el villano se ríe pensando que lo van a entregar a las autoridades, sabiendo que no tardará en salir por otra puerta en libertad... Y Shane lo arroja al mar (risas). No se razonaba con Shane, él era un poco como El Vengador Anónimo de Charles Bronson, pero con más pinta.
Otra serie que me gustó hacer y que convertí en mía —la creó Robin Wood— es Aquí la Legión, que recreó todo un mundo perdido, extraordinario, que me hizo redescubrir cosas muy lindas.
Me gustó mucho también hacer series con Lucho Olivera: El Sobreviviente, El Hitita, En Tiempos del Rey Salomón, Hércoles... Ese tipo de historias me encantaban.
—Haciendo historietas unitarias, en algunos períodos se le daba por explotar ciertos temas. Recuerdo varias muy buenas historias suyas con Zaffino, acerca de temas bíblicos.
—Me encantan las historias bíblicas, sí señor. Me parece un tema muy desaprovechado en historieta. A esas historias se les puede dar muy lindo enfoques, según lo que quieras contar. Y Zaffino fue un gran dibujante, extremadamente talentoso, y yo tuve el honor de trabajar con él en Wolf y en la primera etapa de Troels. Fue un dibujante lamentablemente malogrado por las cosas de la vida y fue una gran estrella, pero pudo haber sido mucho más. Dios sabe por qué se lleva a algunos y deja a otros, pero bue...
—Cambiando de género, yo soy muy fan de El Siciliano, la que hizo con Furlino. Le quedó perfecta.
—Gracias. A esa la considero una versión opuesta de Savarese, y tenía la idea de ampliar el universo de esa serie. El Siciliano es una de mafiosos, y su secuela, El Hijo del Siciliano —dibujada por Percy Ochoa—, quedó inconclusa, aunque yo la escribí completa: eran como diecisiete o dieciocho episodios. Pero la idea original era que no terminara la saga ahí, sino que concluyera con El Nieto del Siciliano, ambientada en nuestros días, y protagonizada por un jefe del crimen en el mundo de las computadoras.
Siempre me gustaron las historias policiales. Yo hice una serie que, lamentablemente, no estuvo bien dibujada; yo al dibujante lo quiero mucho, pero realmente no estuvo a la altura... La serie se llamaba FBI. Ahí contábamos los casos policiales de la década del 30: Capone, Dillinger, todos esos. Y de ahí salté a hacer Teenagers, para Intervalo, con Laura Gulino dibujando mis guiones, que firmé como Virginia Lang...
—Todo un tema el de los pseudónimos, ¿los recuerda a todos?
—No todos, algunos: Denny Robson, Gonzalo Bravo, Lex Lewis, Ned Patton, Axel Bergier, Raúl Montalván, Frank Norris... Los pseudónimos eran una exigencia de la editorial, sino mirabas el índice y era todo Armando Fernández.
—¿Qué proyectos tiene en carpeta?
—Ante la falta de historieta argentina, mis proyectos se derivaron más hacia el campo de la literatura: cuentos, novelas...Recientemente me han publicado una novela titulada Carta a un Soldado de Malvinas, y estoy trabajando en otros proyectos —por un lado, recolección de testimonios de excombatientes; por el otro, historietas dibujadas por Solano López, Néstor Olivera, Sergio Ibáñez, Miguel Castro Rodríguez— en torno al mismo tema, la guerra de Malvinas. Planeo también seguir escribiendo mis memorias. Por ahora es lo único que te puedo adelantar.
—¿Qué tan optimista es respecto al futuro de la historieta argentina?
—El futuro de la historieta nacional está en manos de los jóvenes. Lo lamentable es que esos jóvenes no tienen editoriales en las cuales poder desarrollarse, y casi no quedan maestros. En la historia de la historieta argentina no hubo más de quince guionistas reconocidos: imaginate lo que va a quedar cuando desaparezcan los pocos que quedan... Es necesaria una renovación. Hay gente que tiene mucho talento, pero necesitan una guía: yo les recomiendo que estudien y lean mucho. A los dibujantes les recomiendo que vayan a ver profesionales del dibujo y que estudien con seriedad el cuerpo humano.
Hay jóvenes como Sergio Ibáñez —a quien yo considero el líder de la nueva historieta argentina en el campo del dibujo— y Marcelo Basile que han sacado esa maravilla llamada Mikilo, inspirada en temas autóctonos, folklóricos, aborígenes y argentinos. Ellos también participaron en La Bestia, un hermoso proyecto con historietas de terror que, lamentablemente, quedó trunco por toda esta triste realidad económica en las que vivimos. Pero no hay que rendirse...
Repito: no improvisen, estudien. Para hacer las cosas bien, si realmente quieren ser profesionales, no tomen las cosas a la ligera. En lo personal, sueño con tener alguna vez una pequeña escuela de guionistas, transmitir mis cuarenta años en el medio a alguna nueva camada de muchachos y chicas, porque me gustaría ver mujeres escribiendo historietas.
El fenómeno de la historieta argentina fue algo extraordinario, y a nosotros nos tocó levantar una antorcha que se cayó... Ahora a las nuevas generaciones les toca avivar ese fueguito que queda. Nada más.
(*) Redactor especializado en cómics.

