
El PRO lanza una campaña porteña nostálgica, con la vista fija en los años dorados del macrismo, como si el desastre económico, las promesas rotas y las crisis de gobernabilidad no hubieran dejado huella.
Jorge Macri, acompañado de su primo Mauricio, se lanza a recorrer la ciudad con el lema “fiebre amarilla”, pero en lugar de encender esperanzas, reaviva la decepción de un pasado que costó caro a millones de argentinos.
Mientras el país se enfrenta a una grave situación económica, la receta del PRO parece ser solo la reiteración de su viejo discurso, apelando a la gestión del pasado, olvidando las promesas incumplidas y el fracaso de una política que ya no convence.
En lugar de ofrecer soluciones para los desafíos actuales, prefieren mirar atrás, vendiendo nostalgia como estrategia.
¿Y el rechazo al radicalismo? La coalición sigue desmoronándose, apostando al ego y al poder antes que a la unidad necesaria para enfrentar un panorama que claramente no da respiro.
En medio de todo esto, los nombres fuertes del PRO, como Vidal y Macri, siguen pensando en sus propios intereses, sin ofrecer un proyecto de futuro real. En este camino, el PRO no solo se aleja de sus bases, sino también de la realidad.