
Por Javier Barragan, especial para NOVA
En un país donde el Gobierno exige austeridad desde el púlpito del ajuste y la motosierra, los jubilados –el sector más golpeado por la crisis– salieron a la calle a reclamar lo que les pertenece: el derecho a una vida digna.
Sin embargo, lo verdaderamente inesperado no fue su protesta, sino quiénes se pararon a su lado. No fue la CGT, que sigue midiendo costos políticos antes de actuar. Tampoco los partidos de oposición, aún atrapados en cálculos electorales.
Fueron los barrabravas, quienes desde el mundo de lo salvaje, donde el código es la lealtad y el aguante, aparecieron para hacer lo que otros no hicieron: bancar a los mas vulnerables.
El contraste es brutal. Mientras la Policía –en otra escena de guerra de pobres contra pobres– reprimía a ancianos que cobran jubilaciones de indigencia, desde los clubes de fútbol, esas mismas instituciones que Milei pretende destruir para imponer sociedades anónimas, llegaba la solidaridad.
En las tribunas, los colores no se negocian. Representan identidad, historia y pertenencia. Son lo opuesto a la lógica del mercado desregulado que propone este gobierno, que desprecia cualquier forma de comunidad que no se rija por el lucro. Porque no hay memoria, no hay arraigo y no hay patria posible sin identidad. Y ese es el verdadero choque de fondo: entre quienes sienten y quienes sólo hacen cuentas.
Lo increíble es el nivel de cinismo del oficialismo. En la narrativa libertaria, los jubilados –que apenas pueden comprar un ibuprofeno– de repente tienen plata para contratar barras.
Una afirmación absurda que deja en evidencia su incapacidad para comprender la solidaridad. No entienden que, en una cancha, cuando uno cae, otro lo levanta.
Mientras tanto, Patricia Bullrich debería estar dándole la orden a su arquero estrella, Juan Camión Hidrante: "¡Salí jugando desde el fondo, llenate de agua y meté presión en el área rival!". Pero no, la ministra prefiere el juego brusco: patada a los jubilados, codazo a los que los apoyan, y ni una tarjeta para los especuladores financieros, que juegan con la impunidad del VAR político.
Pero el verdadero problema es que este equipo no tiene plan de juego: el acuerdo con el FMI no llega, la economía se ahoga, y el gobierno sigue tirando pelotazos largos para aguantar el partido. ¿La estrategia? Más presión sobre los más vulnerables, como si la solución estuviera en seguir metiéndole pierna fuerte a los que ya están en el piso.
Pero el cinturón ya no aprieta: estrangula. El ajuste siempre cae sobre quienes no pueden defenderse. Pero esta vez, los que sí pueden pusieron el cuerpo. Ironías de la historia: los barras fueron los que se pararon del lado correcto. Ni la CGT, ni la “casta política”, ni los libertarios, que sólo ven números donde hay personas.
Tal vez esto sirva para que el Gobierno pare la pelota. Porque si sigue jugando este partido contra los de abajo, la cancha se le puede dar vuelta.