
Sagaz como siempre. Intrépido e inquisidor. Adjetivos que sólo califican a Martín Vestiga, un asiduo colaborador de NOVA que vive trabajando y que, en sus ratos libres, investiga como pocos. Todo un adicto a su profesión.
Eran las once de la mañana en el microcentro porteño, y el aire estaba cargado de rumores. Martín Vestiga caminaba por Corrientes como quien sabe que en cualquier esquina puede encontrar una verdad disfrazada. El eco de un titular resonaba en su cabeza: “Manuel Adorni implora suavizar discurso presidencial”. Pero la historia no terminaba ahí; como siempre, había más hilos por desatar.
Mientras cruzaba la avenida Florida, se topó con Tito Rosca, un personaje tan desagradable como un chicle pegado en el zapato un día de calor. Tito, cuya sonrisa parecía más falsa que un Rolex comprado en Once, era conocido por vender información a quien pagara, siempre con un aroma a café rancio y whisky barato.
—Vestiga, vos que siempre andás en la crema… ¿Ya te enteraste de lo que pasó en Davos? — Le espetó Tito, con un aliento que podía tumbar a un caballo.
Martín lo miró de reojo, como quien observa una cucaracha desde lejos, sin querer pisarla para no ensuciarse.
—Algo escuché, pero seguro vos tenés una versión mejorada, ¿no? — Respondió con ironía.
Tito sonrió, mostrando dientes que parecían reliquias de un naufragio.
—Javier Milei fue con todo el circo libertario, pero parece que se olvidaron de armar el espectáculo. El discurso en Davos dejó a medio mundo con cara de póker, y dicen que Adorni casi se descompensa cuando vio la repercusión. Llamó llorando, Martín. ¡Llorando! ¿Te imaginás?
La imagen de un Manuel Adorni en crisis no encajaba con la figura del vocero presidencial de voz firme y lenguaje filoso que solía aparecer en televisión.
—¿Qué más sabes, Rosca? — Martín sabía que Tito nunca daba todo gratis, pero su asco por el personaje era menor a su sed de información.
—Dicen que Milei quiso copiar el estilo de Donald Trump, pero terminó metiendo la pata con el tema de género. Los de Davos esperaban números y promesas de estabilidad, no discursos sobre ideología. Encima, Federico Sturzenegger parece estar pateando en contra con sus políticas económicas. ¡Y los textiles ya están sacando los trapitos al Sol!
Martín lo escuchaba con atención, tratando de conectar las piezas. Mientras tanto, Tito seguía:
—Ah, pero esperá, porque hay más. En el círculo interno ya están empezando a hablar de grietas. Si esto sigue así, algunos van a saltar del barco antes de que se hunda.
Martín tomó nota mentalmente y se alejó de Tito, quien seguía vociferando datos con el entusiasmo de un vendedor de baratijas.
La cumbre de Davos es el escenario ideal para proyectar fortaleza económica. Las fuentes de Martín le habían comentado que los inversores esperaban escuchar sobre los avances del RIGI, el desarrollo del Vaca Muerta y el potencial agroindustrial.
Pero Milei, fiel a su estilo confrontativo, priorizó debates ideológicos, dejando de lado lo que realmente importaba: la atracción de capital extranjero.
El resultado fue un vacío de liderazgo en el foro y una sensación de incertidumbre que Argentina no podía permitirse. Adorni, con su intento desesperado de revertir la situación, expuso no sólo su fragilidad emocional, sino las fisuras dentro del equipo presidencial.
Martín tomó su grabador. Había una verdad que contar y un país que necesitaba escucharla. La ciudad seguía girando, con su caos habitual, pero las grietas en el gobierno se sentían como el preludio de algo más grande.
Caminó por la avenida y, con la última frase de Tito resonando en su mente, murmuró para sí mismo:
"Qué país generoso... si hasta el abismo lo hacemos negocio."
—Y al final, como dice el famoso tema de rock nacional.
Y todo el mundo saltando contento
porque, allá afuera, te espera el país,
y yo me elevo al compás...