Martín Vestiga
Una producción de NOVA

Martín Vestiga, Pagano y el lazo moscovita: entre influencias y verdades ocultas

Martín Vestiga, siempre ávido de información y con la data justa. (Dibujo: NOVA)

Sagaz como siempre. Intrépido e inquisidor. Adjetivos que sólo califican a Martín Vestiga, un asiduo colaborador de NOVA que vive trabajando y que, en sus ratos libres, investiga como pocos. Todo un adicto a su profesión.

Una mañana, en un café de San Telmo con aroma a conspiración y medialunas, Martín Vestiga recibió un mensaje en su celular. Era de Alfonso Viético. El contenido era breve, críptico, y sin embargo, electrizante: “Rusia. Pagano. Diplos. La pista caliente está en el canal caído. Te espero en el Bar Roma.” Martín no necesitaba más.

Al llegar al lugar, el inefable Alfonso estaba allí, con su café en mano y su corbata desalineada, listón casi oficial de las noches de insomnio en la cancillería. Sin muchas vueltas, empezó a desglosar lo que llamó “el entramado ruso”.

—La diputada Marcela Pagano se mandó una de antología con los diplomáticos rusos que esquivaron el control de alcoholemia. Pero eso es sólo la punta del iceberg. Su relación con ellos es más profunda de lo que parece.

Martín tomó nota, mientras Alfonso desplegaba datos, nombres y fechas como si estuviera jugando al ajedrez en simultáneo. Franco Bindi, la pareja de Pagano, salió a escena como el rey de un tablero donde la geopolítica y los intereses privados parecían entrelazarse con sorprendente fluidez.

—Bindi, ¿te acordás de él? Fue clave en el Operativo Puf contra la causa Cuadernos (continuó Alfonso). Su canal Extra TV era una plataforma independiente hasta que el Kremlin metió ficha. Cuando quebró, Rusia no sólo inyectó capital; también transformó el contenido en propaganda prorrusa. El giro fue tan brusco que los empleados que quedaron decían que ‘el canal pasó de hablar de tarifas a ensalzar a Putin’.

La conexión con Olga Muratova, presidenta de Casa de Rusia, sumó un nuevo matiz al caso. Esta mujer de perfil bajo, pero agenda influyente, había tejido una red que iba desde actividades culturales hasta contactos con los servicios de inteligencia rusos, según informes que le llegaban a Alfonso a su despacho. Pagano, desde su rol como presidenta del Grupo Parlamentario de Amistad con Rusia, no parecía ser ajena a esta telaraña.

—Y eso no es todo (dijo Alfonso con un tono grave, como quien lanza una bomba). Hay informes que vinculan a Bindi con PDVSA y con operaciones financieras poco claras entre Caracas y Moscú. Todo pasa por la misma vía: propaganda, dinero y lealtades políticas.

Martín no podía evitar conectar los puntos. La defensa enérgica de Pagano a los diplomáticos rusos que evadieron el control de alcoholemia ya no parecía un gesto inocente. En ese incidente, se podía entrever la sombra de intereses más profundos, un ajedrez donde cada movimiento tenía un propósito calculado.

Antes de despedirse, Alfonso dejó caer una última pista:

—El canal puede estar muerto, pero las conexiones siguen vivas. Hay que mirar más de cerca cómo Rusia está metiendo mano en los medios y en la política argentina. No te olvides del caso de los espías en Belgrano, que terminó con honores en Moscú.

Martín salió del Bar Roma con el grabador lleno y la cabeza en ebullición. La verdad, pensó, siempre tiene un precio, y él estaba dispuesto a pagarlo.

“Nuestro amo juega al esclavo

de esta tierra que es una herida

que se abre todos los días

a pura muerte, a todo gramo”.

Martín murmuró la letra de una vieja canción de Los Redondos mientras caminaba por San Telmo. Porque en un mundo de influencias cruzadas y lealtades compradas, la justicia siempre necesita un testigo dispuesto a contar la historia.

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