Perfiles Urbanos
Exclusivo de NOVA

La danza de la resiliencia: la vida de Jacqueline de las Carreras, la porteña creadora de la Fundación Par

Jacqueline de las Carreras en la cena de la Fundación Par en el año 2017.
Era 1952 cuando un día cualquiera, mientras jugaba al tenis, sintió que algo no estaba bien.
Era 1952 cuando un día cualquiera, mientras jugaba al tenis, sintió que algo no estaba bien.
Jacqueline de las Carreras recibió su diagnóstico en 1952.
Jacqueline de las Carreras recibió su diagnóstico en 1952.
Jacqueline de las Carreras y Jorge Triaca en la cena de la Fundación Par.
Jacqueline de las Carreras y Jorge Triaca en la cena de la Fundación Par.
La biografía de Jacqueline de las Carreras, escrita por Luciana Montero.
La biografía de Jacqueline de las Carreras, escrita por Luciana Montero.

En el Buenos Aires de los años cincuenta, cuando los techos de tejas y los jacarandás del barrio de Belgrano tejían un paisaje de apacible elegancia, la joven Jacqueline de las Carreras vivía una infancia que parecía sacada de un sueño.

Criada en una familia acomodada, su vida transcurría entre las clases de ballet y los partidos de tenis en la cancha de su casa. Con apenas catorce años, su mundo estaba lleno de promesas, movimiento y una libertad que daba por sentada. Pero el destino tenía otros planes para ella.

Era 1952 cuando un día cualquiera, mientras jugaba al tenis, sintió que algo no estaba bien. Un tambaleo extraño interrumpió su ágil equilibrio, y al poco tiempo, una fiebre alta se instaló en su cuerpo. Los médicos no tardaron en dar el diagnóstico que cambiaría su vida para siempre: poliomielitis.

Esa enfermedad viral, que atacaba el sistema nervioso y provocaba parálisis, se había convertido en una pesadilla para muchas familias argentinas de la época. En el caso de Jacqueline, la parálisis la dejó confinada a una silla de ruedas. Lo que había sido una adolescencia prometedora se transformó en un camino lleno de incertidumbre y retos inimaginables.

La poliomielitis no solo atacó su cuerpo, también puso a prueba su espíritu. En un país que apenas comenzaba a hablar de la discapacidad, la vida de una niña en silla de ruedas se enfrentaba a barreras tanto físicas como sociales.

Pero Jacqueline no estaba dispuesta a aceptar los límites que otros querían imponerle. Después de meses de tratamientos fallidos en Buenos Aires, su familia la llevó al prestigioso Rusk Institute de Nueva York. Aquí comenzó una etapa crucial en su vida.

Rodeada de veteranos de guerra y personas que enfrentaban discapacidades de todo tipo, Jacqueline aprendió que la verdadera batalla estaba en su interior. Uno de los médicos del instituto le dio un consejo que, aunque duro, marcaría el resto de su vida: “Aceptá tu silla de ruedas como una extensión de vos misma y viví”.

Y eso fue exactamente lo que hizo. En medio de terapias intensivas y ejercicios agotadores, Jacqueline encontró una chispa de esperanza. No iba a ser una víctima de su destino. Iba a ser la arquitecta de su propia historia.

De regreso en Argentina, Jacqueline tuvo que enfrentarse a una realidad poco amigable para quienes, como ella, vivían con una discapacidad. Las veredas estrechas y llenas de baches de Buenos Aires, los edificios sin rampas y las miradas cargadas de lástima formaban parte de su rutina.

Pero esta joven tenía una determinación que ni la poliomielitis había podido doblegar. Decidió estudiar Psicopedagogía, una elección que reflejaba su deseo de comprender y ayudar a quienes enfrentaban dificultades similares.

En 1981, un evento marcaría un antes y un después en su vida. Jacqueline participó en el Congreso Internacional de Personas con Discapacidad en Singapur. Fue en ese viaje donde tomó conciencia de que su lucha personal podía trascender, que su historia y sus esfuerzos podían convertirse en un movimiento que cambiara la realidad de muchas personas. Volvió a Argentina con una nueva misión: trabajar por los derechos de las personas con discapacidad y promover su inclusión plena en todos los ámbitos de la sociedad.

Así, en 1988, nació la Fundación Par, un proyecto que sintetizaba su visión de igualdad y justicia. Bajo el lema “A igual capacidad, igual oportunidad”, la organización se propuso cambiar la narrativa en torno a la discapacidad.

Para Jacqueline, la clave estaba en la autonomía y la independencia. La fundación no solo ayudó a miles de personas a capacitarse y conseguir empleo, también educó a empresas y empleadores sobre la importancia de valorar la diversidad.

Los logros de Jacqueline y su equipo son innegables. La Fundación Par se convirtió en un referente no solo en Argentina, sino en toda América Latina. Miles de personas encontraron en ella una oportunidad para demostrar su talento y su valía.

Pero para Jacqueline, los éxitos no se miden en números, sino en historias de vida transformadas. Cada persona que logró superar las barreras de la exclusión gracias a su trabajo representa una victoria en su lucha por un mundo más justo.

A pesar de los avances, Jacqueline nunca perdió de vista los desafíos pendientes. La accesibilidad sigue siendo un tema crucial en un país donde muchas ciudades no están diseñadas para la diversidad funcional.

Además, las barreras culturales y los prejuicios continúan siendo obstáculos significativos. Pero si algo caracteriza a Jacqueline de las Carreras es su capacidad para transformar la adversidad en acción.

Hoy, a sus 87 años, Jacqueline reflexiona con humildad sobre su legado, destacando el cambio generacional y la mayor aceptación de la diversidad. Sin embargo, también advierte sobre la necesidad de políticas públicas más efectivas y de una sociedad que comprenda que la discapacidad no es una limitación, sino una característica más de la condición humana.

Su historia, recogida en la biografía “Discapacidad en primera persona”, escrita por Luciana Mantero, es un testimonio vivo de lo que significa resistir, transformar y construir. La vida de Jacqueline de las Carreras es una danza de resiliencia, una coreografía en la que los pasos difíciles se convierten en movimientos de esperanza y cambio.

En cada rampa construida, en cada empleo inclusivo logrado y en cada barrera derribada, el legado de Jacqueline se manifiesta. Su mensaje es claro: la verdadera discapacidad no está en el cuerpo, sino en la incapacidad de una sociedad para reconocer y valorar la diversidad. Y gracias a su incansable lucha, ese mensaje resuena con fuerza en cada rincón de Argentina y más allá.

Lectores: 437

Envianos tu comentario

Nombre:
Correo electrónico :
Comentario: