Por Gustavo Zandonadi, especial para NOVA
El 1 de enero de 2025 es un día muy triste en la historia de mi familia. Pocas horas después del brindis de Año Nuevo -según el médico que lo examinó, alrededor de las 5 de la mañana- falleció mi papá.
La palabra es la materia prima de los que tenemos el oficio de escribir. Es una herramienta que hay que utilizar cuidadosamente para hacer un buen artículo, pero cuando toca escribir sobre la muerte de un padre hay que dejarlas fluir libremente. Perdonen mis lectores por ocupar su tiempo con algo que tal vez no sea lo que esperan de este periodista, pero me tomo el atrevimiento de hacerlo porque a esta altura del partido los considero como si fueran mis amigos. Después de todo, trabajo para ustedes.
A menudo los hijos se nos parecen, dice Joan Manuel Serrat en "Esos locos bajitos". No es mi intención responder a esa enorme poesía con alguna pieza similar porque carezco del talento del catalán más famoso, pero voy a recoger el guante para dejar hablar a mi corazón desde el lugar de un hijo que quedó huérfano de padre hace pocas horas. Voy a hacer el intento a modo de homenaje a mi padre y lo haré de esta forma porque creo que es la adecuada. Para hacerlo de una forma digna, pido a Dios que me asista en la ocasión.
Mi papá se llamaba Jorge y nació en Lanús el 24 de marzo de 1940. Un mes antes provincia de Buenos Aires eligió al conservador Alberto Barceló como sucesor de Manuel Fresco en el sillón de la gobernación, pero la elección fue anulada por fraudulenta, decreto mediante, por el presidente Roberto Marcelino Ortiz. En esa Argentina caótica y conservadora llegó al mundo el que fue mi papá, en el seno de una familia de tanos. Mi abuelo tenía una tornería y mi abuela era ama de casa. Esa Argentina tenía sus problemas, pero era más respirable que la actual. No había Internet, ni celulares, pero había buenos escritores, tango, buen fútbol y un cine nacional que estaba a las puertas de inaugurar su Edad de Oro.
El Conurbano de los años 40 tenía empedrado, tranvía y barras de pibes que jugaban en la vereda. Era un país inocente, que aún no había conocido el horror que vino después para intentar borrar de la memoria colectiva ese hecho maldito del país burgués que algunos llaman peronismo. Decía mi papá que ser niño en esa época era una fiesta, tal vez porque eran los privilegiados de un país que apostaba por la industria, por elevar el nivel de vida del pobrerío y por la Justicia Social, contra la prepotencia del destino ineludible de pobreza. En esa época sólo había lugar para el progreso por medio del trabajo.
Pese a los esfuerzos de las bestias, en las décadas siguientes la Argentina siguió permitiendo la movilidad social ascendente. Los jóvenes de los años 60 -entre los que estuvo mi papá- disfrutaron de un buen momento. Ese momento les permitió la satisfacción de saber que estaban trabajando por algo más que por el plato de comida y el alquiler. Pudieron casarse, comprar su casa y hacer proyectos que se convirtieron en realidad. Las cosas cambiaron en los 70, pero ese pibe -ya de 30 y pico- siguió adelante acompañado por mi mamá.
En 1984 nací yo. Mi papá tenía 44 años y mi mamá 40. Hoy es normal ser padres a esa edad, pero en esa época era una rareza. Más allá de alguna mirada fuera de lugar, más allá de alguna tía desubicada que se metiera donde nadie la llamó, los tres fuimos una familia feliz y créame, amigo lector, que lo fuimos hasta el 1 de enero de 2025. No pudo derrumbarnos ninguna crisis: ni la hiperinflación del 89, ni la década menemista, ni el 2001, ni el kirchnerismo, ni el macrismo, ni nada, ni nadie.
El tiempo pasó para todos. Llegó Santiago, el primer nieto, pero se fue a los siete días porque tenía un grave problema cardíaco. Mis padres lo lloraron sin consuelo. Después llegaron dos nietos más: Mariano e Ignacio, que el 1 de enero lloraron sin consuelo, como mamá, mi suegra, mi esposa y yo.
Entre mi padre y yo hubo muchas horas de charla, que me guardo para siempre. Hubo enseñanzas para la vida y un manual de instrucciones para ser buena persona. Papá: nos duele muchísimo tu partida. Dejas un vacío enorme, pero te amamos y llevar tu apellido es nuestro mayor orgullo. Vamos a cuidarlo como vos lo hiciste a lo largo de tus 84 años.
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Cortez Sergio |
Un Muy Fuerte Abrazo y un Sentido Pésame .,a un hombre de Verdad y un Varón de DÍOS.- QDEP.- Pero el legado que dejó en su hijo y sus nietos ....es el verbo vivo de las Muy Buenas Costumbres y Sana Educación...En DÍOS ALTÍSIMO SOBERANO TODOPODEROSO....espero lo tenga en la Gloria .,- Un Muy Fuerte Abrazoooo..... Y hasta Siempre.- |
06/01/2025 - 9:50 |