Se viene el verano y el calor pide platos livianos, frescos y que no obliguen a prender el horno como si fuera un acto suicida. La gastronomía estacional tiene una regla simple: menos grasa, más color, más agua, más sabor.
Acá van cinco recetas frescas, fáciles y con “modo verano” activado: ensaladas que no son un castigo, platos fríos que pueden ser almuerzo o cena, y combinaciones que no dejan al cuerpo en coma post-comida.
Primera: ensalada de sandía, feta, espinaca y menta. La receta suena sofisticada, pero no tiene misterio: cubos de sandía bien fría, queso feta desgranado, espinaca y menta fresca, un chorrito de oliva, pimienta y, si te animás, unas gotas de limón. Resultado: dulce, salado, refrescante, perfecto para cuando el termómetro se burla de vos.
Segunda: gazpacho andaluz. Tomate maduro, pepino, pimiento rojo, aceite de oliva, pan viejo remojado, ajo, vinagre y licuadora. Se sirve helado, casi como bebida. Es sopa, pero versión “no me calientes la cocina”. Si querés ser más pro, lo coronás con cubitos de jamón crudo o unos croutons caseros.
Tercera: rolls fríos de papel de arroz con vegetales. Ideal para quienes quieren comer sano sin caer en la depresión culinaria. Se hidrata el papel de arroz, se rellena con tiras de zanahoria, pepino, palta, hojas verdes, brotes y, si querés proteína, tofu o langostinos. Se acompaña con salsa de maní o soja-limón. Se come con la mano. Veranísimo.
Cuarta: tartar de tomate y palta. No hace falta ser chef con pinzas: cubitos de tomate firme, palta en dados, cebolla morada bien picada, oliva, jugo de lima, sal marina y un toque de cilantro. Se puede montar en aro o servir como ensalada descontracturada. Plato vegetariano con estética de restaurante caro.
Quinta: pasta fría con pesto de rúcula y limón. Se hierve la pasta corta, se enfría, se mezcla con un pesto hecho de rúcula, almendras, ajo, aceite y ralladura de limón. Queda fresca, aromática y se puede guardar para comer otro día. Perfecta para tupper playero o “no pienso cocinar de nuevo”.
Estas recetas comparten tres virtudes: no generan siesta obligatoria para la digestión, no requieren horno, y funcionan tanto para comer solo como para quedar bien en reunión veraniega sin gastar medio sueldo en sushi.








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