El columnista invitado
La casta de festejo en Olivos

El asado de los perversos

El periodista Gustavo Zandonadi. (Foto: NOVA)

Por Gustavo Zandonadi, especial para NOVA.

Según la versión web del diccionario de la Real Academia Española, un perverso el alguien sumamente malo, que causa daño intencionadamente. Por su parte el sadismo tiene dos acepciones. Por un lado es definido como una "Perversión sexual de quien provoca su propia exitación cometiendo actos de crueldad en otra persona", mientras que por el otro se lo define como una "Cueldad refinada, con placer de quien la ejecuta". A buen entendedor, pocas palabras. El régimen libertario y sus aliados parlamentarios sodomizaron, una vez más, a los jubilados y lo disfrutaron. Por si algo faltaba, lo celebraron comiendo un asado.

Este martes asistimos al acto más cruel, despreciable y ruin de los libertarios en el poder. Un gesto que los pinta de cuerpo entero, sin desperdicio, ante una sociedad que todavía no reacciona. Mientras los perversos comían a dos carrillos, afuera se dieron cita un grupo de jubilados para expresar su descontento. Dolía ver a los mayores, tan maltratados por la dictadura mileista, contar sus penurias mientras la verdadera casta asistía al festín de los obsecuentes, premiados por alinearse con lo peor de la política, que son aquellos que le imponen a los jubilados la necesidad de elegir entre un plato de comida y un medicamento. No hay explicaciones rebuscadas para eso, simplemente, son mala gente.

La grotesca escena se parece mucho a la que describe Joan Manuel Serrat en su canción "Disculpe el señor", que cuenta la historia de un mayordomo que informa a su patrón que afuera "hay un par de pobres" que estaban ahí reclamando porque "tiene usted alguna cosa que les pertenece". Las cosas en la canción no terminaron bien para el hombre rico de la canción. Fueron llegando cada vez más, hasta que lograron ponerse cara a cara con él. Hasta ahí llegó la canción, dejando al oyente la tarea de imaginar cómo terminó la situación porque el mayordomo se retiró.

Cuenta la crónica periodística que cada uno de los presentes debió pagar -con tarjeta de débito- 20 mil pesos el cubierto, que fueron convidados con una copa de vino y que el presidente le agradeció el heroico gesto de condenar a los jubilados a la indigencia. Lo noticiable de esta información no está en la comilona, ni en los que se sentaron a la mesa. Está en la provocación de celebrar el destino que espera a los perjudicados por el veto. Un presidente de verdad no puede reunir a un grupo de inmorales para festejar el hambre de su pueblo.

Una vieja frase de la cada vez más gigante Eva Perón dejó una consigna de lucha: "Donde hay una necesidad, nace un derecho". Los jubilados tienen necesidades, aunque el régimen insensible se inspire en un inconfesable deseo de hacerlos desaparecer. Nadie con buenas intenciones puede jactarse de llevar adelante semejante embestida contra los que trabajaron toda su vida para pagar impuestos. Ellos soportaron el "Hay que pasar el invierno" de Álvaro Alsogaray, el Rodrigazo, la "tablita" del delincuente fallecido José Alfredo Martínez de Hoz, la estatización de la deuda privada, la hiperinflación, la crisis del 2001, la larga noche macrista y la dictadura mileista, que no duda en reprimirlos.

Ningún argentino que se precie de tal podría decir que no a una invitación a un asado, pero hay invitaciones que es prudente rechazar. Los que asistieron al asado de la infamia comieron un plato regado con la sangre de los viejos reprimidos de cada miércoles ¿No les da vergüenza? Parece que no, pero tampoco importa. Lo que verdaderamente cuenta es el asco, la repugnancia, la sensación de haber sido testigos de una inmundicia, que se percibía en la gente que se dió cita en las inmediaciones de la Quinta de Olivos.

El régimen libertario ya tiene su propia foto de Olivos. Una foto que hay que repetirla todos los días, desde ahora y hasta las elecciones de medio término, cuando llegue el día que paguen la cuenta en las urnas. Algún día se van a tener que ir con la imperdonable deshonra de haber hambreado y golpeado a los abuelos. Ya lo dice un tango que cantaba Carlos Gardel: "Acuérdese, compadre que le ha de llegar su fin/lo hemos de ver en la vía, taciturno y agachado/si a cada chancho, no hay dudas, le llega su San Martín/.

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Cortez Sergio
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