Te despertaste a las diez de la mañana luego de una larga noche de insomnio. Revisaste el celular, controlaste una a una tus infinitas redes sociales. Te devolvieron twitter, ahora X, con la advertencia de que en la próxima te lo inhabilitan de por vida por decirle al ministro de Economía que habría que mandarlo al paredón.
Seguramente a Toto Caputo poco le importan tus exabruptos, pero al bueno de Elon Musk sí. Solo que en Brasil, Lula le cantó Quiero Vale Cuatro.
Contestaste miles de whatsapp, te metiste en la computadora y analizaste las informaciones de los portales de la competencia, encendiste en la TV al canal chupamedias de Milei bancado por Macri, donde contaban las groseras infidelidades de Moritán, la bronca indisimulada de Pampita y la irrupción mediática de Karina, la hermana del presidente, versión femenina del Pájaro Caniggia.
Te enganchaste fugazmente con una comedia romántica en Canal 13 de Diego Torres donde hace de él mismo, o sea de músico frustrado, pero con final feliz, a lo argento.
Y teniendo una plaza a media cuadra de tu casa, en La Plata, esa ciudad que adoptaste y a la que tanto odiabas al principio y ahora abrazás con el alma, preferiste la tecnología a salir a respirar aire puro en un día hermoso.
Entonces te perdiste a la señora de la esquina eligiendo las verduras para el almuerzo en el mercadito de la esquina. Te perdiste a la brasilerita de saco rojo haciendo video llamada con alguien, fotografiando flores amarillas, a la nenita de pelo colorado y ojos picarones que te sonrió mientras aprendía a andar en patín.
Te perdiste el cielo limpio, un sol precioso, el papá enseñando a su hija a andar en bicicleta con dos rueditas para no caerse, el perrito negro retozando en el pasto, a las dos chicas con aire despreocupado mate en mano yendo a hacer las compras al supermercado.
Te perdiste la posibilidad de caminar y volver sobre tus propios pasos, de perdonarte y de perdonar mientras aspirabas el aire con gusto a gramilla. De reflexionar sobre el amor, la amistad, y de que si seguís aferrado a la conquista del éxito vas a terminar solo como loco malo. Inevitablemente solo.
Te perdiste el trino de los pajaritos, pasar frente a la Iglesia del barrio y pedirle por los que te quieren y los que te odian. Que les vaya mejor que a vos. No tenés sentimientos negativos. Debe ser una virtud entre tantos defectos.
Pero no. Recalculaste, como la gallega del GPS (cierto que ya no existe el GPS y ahora la gente se guía por el Google Maps). Venciste los ataques de pánico, la fobia social, saliste a la calle y te encontraste con la vida.
Diste tres, o cuatro vueltas a la plaza y decidiste amigarte con la naturaleza. Falta todavía, pero es un buen comienzo.
Solo es feliz aquel que no sabe nada, que no entiende nada, y que no se da cuenta de nada, dice Gian Franco Pagliaro en un hermoso poema musicalizado por él mismo.
Y decidiste tomarte unos minutos de felicidad.
Sin tecnología. Ni televisores, ni computadoras, ni celulares, ni internet.
Descubriste que vale la pena estar vivo.
Es el comienzo de algo.
Peor es la nada misma.
Mario Casalongue