El columnista invitado
Violencia de género y escándalo

Alberto Fernández, de la decepción a la invencible repugnancia

El periodista Gustavo Zandonadi. (Foto: NOVA)

Por Gustavo Zandonadi, especial para NOVA

Una hermosa canción del cantautor Joan Manuel Serrat dice: "Uno se cree que las mató el tiempo y la ausencia, pero su tren vendió boleto de ida y vuelta". El verso escrito por el artista catalán hace más de medio siglo, le calza justo a la lamentable presidencia de Alberto Fernández. Cuando se tiene la certeza de que su paso por la vida pública terminó, vuelve de la peor manera: envuelto en un escándalo de corrupción y denunciado por violencia de género contra su exmujer, Fabiola Yáñez.

Como los grandes descubrimientos que cambiaron la historia de la humanidad, de casualidad se llegó a conocer lo que pasaba en la Quinta de Olivos cuando era ocupada por el hombre que llegó como una esperanza y se fue como una de las mayores decepciones políticas en lo que va del siglo (la otra fue el gobierno de Cambiemos). Mientras la Justicia buscaba pruebas para decir que Alberto Fernández sería corrupto, encontró cosas serias para sostener que sería un tipo despreciable, un cobarde que maltrataba a su mujer. Claro que todo esto queda sujeto a lo que determine la Justicia, pero por más que sea absuelto, el cartel de golpeador no se lo podrá sacar de encima fácilmente.

Alberto Fernández ya estaba condenado por parte de la sociedad como "el peor gobierno de la historia". Es fácil decirlo pero difícil de sostenerlo porque quedaría fuera de ese análisis la gestión de Fernando De la Rúa, pero el grueso de los argentinos entendió que era así. Fernández había llegado para poner fin a la larga noche macrista, pero fracasó. A tal punto es así que ningún albertista (si es que queda alguno) puede refutar el resultado final de la gestión 2019-2023: las cosas le salieron tan mal, que los cuatro años de Alberto Fernández le abrieron las puertas a lo que el periodista Gustavo Campana, con toda razón, denomina "cuarto desembarco neoliberal", que no es otra cosa que la victoria de Javier Milei.

La deriva descendente en la vida pública de Alberto Fernández empezó el día que asumió la presidencia. El cargo le quedó grande porque él era un gestor de presidencias ajenas, pero no un ejecutivo con poder de decisión. Su trabajo como jefe de Gabinete de Néstor Kirchner le garantizó la continuidad con Cristina Fernández de Kirchner, aunque duró poco. Diez años después volvió a conversar con Cristina. Entró a una reunión como la nada misma y salió como candidato a presidente para las elecciones de 2019. El ruinoso fracaso de Mauricio Macri hizo el resto. Después vino la pandemia, el "Quedate en casa", la cuarentena más larga del mundo, los "funcionarios que no funcionan", la fiesta en Olivos y un epílogo triste, solitario y final.

Alberto Fernández no tiene futuro político. Su mayor ambición es que la causa de los seguros y la que se abrió en paralelo por de violencia de género se diluyan en el tiempo y que la ciudadanía se olvide rápido de todo. Sabe que este era el golpe que faltaba para derrotarlo por nocaut. No casualmente este medio publicó ayer que el expresidente amenazó con quitarse la vida si Fabiola lo denunciaba. Aislado por completo, sin contactos en la política y sin oídos dispuestos a escucharlo, solo le queda el ostracismo y la invencible repugnancia de aquellos que en 2019 lo votaron a instancias de Cristina.

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