Editorial
La mentira libertaria

La casta tiene cara de Milei

Cada vez más argentinos se ahogan en la pobreza, pero a Javier Milei no le importa. Sigue derrochando dólares en viajes estériles. (Dibujo: NOVA)

El presidente Javier Milei le tomó el gustito al poder de inmediato, y se olvidó de gestionar. A seis meses del inicio de su gobierno libertario, los hechos que considera “logros” están muy lejos de la realidad de los argentinos: cumplir el sueño del pibe al reunirse con Elon Musk y Mark Zuckerberg, insistir en una “baja inflacionaria” –dato de dudosa procedencia-, salir en tapa de una revista de prestigio mundial por cuestiones más negativas que positivas, y retener la aprobación de un puñado de votantes que deciden seguir sacrificándose por una figura que hasta el momento, no les ha dado nada.

Su enceguecida y caprichosa mirada de la realidad nacional quedó resumida días atrás, durante la presentación que llevó a cabo en la Universidad de Stanford, donde disparó una polémica frase sobre las estadísticas del hambre: “¿Ustedes se creen que la gente es tan idiota que no va a poder decidir? Va a llegar un momento que se va a estar por morir de hambre y va a decidir para no morirse. No necesito que alguien intervenga para resolverme la externalidad del consumo, porque alguien lo va a resolver”.

¿Qué le ocurre al Presidente que se compara con Terminator y afirma que ha llegado desde un futuro apocalíptico para salvar a la gente de las ideas del socialismo? ¿Cuál es el cristal con el que mira a su alrededor? ¿Vive en una realidad paralela, o utiliza el poder para entretenerse con un perverso juego de ficción mental que no da lugar a una administración seria destinada a solucionar los problemas que limitan el crecimiento del país?

Lo cierto es que las ráfagas libertarias se fueron llevando lejos a la icónica frase “no hay plata”, a medida que el polémico jefe de Estado comenzaba a incrementar sus viajes de lujo al exterior con fines estériles, disfrutando de las mieles de hoteles cinco estrellas, abandonando el país a su suerte, en manos de un equipo plagado de exponentes de la casta, y de gente sin expertise para rumbear un barco sin destino claro.

El costo social y político de sus berrinches se notaron enseguida: una Ley Bases que quiso meter a presión, cuya aprobación se sigue dilatando en el Congreso por falta de consenso; salarios profundamente deteriorados, pérdida del 30 por ciento del poder adquisitivo por parte de los jubilados, miles de despidos de trabajadores en el sector público y privado, una gran cantidad de pymes en situación crítica debido a la pronunciada caída de sus ventas y consumo en baja.

A esto se suman las intempestivas decisiones en modo prueba y error que se reflejan en las internas de su gabinete, además de medidas tiradas de los pelos que debieron salir a subsanar, como la negación del presupuesto a las universidades y la obligación de las prepagas a dar marcha atrás con los incrementos aplicados desde que se liberaron los precios.

El mandatario nacional que amenaza con vetar leyes a su antojo, debería preguntarse por qué aún no logró la sanción de ninguna norma, por qué le resbala que un abuelo que trabajó toda su vida perciba un salario mínimo que apenas le alcanza para pagar dos medicamentos y un kilo de pan; y también, por qué protege a una funcionaria que, a pesar de tener un rol crucial y sensible, avaló la retención de alimentos en un galpón de Capital Humano mientras la mitad de la población argentina está golpeada por el hambre y la pobreza.

Sin embargo, Milei sigue enfocado en proyectar su propia película, tal como evidenció este domingo su posteo de Twitter, en el que escribió: “Mirando el semáforo de actividad y la caída de la inflación eso explica por qué la casta está tirando con todo. Están quemando las naves y la desesperación se hace evidente. Van a ir con todo porque saben que si nos sale bien, no vuelven más... viva la libertad carajo...!!!”.

¿De qué libertad habla? ¿Dónde está la libertad del jubilado que se sostiene en pie únicamente gracias a la ayuda económica de sus hijos? ¿Dónde está la libertad del trabajador que se ve obligado a elegir entre pagar tarifas o darle de comer a su familia? ¿Dónde está la libertad del (ex)empleado de 50 años que dejaron en la calle y no tiene chances de insertarse en el mercado laboral? ¿Dónde está la libertad cuando, al ir al supermercado, un argentino se ve obligado a suprimir la compra de elementos básicos como leche, carne, fruta, pan o lácteos, porque son impagables? ¿Dónde está la libertad en el hecho de que un familiar no pueda ir a visitar a otro porque no puede costear el combustible o el pasaje aéreo o terrestre?

Que alguien del Gobierno explique cuáles son los réditos o beneficios de semejante sacrificio, cuando en teoría los logros podrán verse –según afirman, sin garantías, por supuesto- dentro de 20 o 30 años, cuando a gran parte de todos los afectados por la crudeza de la impericia y la negligencia ya no tengan vida.

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