Cómics e Historietas
Primera parte

Arnoldo Franchioni "Francho", el exiliado exitoso

Francho y una historieta extraordinaria.

Por Miguel Dao (*), especial para NOVA

Yo era muy pibe en el ’62. Apenas si empezaba a transitar las Correrías de Patoruzito, leídas (o miradas) de prestado en la casa de unos primos mayores. De modo que llegar a Arnoldo Franchioni "Francho" me llevó muchas décadas. Fue por el 2008 que mis rastreos de coleccionista me depararon un importante lote de primeros números de la revista Piantadino. El staff de Mazzone, aparte de los notorios Guerrero y Dol, siempre ofreció sorpresas.

Gracias a ese lote de Piantadino descubro “Aventuras de los Tres Malditos -Mifty, Mufty, Lafty-”, que de inmediato me deslumbró.

Es en el N 3 de la publicación donde registro por primera vez la citada historieta. La serie tuvo continuidad hasta el N 18, de junio del ’62. En el número siguiente, sin embargo, aparece un unitario sobre el tema del rugby, sin firma, que obedece sin duda al mismo dibujante. Después, ya no hay rastros.

El trazo de "Aventuras de los Tres Malditos" -publicada originariamente en el semanario Avivato, en la década del ’50, según me enteré con posterioridad- resulta absolutamente singular en esa época de la historieta cómica argentina. La línea es despojada, el acento está puesto en expresiones y movilidad de los personajes. Sin embargo aparecen, de tanto en tanto, detalles impresionistas en los fondos al aire libre y asomos de curiosas arquitecturas en los interiores. Algo de su estilo remite a los Looney Tunes. En lo argumental, la primera asociación que aparece en la historieta es con Los Tres Chiflados, pero rápidamente se eclipsa para ofrecer un mundo muy particular. Los Tres Malditos comparten una abuelita (¿Piolín y Silvestre?), que abre y cierra cada episodio, invariablemente. Pero en ningún episodio se indica el parentesco de los tres protagonistas entre sí. Por el contrario, el vínculo es el de jefe (Lafty, el más alto) y subordinados. Las aventuras ofrecen un grado de delirio comparable al de Ocalito y Tumbita, aunque sin el juego paralelo que proponía Vidal Dávila. Los parlamentos que preceden el fin de cada episodio también son fijos, y juegan brillantemente con el absurdo. Luego de los recurrentes fracasos de Lafty, Mufty comenta: “Usted es un genio, jefe!”. A lo que Mifty acota: “Todos los jefes son genios”.

Hilando muy fino, podría deducirse de esta frase una velada alusión a la figura de Juan Domingo Perón, exiliado para ese entonces en España, luego de un largo derrotero por países de Sud y Centroamérica, consecuencia del Golpe de Estado producido el 16 de septiembre de 1955.

Fervorosamente peronista, activo militante de lo que se llamó "Resistencia" (a la autodenominada Revolución Libertadora), el autor de "Los Tres Malditos", también debió exiliarse finalmente en 1962, año coincidente con su desaparición de la revista de Mazzone.

Esa penosa circunstancia, fruto de los vaivenes socio-políticos que históricamente tuvo que soportar nuestro continente, provocó que un creador de la talla de Francho no haya tenido en la Argentina la repercusión que merecía.

Apenas si se podían encontrar datos biográficos en la página del Museo del Dibujo y la Ilustración, hasta que -contemporáneamente a mi descubrimiento-, una edición del Fondo Nacional de las Artes rescata su trayectoria, ubicándolo entre los grandes del humor gráfico y la historieta cómica de nuestro país. Se trata de La Argentina que Ríe, hermoso volumen a cargo de Andrés Cascioli (creador de las revistas Satiricón -junto a Oskar Blotta- y Humor, como asimismo fundador de Ediciones de la Urraca). Para sorpresa de muchos, supongo, Francho aparece allí codo a codo con glorias como Quinterno, Calé, Oski, Torino, Ferro, Lino Palacio y Divito, entre otros.

En 2010 me enteré que Arnoldo Franchioni estaba -desde hacía seis años- de vuelta por estos lares. Lo rastreé y le pedí una entrevista que gentilmente me concedió. Mi interés no era sólo historietístico. El motivo del exilio, como anticipé, había sido su militancia en la resistencia peronista, y su labor como dibujante había ido de la mano con su ideario. Fuera del caso paradigmático de Héctor Germán Oesterheld, no es algo que se observe con frecuencia en la historieta argentina.

Así, en una calurosa tarde de un caluroso enero del 2010, me allegué al pequeño departamento de Palermo, donde, a sus 81 años, vivía Francho.

En mi blog (https://historietas---cine---teatro-por-dao.blogspot.com/) fui desgranando apuntes, impresiones, ideas, de aquel encuentro y de otros que siguieron.

Ya por las charlas telefónicas previas, había evaluado que Arnoldo era un hombre de una enorme capacidad reflexiva, intacta a pesar de los años. El encuentro lo confirmó. No sólo eso: también pude apreciar a un tipo cálido, afable, humilde, no obstante su enorme trayectoria.

Si bien la primera y extensa conversación que mantuvimos transcurrió por muy distintos andariveles, propios de una vida muy rica en experiencias, hubo dos ejes permanentes, entrecruzándose: política e historieta.

Francho había nacido en Ascensión, un pequeño pueblo agrícola-ganadero situado en el centro de la Pampa Húmeda, y en un tiempo -1928- donde “los últimos gauchos se encontraban con los primeros gringos”. Su padre, inmigrante italiano demócrata, tenía un almacén de ramos generales donde se daban cita los coterráneos fascistas y los españoles libertarios. En el patio, sobre el piso de tierra de la cancha de bochas, se trazaba a menudo con una rama el mapa de Europa, y señalándolo discutían. Había un chico de testigo que escuchaba atento. Era el mismo pibe que había rescatado la mención de una maestra a próceres olvidados como Facundo Quiroga o el Chacho Peñaloza, y que esperaba con avidez que el tren trajese con atraso las publicaciones de Buenos Aires: El Gorrión, Tit-Bits, El Tony, Rataplán. Y por supuesto, el suplemento infantil en colores del diario Crítica.

En 1944, con dieciséis años partió para Dolores a estudiar Fruticultura. Poco tiempo le lleva fastidiarse de lo que no era su auténtica vocación, y en la primavera del ’46 recala en la Capital. Fue autodidacta en el dibujo, apenas llevaba a cuestas las escasas lecciones de un curso por correspondencia de la escuela del mítico animador Juan Oliva, en las que sólo aprendió -relataba risueñamente- a hacer círculos. Y la influencia de Disney, claro, que marcó a todos los dibujantes de su generación.

La escasa experiencia no le impidió empezar a trabajar en el ’47 en el diario Democracia, ilustrando una página donde aparecían los versos de Iván Diez, seudónimo de Augusto Arturo Martini, comentarista radial de box, periodista y poeta popular de fama tan grande entonces como la de Héctor Gagliardi, aunque no del estilo lacrimógeno de aquél.

“Siempre fui un audaz”, dice Francho, relativizando un talento innato que sin duda fue el factor que determinó que rápidamente ocupara lugares preponderantes. En el mismo diario, durante casi una década, hace la tira “Cándido”. Con un nombre que cifraba su personalidad -al estilo de los personajes de la época- el protagonista permanece inmune a las complejidades del mundo. El efecto cómico lo da justamente sus originales reacciones frente a las situaciones con las que se enfrenta. El dibujo es limpio, con trazos simples, pero cuidadoso de detalles y fondos, y con un soberbio manejo de los contrastes a través del negro.

“Siempre fui un curioso”, vuelve a definirse Francho, cuando lo interrogo por sus comienzos en la política. Y sospecho que nuevamente la modestia, hace que relativice su capacidad reflexiva y también su esencia de persona honesta. La dialéctica que había generado escuchando las discusiones en el almacén de su padre, lo llevó prontamente a adherir a los ideales de justicia social del peronismo, y a relacionarse con grupos que se ubicaban en el ala izquierda de este movimiento. Menciona entre ellos a los “entristas”, militantes del comunismo que, cansados de la ortodoxia imperante en ese partido, empezaban a vislumbrar la capacidad transformadora del justicialismo.

Lejos de disociar la ideología con la praxis, se compromete a fondo, ilustrando las portadas de Descamisada, una revista que acompaña el surgimiento del peronismo, pero que declina y desaparece con su consolidación. “La gente estaba podrida de eso”, resume Francho, en el sentido que la labor propagandística resultaba ya innecesaria, en tanto los logros como gobierno hablaban por sí mismos.

También hará humor político en Avivato, en una etapa en el que ya no se lo podría tildar de “oficialista”, mote con el que a menudo se intenta descalificar a los que sostienen convicciones, tratando de instalar sobre ellos la sospecha de oportunismo. Después de la caída de Perón, fallece Luis Alberto Reilly (“Billy Kerosene”), el coeditor de la revista, y su viuda alienta a Francho a que encare la vertiente política, con el objetivo de aumentar las ventas que decaían. Allí vuelca “toda la bronca, todo el resentimiento” que le produjo el 16 de junio de 1955 (“nuestro Guernica”, acota) y lo que vino después.

Pero antes, en Avivato -cuyo primer número salió a la calle con 30.000 ejemplares, y fue durante un tiempo digna competidora de Rico Tipo y Patoruzú- Francho había desarrollado series memorables como “Historias de Cinco Guitas” y “Álbum de Familia". También la tira “Camotito”, proviniendo en este caso el nombre y la característica principal del personaje de la expresión “agarrarse un camote”, o sea alguien que se enamora perdidamente.

“Álbum de Familia” constaba de un cuadro único, parodia de una foto al estilo de la época, acompañado de una didascalia que la completaba.

Avivato solía enunciar un tema de tapa, al que se adecuaban la mayoría de las secciones. “Historias de Cinco Guitas” se atenía a ese esquema, y mostraba en una página vicisitudes de gente común, observaciones costumbristas, desavenencias amorosas de vecinos de barrio, al estilo de “Buenos Aires en Camiseta”, de Calé, al que nada tenía que envidiar.

Boquense y peronista, la materia de Francho, como no podía ser de otro modo, provenía del pueblo.

En un número de Avivato (11/4/55) donde la temática genérica pasaba por Marilyn Monroe, aparece en el encabezado de “Historias de Cinco Guitas” una curiosa nota humorística: "N. de R.: Comunicamos a los lectores de esta historia que habiéndose comprobado que el cuadro N 7 de este bodrio infame es similar al cuadro N 6 de la historia del 20 de diciembre de 1954, el autor ha sido multado en 1,75 pesos con lo que se verá privado de sus vicios durante un buen tiempo". Consultado el maestro sobre si este tipo de acotaciones se trataba de chistes internos vinculados a la editorial, o hacían alguna alusión a situaciones de la época, responde: “Los lectores solían escribirme en referencia a las “Historias de Cinco Guitas” y esta sería la respuesta a alguna de ellas, y al leerla a tanta distancia me hizo reír, aunque hoy me intriga ese “$ 1,75” (probablemente sea el precio de un atado de cigarrillos Particulares Negro –lo cual sugeriría que no fumaba mucho-) y tenés razón, el ambiente de Avivato era jodón y solíamos hacer muchos chiste internos”.

En episodios posteriores, correspondientes a la etapa frondicista, el humor se hace más ácido y se vuelca decididamente a lo político y social. “Era un material conscientemente provocativo”, define Francho.

Vuelvo un poco atrás en el tiempo, y le recuerdo una portada de Avivato, del 21/11/55, firmada por Flax (Lino Palacio) en la que Perón aparece saludando desde un balcón a una solitaria paraguaya con su perro. Es una de las pocas veces en la entrevista que se indigna. Recita de memoria los versos que acompañaban el dibujo (“Para el país de adopción / resulta Perón un lastre / pero él tiene una obsesión / y, desde el primer balcón, / hace galas de su arrastre”) y concluye, categórico: “Fue una canallada. Lino Palacio se decía peronista y tenía una foto de Perón en su despacho”.

Ese sentimiento de amargura y frustración -no personal, sino social- lo contra efectuó, aparte del dibujo, con una activa militancia, que se tradujo en la creación de un periódico clandestino, 17 de Octubre, hecho de manera rudimentaria en el mismo departamento en que lo visité, y distribuido de mano en mano. Co editor del mismo, como “compañero Valdez”, no dibujaba allí, si bien en principio se le pidió que lo hiciera. Su trazo resultaba muy identificable -lo que resultaba peligroso para la continuidad del proyecto y para sus participantes-, y todos los intentos por disimularlo fracasaron.

Los años que siguieron a la caída de Perón, fueron muy difíciles para Francho. Su principal empleo seguía siendo la tira de Democracia. Había incorporado como colaboradores en “Cándido” a Jorge Toro y Toni Saborido, ambos "muy discretos, de 'ver y callar’, sin cuya ayuda no hubiera sido posible mantener la doble tarea de dibujante profesional y militante de la Resistencia". Pero la traición de un compañero de trabajo provoca su despido. Lo hace opinar políticamente delante de un interventor del periódico, cargo que Francho ignoraba que detentaba. Recuerda que Pedro Flores, otro dibujante que tenía su mesa de trabajo en la misma oficina, le hacía señas desesperadas para que callase. Señas que, desafortunadamente, no interpretó.

También fue víctima del boicot intentado por un grupo de deliciosas monjitas, que le acercaron al director de Familia Cristiana, donde Francho hacía la tira “Carita Dulce”, un dossier con sus antecedentes políticos. Pese a ello, el director de la publicación lo sostiene, aunque es obvio que esa labor le representaba muy poco económicamente.

A esto se suma el cierre de Avivato, con lo que apenas le queda para vivir alguna colaboración para Chile con El Pingüino - a través de Fantasio- y otros trabajos menores, mal y trabajosamente pagos.

Cuenta que para una publicación que debutaba, Abuelo Barbudo -típica aventura editorial de la época, y que difícilmente pasara del primer número-, le encargaron la tapa. Una vez realizada, le pidió a su mujer que lo acompañara a entregarla, para que observara “la maravillosa vida de un dibujante”. Una vez que el director de la revista aprobara elogiosamente la portada, Francho la retuvo en una mano, mientras extendía la otra a la espera de la retribución acordada. El director, desconcertado, hurgó en sus bolsillos hasta las monedas y finalmente tuvo que pedir prestado a otros colaboradores para pagarle el ínfimo precio acordado.

Probó suerte en la editorial de Quinterno, pero duró muy poco. Ingresó gracias a Mariano Juliá, al que Arnoldo calificaba como “un gran tipo”. Publicó algún trabajo en el Libro de Oro Patoruzú del ’59 o ’60 -no lo puede precisar- y a raíz de ello, Juliá opinó que estaba para cosas mayores, por lo que se le encarga una Correrías de Patoruzito completa en argumento y dibujo. Una vez realizada, mereció una entusiasta acogida de Quinterno, quien sin hacer corrección alguna -lo cual no era para nada frecuente- sólo instruyó que se agregaran unas pocas páginas, ya que no llegaba a las cien que traía entonces la revista. Francho cumplió. Al poco tiempo, Mariano Juliá lo manda a llamar, y entregándole de vuelta el original, se disculpa, diciéndole, con bronca apenas contenida: “Que te puedo explicar... Este hijo de puta te la rebotó”. Resulta obvio que, en el medio, Quinterno se había enterado de la trayectoria política de Francho. Es otro de los momentos donde el entrevistado se indigna: “Si no le hice un juicio fue por Juliá”.

Le quedaban las ligas menores: Ediciones Torino, Editorial Mazzone. “Trabajar allí para un dibujante era caer mucho. Se trataba de editoriales con tiradas mínimas, no existían. Y lo que se pagaba era ínfimo”. Recuerda sin embargo con cariño tanto a Torino como a Mazzone. Aunque desliza alguna crítica hacia éste último: “Le gustaba mucho la guita. El hacía las tapas, se ocupaba de todo”. Contrastaba, claro, con el espíritu bohemio de Torino, que dejaba que sus colaboradores trabajaran con absoluta libertad: “Me recibía las tapas con bromas. Me decía: pero me hiciste medio maricón a Don Nicola!”, cuenta Francho riéndose.

La etapa pos peronista era considerada por los militantes como una transición de unos pocos años a lo sumo. Se la inscribía en los vaivenes típicos de la política argentina. Cuando se comienza a advertir que iba a durar mucho más que lo imaginado, ya se habían cerrado todas las puertas para Arnoldo Franchione. Estaba en las listas negras, y ese estigma implicaba entre otras cosas la asfixia económica.

Del enorme prestigio que había cosechado en menos de una década, da cuenta una nota de la revista Dibujantes, del ’56. Inmediatamente después de referirse a Quino, se lee allí: “Junto a él se consagraron meteórica y definitivamente otros dos valores de nuestro humorismo: Carlos Garaycochea y Arnoldo Franchione 'Francho' (...) Francho con sus célebres 'Historias de Cinco Guitas', nueva forma de humorismo fino y 'entrador', es uno de los dibujantes más solicitados en la actualidad”. A continuación, el artículo cita a Battaglia como otro de los consagrados.

Pero corriendo el ’62, de nada servían los laureles reconocidos por los propios colegas y para Francho llegaba la hora de pensar en irse del país.

El primer destino que imaginó era Europa. Más concretamente Italia, de dónde provenía su padre. Pero un encuentro con otro dibujante, Alfredo Olivera, le hizo cambiar el rumbo. Este lo convenció que lo mejor era emigrar a los Estados Unidos, dada la crisis económica que atravesaba el viejo continente. Allí partieron, y le fue muy bien a ambos.

Lo consulto por el motivo de su regreso. Me contesta sin vacilar: “¡Kirchner!”. “Cuando vi, en la transmisión de la asunción presidencial, como jugaba con el bastón, la forma de empuñarlo, me hizo recordar un gesto de la época de la resistencia. Decíamos entonces, un poco en broma, un poco en serio: cuando volvamos a tener la manija...”.

Hasta la fecha de nuestro encuentro, al menos, no se sentía defraudado.

Intuyo que Francho, a pesar de sus logros en el exterior, no habría querido irse. Por eso se resistía a creer que el retorno del peronismo tardaría mucho. “Y tardó 17 años”, acoté en un momento de la entrevista. “No, fueron muchos más... 48”, me corrige acertadamente el compañero Valdez.

(*) Actor, director, dramaturgo y otras yerbas no demasiado clasificables.

El latiguillo final de Los Tres Malditos.
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Las escasas y honrosas menciones a Francho.
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En el blog del autor de la nota se puede encontrar abundante información sobre el dibujante.
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Dos secciones clásicas en la revista Avivato.
Dos secciones clásicas en la revista Avivato.
La humorada de Flax que indignaba a Francho y una foto de Perón dedicada a él, desde el exilio en Ciudad Trujillo (actual Santo Domingo, capital de la República Dominicana).
La humorada de Flax que indignaba a Francho y una foto de Perón dedicada a él, desde el exilio en Ciudad Trujillo (actual Santo Domingo, capital de la República Dominicana).
Dos tapas de Francho en distintas épocas: en la segunda, más politizada, presenta a un Frondizi riéndose del ideario con el que logró  llegar a la Presidencia.
Dos tapas de Francho en distintas épocas: en la segunda, más politizada, presenta a un Frondizi riéndose del ideario con el que logró llegar a la Presidencia.
Portadas para distintas revistas de Torino, por quien Francho guardaba un gran afecto.
Portadas para distintas revistas de Torino, por quien Francho guardaba un gran afecto.
Trabajos del dibujante en otras publicaciones.
Trabajos del dibujante en otras publicaciones.
Dos ilustraciones de su última época, ya de regreso en la Argentina, para Caras y Caretas en su nueva versión.
Dos ilustraciones de su última época, ya de regreso en la Argentina, para Caras y Caretas en su nueva versión.
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