Por Miguel Saredi, dirigente peronista, especial para NOVA
En tiempos de incertidumbre y polarización, es vital recordar el valor fundamental de la universidad pública como bastión de nuestra identidad comunitaria y cultural. En particular, en estos días en los que se vislumbran políticas destructivas que amenazan con socavar este pilar de nuestra sociedad, es imperativo alzar la voz en su defensa.
Especialmente en el contexto del conurbano y, en particular, de instituciones como la prestigiosa Universidad Nacional de La Matanza y el nuevo centro universitario de González Catán que juntos albergan a más de 50.000 estudiantes universitarios en nuestro municipio. Estas universidades no solo representan una oportunidad educativa, sino que también son pilares fundamentales para el progreso y el ascenso social de las familias de clase media baja. Más del 80 por ciento de estos alumnos son el primer universitario en sus familias, lo que resalta el principio de igualdad ante la ley y es motivo de orgullo para miles de nuestras familias.
La defensa de la Universidad Nacional de La Matanza y otras instituciones similares es un acto de solidaridad y compromiso comunitario. Es una inversión en el futuro de nuestras familias, nuestras comunidades y nuestra sociedad en su conjunto. Por eso, debemos levantar la voz y unirnos en su defensa, porque su preservación es esencial para el bienestar y el progreso de todos.
El presidente Javier Milei ha expresado ideas que ponen en riesgo no solo la estabilidad económica, sino también el tejido mismo de nuestra educación superior. Su enfoque miope y radical no reconoce el invaluable papel que desempeñan nuestras universidades públicas en la formación de ciudadanos críticos, comprometidos y solidarios.
Tomemos el caso emblemático de la Universidad de Buenos Aires (UBA), cuyas aulas son auténticos caldos de cultivo para una visión de mundo fundamentada en la solidaridad y el respeto por la diversidad. Aquí, la educación no se limita a la mera transmisión de conocimientos, sino que se erige como un espacio donde se forjan valores como la empatía y el compromiso con el prójimo.
Es esencial comprender que promover la universidad pública no es un acto de adoctrinamiento, como algunos críticos desinformados podrían sugerir. Por el contrario, es un acto de solidaridad con las generaciones presentes y futuras, un reconocimiento de que el acceso a la educación de calidad es un derecho inalienable de cada individuo y un pilar fundamental para el desarrollo equitativo de nuestra sociedad.
En un mundo cada vez más individualista y fragmentado, la universidad pública representa un faro de esperanza, un espacio donde se fomenta el diálogo, se celebran las diferencias y se trabaja en pos de un bien común. Defenderla no es solo proteger una institución, es salvaguardar nuestra identidad como pueblo, es invertir en un futuro más justo y próspero para todos.
Es hora de levantar la voz y rechazar las políticas que amenazan con desmantelar este invaluable patrimonio. No podemos permitir que la universidad pública se convierta en un mero espejismo del pasado, privando a las generaciones venideras del acceso a una educación que no solo enriquece mentes, sino que también alimenta almas y fortalece comunidades.
En tiempos de desafío, la universidad pública es nuestra mayor fortaleza. Defendámosla con determinación y convicción, porque en su preservación reside el futuro de nuestra identidad comunitaria y cultural.