"Alan Braddock": lo mejor y lo peor de la condición humana en un policial negro impactante e inolvidable

Por Iván de la Torre (*), especial para NOVA
A fines de los años setenta, Ray Collins llegó a Columba y se convirtió en uno de los autores fundamentales de la editorial, haciéndose cargo de clásicos de Robin Wood como “Jackaroe”, “Dennis Martin” y “Grace Henrichsen” y escribiendo títulos fundamentales para la historieta argentina como este “Alan Braddock”, dibujado por el maestro Gerardo Canelo, donde volvió al policial negro, uno de sus géneros favoritos, para contar la historia de Alan Drapper, un actor de teatro sin éxito, ex oficial de la Segunda Guerra Mundial, que debe ocupar el lugar de Alan Braddock, agente del FBI asesinado el 9 de septiembre de 1946 en una brutal emboscada: “Calvert se pregunta si tiene derecho a enviar a un hombre a la muerte por el solo hecho de parecerse a Braddock como una gota de agua a otra gota de agua. Alan Drapper había sido capitán de Patton. En el célebre puente de Remagen cubrió con su brigada uno de los extremos de la ruta. Sabía manejar cualquier tipo de armas... en la guerra. Drapper no tiene familia, hogar, ni nada. Fue un buen soldado, pero nadie llorará, si cae. ¿Qué siente un hombre que calza los zapatos de otro hombre, usa sus armas, viste sus trajes y visita a su prometida...?”.
El guionista recupera todos los elementos del género, inmortalizado en películas como “El halcón maltés” y “Atraco perfecto”, llenando su serie de mujeres bellísimas (pero traicioneras), ladrones de buen corazón, policías corruptos, mafiosos brutales y finales inesperados, con mucha acción narrada con tanta eficacia que salta de la página a los ojos del lector: “El Ford recibió imperturbable las descargas sobre los cristales a prueba de balas. Braddock aceleró a fondo. Giró el volante a su izquierda y clavó los frenos, rebajando la tercera a primera y aceleró a fondo, encarando el segundo vehículo que recibió el impacto del paragolpes en la portezuela delantera. Antes que los atacantes reaccionaran, activó su escopeta recortada. Y fue música de cristales y chirrido de latas perforadas, acre de pólvora efluente de una tragedia sin final, sólo interrumpida por el estruendo del tanque de nafta del automóvil chocado”.
Lo que permite a Collins destacar del resto de los guionistas en un género tan popular como el policial negro es su talento para sintetizar situaciones y personajes en unas pocas, inolvidables líneas, haciendo que los lectores se sientan transportados a ese mundo brutal y salvaje, sin reglas, donde el agente del FBI intenta, muchas veces sin éxito, imponer la ley, jugando hábilmente con los contrastes (bien y mal, pureza versus perversión…) sin caer nunca en los estereotipos:
“Billie Keystone venía de Kansas a triunfar y Roscoe Gavin había sido su mejor amigo. Ahora estaba sola en la gran ciudad. Bonita y sola, lo que era un pasaporte para el infierno o el fango...”.
“El que habla primero se ha detenido a la espalda de Braddock... Tiene voz de barítono y manos de pianista... Obviamente, maneja los naipes y un primoroso cuchillo sueco”.
“Vino del sur, de donde crecen las mieses y el aire es puro como la esperanza. Traía una pequeña maleta y tenía todo el aspecto de una joven provinciana que viene a conquistar la gran ciudad. Recaló en el Bronx, en una casa vieja y húmeda”.
Collins, como su amado Raymond Chandler, incluso se permite reescribir situaciones clásicas del género, como el solitario que recibe la visita de una misteriosa y bella mujer a la que debe proteger, aun a costa de su propia vida: “Cuando Archie Riddell compró aquella granja en las afueras de Nueva York era un veterano de la guerra, estaba solo y olvidó su pasado como se olvidan esas pesadillas que agobian a un hombre. Una noche, mientras se hacía su plato de judías con tocino, alguien llamó a su puerta. Al abrir, una muchacha envuelta en un impermeable cayó adentro... era una de las mujeres más hermosas que el veterano había visto en su vida... Archie era otro desde que llegara ella. El veterano estaba solo y ella estaba desamparada. ¿Hay alguna mezcla peor que ésta para un hombre?”.
Al igual que en “Precinto 56”, el guionista vuelve a colocar en el centro de la historia el drama de un hombre honesto que lucha contra la corrupción sabiendo que morirá pobre, solo y olvidado, derrotado por un mundo despiadado donde los grandes gestos no sirven para nada:
“No había pájaros ni sol en aquel sitio. Ni amor. Ni esperanzas. Sólo el eco de una antigua, pavorosa soledad”.
“La calle está triste, hermanos. Siempre, cuando cae la primera nieve, esa vieja amargura que nos llega de muy adentro, se desprende con el primer copo. Se dice que el hombre necesita del amor y del calor para poder vivir”.
“En Chicago se muere igual que en Nueva York. ¿Estaré solo? No hay cuidado, siempre lo estoy”.
Alan Drapper, como el Zero Galván de “Precinto 56”, está condenado a no encontrar nunca el amor, aunque (otro guiño a los grandes clásicos del género) se siente atraído por la prometida de Braddock: “Velia tiene ritmo, ella tiene se aroma a gardenias, mustio y vibrante. Ella es primavera y tal vez hielo, porque ha muerto el hombre que tanto ha amado... Ella lo mira con desprecio, tal vez, porque usurpa el lugar que no debería ocupar... los separaba un mundo, todavía”.
Collins contó cómo empezó su relación con el género y detalló sus fuentes de inspiración, que aparecen claramente retratadas en este magistral “Alan Braddock”: “Cuando en 1962, Hugo Pratt me conminó a pensar una serie policial, ignoraba que yo estaba fascinado por ‘La ciudad desnuda’, desde la película de Jules Dassin hasta la serie de una hora, con Paul Burke. Mi admiración radicaba en esa mezcla de decepción, nostalgia y tristeza con la que trabajan a diario algunas profesiones y un buen día se instaló en la novela negra. Partí de la música desolada de David Goodis y de la mirada del Rick de ‘Casablanca’ unido a la concepción de Cornell Woolrich (William Irish). Experiencias de lectura, de cine, de trabajo y de utilizar el tema policial como humilde síntesis de lo peor y mejor de la condición humana bajo la presión de las grandes ciudades”.



